JUAN POTAU
Pregunta. Estás que te sales, Potau. Estrenaste tu primera película hace unos meses, estás montando la segunda y acabas de aceptar el encargo de realizar la nueva entrega de las andanzas de Manolito Gafotas... ¿Se puede saber qué pretendes?Respuesta. Nada de particular. Sólo hacer lo que más me gusta en el mundo: explicar historias y, como persona poco amante de la realidad, mantenerme dentro del terreno de la ficción.
P. ¿Poco amante de la realidad? Pero si tú eres un vitalista, Potau, ya me gustaría a mí llegar a los 55 tacos con esa alegría.
R. Tengo mis malos momentos, como todo el mundo, pero es verdad que en general no voy por ahí llorando y quejándome. Es más, cada año me encuentro mejor. Supongo que lo pasé tan mal de joven, con una infame enfermedad de espalda que tenía y que me mantenía medio inmovilizado, que ahora que estoy mejor me lo paso divinamente... Cuando te hablo de la alergia a la realidad me refiero más bien a la fascinación que he sentido siempre por la ficción. Lo que más me gusta en el mundo es ir al cine. Era lo que más me gustaba de pequeño porque me alejaba, supongo, de una realidad de clase media-baja no muy estimulante... Tuve que empezar a currar muy joven y aún no me creo que me haya convertido en un director de cine. Supongo que siempre lo quise ser, pero me daba vergüenza decirlo. Me metí a guionista por pudor, porque ser director era como ser artista, algo muy gordo, ¿no?
P. La primera vez que vi tu nombre fue en el tebeo Strong, que yo leía de pequeño y en el que tú escribías las andanzas de dos cazurros llamados Severino y Severiano...
R. ¡Portentosa memoria la tuya! Fue uno de mis primeros trabajos. También escribí guiones para cómics de terror... Supongo que me encaminaba hacia el cine, pero despacito.
P. También trabajaste en publicidad, ¿no?
R. Y me metí en el Institut del Teatre, y un montón de cosas más... Pero no había ningún tipo de planificación, de intento de construir una carrera. Siempre he vivido al día, decidiendo en cada momento el paso siguiente.
P. Tú has hecho de todo. Recuerdo que una vez nos cruzamos en Madrid y me dijiste que estabas escribiendo unos monólogos para Las Virtudes...
R. Y no se me caían los anillos por ello. También escribí un telefilme para Lina Morgan porque estaba muy bien pagado y porque a veces, no siempre, hay encargos que te dan grima y en cuanto te pones te lo pasas estupendamente.
P. Pero un buen día te ofrecen la oportunidad de llevar a la pantalla un guión propio.
R. Y acepto, claro que sí. Me lanzo a ello y ruedo No respires, película que, por cierto, no fue a ver nadie.
P. ¿Por qué?
R. Esa película no tuvo ninguna oportunidad. Se lanzó de cualquier manera, la promoción fue nula, el productor murió antes del estreno... Alejandro Bellaba, un tipo estupendo, teníamos más proyectos... A mí me gusta esa película, pero nadie se enteró de su existencia, una lástima. Pero hice la película que quería hacer y, sobre todo, descubrí que me gustaba dirigir.
P. ¿No estabas convencido de ello?
R. Me daba miedo. No las cuestiones técnicas, que son algo más fácil de lo que parece. No merece la pena dominar los objetivos, ya tienes al director de fotografía para eso... Lo que me daba miedo era la parte física: los madrugones, a los que soy alérgico, la resistencia física que has de tener para aguantar jornadas de 12 horas... Y vi que aguantaba lo que me echaban y que me lo pasaba divinamente...Tampoco me deprimí por el fracaso comercial de No respires porque ya me había puesto a trabajar en San Bernardo.
P. Por lo que he oído, se trata de una fábula políticamente incorrecta sobre la solidaridad.
R. Más o menos. Es la historia de un chaval que se muere por ayudar a los demás y al que no aceptan en ninguna ONG porque no tiene ninguna habilidad especial. Así pues, se pone a hacer el bien con los que le rodean, que son tres mujeres: una coja, una gorda y una fea. En el ínterin, se enamora de él una mujer bellísima e interesantísima, pero él le da esquinazo porque ha decidido que su obligación es hacer felices, de manera simultánea, a esos tres fenómenos de feria... La primera secuencia de la película lo explica todo: sobre una amplia superficie nevada, el protagonista de la historia deambula desnudo, con un barrilito al cuello...
P. ¿Qué lógica tiene que te llamen a ti, un escritor, para ilustrar una historia ajena, aunque sea la del muy popular Manolito Gafotas?
R. Ninguna, pero da igual. Yo era un escritor convertido en director; ahora seré, momentáneamente, un autor convertido en director de encargo. Es un papel más en una carrera construida, como te decía antes, sobre la improvisación permanente. El sueldo es bueno y se trata de un reto más del que espero salir indemne... Si aún no me acabo de creer la suerte que he tenido, tío. El crío aquel que iba a ver Las minas del rey Salomón ha visto cumplidos sus sueños de vivir a base de explicar historias desde la pantalla.
P. Tú lo has dicho, desde la pantalla. ¿Nunca te ha dado por escribir una novela?
R. Demasiado difícil, ¿no? Tengo una manera de escribir muy visual, y la novela, con sus descripciones y tal, me da una pereza tremenda. Cada vez que lo he intentado, cuando llego a la página 20 me entran unas prisas por terminar... No sé, igual es una asignatura pendiente. Como la Universidad. Cuando me tocaba ir, mi padre me hubiera matado si le llego a decir que quería estudiar Filosofía y Letras. Para aprobar esa asignatura pendiente me dio por apuntarme a lo de los mayores de 25 años y a los seis meses me di cuenta de que aquello era un coñazo descomunal... Quizá hay asignaturas pendientes que más vale dejar como están.
P. ¿Juan o Joan? ¿Qué pongo en el epígrafe?
R. Mi padre es de Barcelona, mi madre de Soria, hay quien me llama cariñosamente Poti... Pon lo que quieras, pero tengo la impresión de que poner en un epígrafe periodístico El Poti no quedaría muy serio.
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