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El Papa insta a los cristianos de Jerusalén a superar las diferencias que les enfrentan Juan Pablo II pide a Israel que revise el permiso para la nueva mezquita de Nazaret

El papa Juan Pablo II celebró ayer en Nazaret la fiesta de la Anunciación con una misa en la basílica del mismo nombre. Fue un acto de reafirmación de la carga simbólica que otorgan los católicos a este templo, amenazado por la construcción de una mezquita a pocos metros. Aunque el Pontífice mencionó el tema en la homilía, luego se supo que ha pedido a Israel que revise el permiso dado al nuevo templo. Por la tarde, el Papa instó a los líderes de las iglesias cristianas en Jerusalén a superar "la escandalosa impresión" que dan "nuestras disensiones y controversias internas" ante judíos y musulmanes.

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Ni la fiesta judía del sabat, que obligó al séquito papal a prescindir del helicóptero, ni el problema de la mezquita que está previsto construir frente a la basílica de la Anunciación de Nazaret alteraron el programa del Pontífice. Juan Pablo II celebró la misa con las jerarquías católicas de Tierra Santa en el lugar donde, según los cristianos, se produjo hace 2000 años la Anunciación del misterio de la Encarnación, uno de los más discutidos dogmas del Cristianismo. Nazaret, la ciudad donde Jesús pasó su infancia, conserva sólo ruinas de un pasado cargado de simbolismo. Todas convenientemente retocadas para recibir la avalancha de turistas, un millón al año, que visitan la ciudad, y, especialmente, la Gruta de la Anunciación, donde según el Nuevo Testamento, María recibió la visita del arcángel san Gabriel para anunciarle que concebiría al hijo de Dios.

Juan Pablo II fue recibido calurosamente por los habitantes de Nazaret (40.000 árabes y 30.000 judíos, en la nueva Nazaret, creada en 1948), una ciudad de mayoría musulmana. Miles de cristianos árabes le recibieron con afecto, agitando banderas vaticanas y pancartas con imágenes de Wojtyla e inscripciones en árabe. Pero no hubo protestas tampoco por parte musulmana, como era de suponer, después de la bienvenida otorgada al Pontífice por la jerarquía musulmana, muy satisfecha con la defensa que ha hecho de los intereses palestinos.

Un millar de fieles esperaban a Wojtyla en el interior de la basílica, un edificio desangelado, construido en 1969 sobre los restos de la basílica franciscana en torno a lo que se supone fue casa de la Sagrada Familia. En su homilía, el Pontífice pidió inspiración a la Virgen para "defender a la familia de las numerosas amenazas que pesan sobre su naturaleza, su estabilidad y su misión", pero no mencionó el áspero contencioso con los musulmanes. Sí lo hizo el patriarca latino de Jerusalén, Michel Sabbah, en su discurso de bienvenida. "Esperamos que la crisis pase gracias a la buena voluntad de todas las partes", dijo. Horas más tarde, el portavoz del Vaticano, Joaquín Navarro Valls, anunció que el Papa había pedido a las autoridades israelíes que "reexaminen" la autorización dada para el levantamiento de la mezquita.

Juan Pablo II regresó a mediodía a Jerusalén, donde visitó en privado la basílica del Huerto de Getsemaní, lugar de la detención de Jesús, según la Biblia, y presidió un encuentro con las jerarquías de las iglesias cristianas de Tierra Santa (siete en total), en la residencia de Diodoros I, patriarca greco-ortodoxo. El Papa insistió en su discurso en la necesidad de una reconciliación, "respetando plenamente las legítimas diversidades". "En Tierra Santa, donde los cristianos viven junto a judíos y musulmanes, donde hay casi a diario tensiones y conflictos", dijo, "es esencial superar la escandalosa impresión que suscitan nuestras disensiones y controversias". "Cuanto más unidos estemos", añadió, "más valor tendremos para afrontar la dolorosa realidad humana de nuestras divisiones". "Sólo reconciliados, los cristianos podrán desarrollar plenamente su papel, haciendo de Jerusalén la ciudad de Paz para todos los pueblos", concluyó.

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