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¿A qué jugamos los vascos?

IMANOL ZUBERO

Nunca debió haberse jugado el juego diseñado con la firma del Acuerdo de Lizarra, ya que el adversario no se presentó. Así de sencillo. Es lo que pasa cuando se trazan rayas en la arena política: puede que quien queda al otro lado decida que el juego no va con él. Por algo se denomina "encuentro" a la confrontación de dos equipos en el terreno de juego. El caso es que, sin contrincante, Lizarra no servía para otra cosa que no fuera echar un partidillo entre compañeros de equipo. Pero, si se me permite la comparación, se confundió Lezama, donde los partidos se juegan entre jugadores del Athletic y por eso sólo sirven de entrenamiento, con San Mamés, donde el Athletic se mide con otros equipos. Y así ha pasado lo que ha pasado. Nada más fácil que marcar goles en ausencia del equipo contrario. Desde la firma del Acuerdo, el 12 de septiembre de 1998, todo parecían victorias de las fuerzas de Lizarra. Pero sin adversario, las dos porterías se convierten en propias del equipo que se decide a jugar y cualquier gol conseguido se vuelve inmediatamente un gol en propia puerta. Es por eso que nunca debió haberse iniciado el juego definido en Lizarra. A no ser que lo que algunos buscaran fuese jugar un juego de suma cero.

En los juegos de suma cero las partes se enfrentan convencidas de que van a pelear por un producto final constante, de manera que lo que una parte consiga será a costa de la otra: si A consigue 10 es porque B ha perdido 10. De ahí el calificativo de juegos de suma cero: las ganancias de A son equilibradas por las pérdidas de B, de manera que el resultado final es siempre igual a cero (+10 -10 = 0). Lo que caracteriza a las situaciones de suma cero es la incapacidad de concebir la confrontación de intereses como otra cosa que no sea un coste que, desgraciadamente, hay que asumir. De esta manera, la negociación se afronta como una especie de regateo a regañadientes en el transcurso del cual se busca un mediocre equilibrio entre las posiciones de partida de cada uno de los negociadores. Desde esta perspectiva, el resultado final de la negociación sólo puede ser la victoria de una parte sobre otra o la definición de un incierto punto medio que, por ser aceptado a regañadientes y sólo como mal menor, jamás puede alcanzar la naturaleza de punto de equilibrio, viéndose por el contrario en permanente cuestionamiento. Frente a esta perspectiva están los juegos de suma no cero, también llamados juegos de suma positiva: se trata de generar sinergias de manera que las reivindicaciones de una y otra parte no se anulen, sino que se complementen. Tal cosa sólo es posible a condición de que las partes confrontadas renuncien a verse a sí mismas como "centro"; sólo es posible si se someten a un costoso proceso de descentramiento. El centro, el punto de encuentro, no está, no puede estar en mi propia posición. El equilibrio está en otra parte, pero yo debo formar parte de ese equilibrio.

Por lo que parece, tras el último debate en el Parlamento vasco empieza a configurarse un nuevo juego. Si se pretende un espacio en el que sean posibles los juegos de suma no cero no se pueden buscar soluciones definitivas, encuentros en los que la muerte súbita decida quién es el ganador de una vez para siempre. Tampoco es posible que el punto de encuentro sea aquel definido por una de las partes como el máximo que está dispuesto a aceptar. Y, sobre todo, no es posible modificar a conveniencia propia las reglas de juego, mucho menos jugar con dos reglamentos buscando en cada momento la ventaja propia.

¿Habrá esta vez, por fin, encuentro? Parece que no estará EH, los Anelka de la política vasca: parecían capaces de jugar un gran partido pero van siempre a lo suyo, sin ningún sentido de equipo. En cuanto al PP, ha decidido jugar en otra competición, sin ninguna voluntad de participar junto con los demás en la liga vasca. ¿Basta con PNV, PSE, EA, IU y UA para jugar el cada vez más agónico juego vasco? No basta para avanzar mucho en el juego, pero sí para iniciarlo. A ver.

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