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Los comebarato

Cómo están los michelines. Hay algunos que tratan de quitárselos a toda prisa, acuciados, al parecer, por un impulso repentino. La cosa no tendría nada de extraño si hiciera buen tiempo, pero basta con fijarse en la primavera que llevamos para que surjan severas dudas sobre la verdadera naturaleza del fenómeno. El hecho, desde luego, está ahí y las cifras cantan. La obesidad, es decir ese estado que comprende el michelín pero no se agota en él, afecta a un 14% de los adultos españoles, habiendo pocas razones para que no afecte al mismo porcentaje de vascos, si es que se considera también razón de peso distinguirse nacionalmente por la báscula. Bien mirado, sí que puede que nos distingamos pero al alza, no en vano nos preciamos de buen comer, es decir de comer mucho si lo mucho es bueno. Y esto, me refiero a lo de pesar más, no lo es, porque afecta a la salud y, por consiguiente, a las arcas públicas. Con lo mal que andamos para conseguir dinero para carreteras sólo falta que tengamos que hacerlas todavía más anchas -para caber- o que se nos vaya en combatir la hipertensión, la cardiopatía isquémica y la diabetes mellitus II, con su nombre de astronave, que son achaques inherentes al sobrepeso. A este paso los certámenes gastronómicos, llámense Intxaurrondo o cofradías, e incluso los platos van a tener que llevar la misma advertencia que los paquetes de tabaco.Ahora bien si quisieramos hablar de disidencia nada más fácil que ridiculizarla. Ejemplos no faltan. Ahí están, empezando por el escalón más bajo, las peripecias de Guillermo el Travieso y sus Proscritos siempre dispuestos a meter la pata. En un grado intermedio se situaría aquel personaje del escritor polaco Mrozek que, en plena época socialista -de aquel socialismo de hoz y martillazo-, se desempeñaba heroicamente en escribir consignas antibolcheviques en las paredes de los retretes públicos. Ya sé que hay quien le ha tomado el relevo y se sigue sintiendo un héroe por pintarrajear, en el mismo sitio y con la sustancia que sea, vítores al Zumosol pero ahí no hay disidencia sino ortodoxia. En el peldaño más alto podríamos poner a Don Quijote, pero aunque ridícula su disidencia es demasiado radical para este mundo, no en vano disentía de él en su globalidad. Por eso igual conviene más inclinarse por Ignatius Reilly el protagonista de La conjura de los necios que con ese título ya lo dice todo. Además se trata de un individuo que derrocha obesidad por los cuatro costados, si es que cabe expresarse así al mentar una geometría que precisamente propende a limar las esquinas, con lo que volveríamos al asunto de los michelines.

Pero si de lo que se trata es de abordar la prepotencia, nada como traer a colación al Capitán Garfio, que se pasaba el día entero gritando "¡Te cortaré el gañote!" y viendo cocodrilos hasta donde no los había. O aquel Tántalo que se jactó de haber intentado engañar a los mismísimos dioses y recibió en castigo el régimen más drástico que imaginar se pueda ya que si quería beber, se le iba el agua, y si comer, la comida. El cine nos ha dado un doctor No, que con ese nombre ya une la prepotencia a la disidencia, y la escena, gente infatuada y de gran soberbia que lo mismo habla de nueces, de fregonas, de granos y de milagros antigrasa que reta a que le metan un cuchillo. Lo cierto es que parecerían personajes de Shakespeare y lo serían de no infatuarse hasta el ridículo, con lo que se asemejan más a la rana aquella de Esopo que se infló para parecer un buey. Por no mencionar que los engallamientos suelen salir en las obras de Arniches.

Pues bien, como la tendencia es a adelgazar, según lo recomiendan sanidad, el sentido común y ciertos políticos, se me ocurre que podríamos inspirarnos en alguien muy hinchable pero poco hinchdo, verbigratia la reina de Inglaterra, capaz de reírse de sí misma como lo hace al contar cómo un día que viajaba con un altísimo dignatario en calesa de caballos hubo de disculparse, bastante azorada, por el gas que expelió uno de ellos, a lo que el copetudo acompañante respondió consolándola: "Tranquila, Señora, ya me había dado cuenta de que fue el caballo".

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