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Impasible al borde del abismo

Resistir o ceder. Defensa numantina o un paso al diálogo. Perú está pendiente de cuál será la estrategia del presidente Alberto Fujimori después de la pantomima electoral para seguir cinco años más en el poder. De momento calla.Entre los fríos muros de palacio o en el búnker del Servicio de Inteligencia Nacional (SIN), donde se siente más seguro, el mandatario espera que la mayor protesta popular contra su Gobierno se desinfle como un globo.

De puertas afuera, exhibe una frialdad y paciencia inmutables, como si nada ocurriera. Pero el país está al borde del abismo. Acompañado de sus mejores asesores examina la situación.

Nadie duda de que tiene sobre la mesa todos los escenarios posibles. Negociar con sus adversarios no entra en sus planes.

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Nunca ha dado un paso atrás, desde que el 28 de julio de 1990 juró como presidente. Fujimori toma una decisión y la pone en práctica hasta las últimas consecuencias, aunque para ello tenga que sortear vendavales de protesta o engañar a propios y extraños de que está dispuesto a dar el brazo a torcer.

Derrotó a Sendero Luminoso y devolvió la paz al país, empresa en la que fracasaron sus antecesores Fernando Belaúnde Terry y Alan García.

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La pacificación es el broche de oro de sus diez años de gobierno, en el que se ha escudado y sigue escudándose para justificar prácticas abiertamente antidemocráticas, en las que el engaño y la inflexibilidad han estado presentes a partes iguales.

Así se comportó a lo largo del secuestro de la residencia del embajador japonés por un comando del Movimiento Revolucionario Tupac Amaru (MRTA). Hizo creer a mediadores y secuestradores que era posible un acuerdo y que los asaltantes acabarían recibiendo refugio en un tercer país, por ejemplo Cuba. Pero el 22 de abril de 1997, sus fuerzas especiales asaltaron por sorpresa la residencia y no dejaron un solo terrorista vivo.

Tampoco pestañeó poco después, frente a las multitudinarias manifestaciones de protesta en Lima y en las principales ciudades del país contra la destitución, por el Congreso, de tres miembros del Tribunal Constitucional que firmaron contra la reelección de Fujimori, que violaba la Constitución.

Amplios sectores interpretaron como un claro atropello el despido de los magistrados, pero el chino había decidido presentarse para un tercer mandato y utilizó para ello el poderoso andamiaje de un aparato de Estado creado a su medida, impidiendo entre otras cosas, la realización de un referéndum popular a pesar de que se habían recogido un millón y medio de firmas.

Su intransigencia ha llegado hasta las últimas consecuencias en el proceso electoral que concluyó el domingo. A la vista de la denuncia generalizada de prácticas fraudulentas, el candidato opositor, Alejandro Toledo, pidió el aplazamiento de la segunda vuelta y anunció que boicotearía los comicios si se mantenía la fecha del 28 de mayo.

Las intensas negociaciones con los observadores de la Organización de Estados Americanos (OEA) fracasaron y la misión abandonó Perú. Una vez más, Fujimori se resistió a pactar. Pero antes, hizo creer a todo el mundo que aceptaría un retraso de la segunda vuelta de las elecciones.

Esta semana se autoproclamará vencedor de unos comicios ilegítimos a pesar de que la oposición y cientos de miles de peruanos reclaman su anulación. Se enfrenta a la condena de la comunidad internacional, que le ha amenazado con convertir su régimen en un paria. Pero él y sus asesores del SIN, con Vladimiro Montesinos a la cabeza, se sienten seguros.

El tenebroso cerebro gris del régimen ha sacado a Fujimori de otros atolladeros. En el frente interno, estiman sus asesores, la llama de protesta se apagará pronto. En el caso de un desborde popular, la primera medida sería la declaración del estado de emergencia. "Hay que ver hasta qué punto es capaz Toledo de mantener a raya a la gente, porque al final del camino que ha iniciado nadie le va a dar la presidencia de la República. Si entra en un túnel, al final sólo hay un golpe militar", señala una fuente vinculada con los servicios de inteligencia.

Fujimori también se muestra tranquilo ante eventuales represalias que puedan llegar del exterior. Las armas de que dispone la OEA, que tratará esta semana el tema en el Consejo Permanente que se reúne en Washington e inicia a partir del 4 de junio la Asamblea General en Canadá, son de dudosa eficacia.

En este frente, la única preocupación es Estados Unidos, pero el todavía presidente peruano descarta sanciones duras que afecten al comercio entre los países -Estados Unidos es el primer socio comercial de Perú-o a una congelación de las cuentas peruanas.

El Gobierno no cree que su empecinamiento tenga repercusiones serias en la inversión extranjera. "La torta es demasiado grande. Hay para todos y todos se tragaron el perro en la primera vuelta", dice una fuente gubernamental. Si la reacción externa es manejable y el frente interno lo controlan las Fuerzas Armadas -la cúpula militar es de probada lealtad al presidente- Fujimori no debería preocuparse en exceso.

Pero el presidente no puede confiarse. En diez años de poder sin rivales, se enfrenta por primera vez con movilizaciones de magnitud que siguen a un líder emergente con voluntad de ser la alternativa en Perú.

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