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Humanidades PP

A. R. ALMODÓVAR

En el verano del 97, queriendo coger desprevenida a la ciudadanía, la señora Aguirre, a la sazón Ministra de Educación y otras cosas, dejó caer por los relajados ámbitos del estío una auténtica bomba de efectos retardados: reformar las Humanidades en la Enseñanza Obligatoria y en el Bachillerato, que, según ella, estaban muy mal. Decreto por aquí, comentario por allá, superexpertos acullá... Más y mejor de todo. De Literatura, de Filosofía, de Historia, de Latín... Caramba, qué bien.

Lo malo fue la letra pequeña y la cantidad de harina, más bien poca, que el lobo se echó en la patita. No parecía que su interés fuera mejorar las condiciones de trabajo del profesorado, para éstos poder afrontar un cambio metodológico de aúpa como es el que propone la LOGSE; que las humanidades dejaran de ser un banco de datos para hacer crucigramas y pasaran a convertirse en fuente viva de placeres insondables, no. Tampoco la discriminación positiva aplicada a los centros de barrios periféricos, con mejora de servicios y atenciones complementarias para chicos con la mente volada por la televisión basura y el corazón roto por la destrucción de las familias, el paro, el sexismo galopante y la litrona, no. Ni que el eje principal del discurso de las humanidades fuera la cultura contemporánea, proyectando hacia la Historia y los sistemas sociales la problemática del hombre actual, en absoluto. Lo suyo era el "carácter unitario" de la Historia de España, mucha Historia de España. O sea, Hegel redivivo. La realidad es lo que los historiadores oficiales dicen que sea, y si no, peor para la realidad. En cuanto salió por aquella boquita lo de unitario, se le cayó toca la harina al suelo y catalanes y vascos le montaron un pollo de mil pares. La izquierda se fajó y el parlamento entero se echó encima del Gobierno, dándole con el decreto en todo el centro... de la máscara. Aquello sí que fue histórico. Aprisa y corriendo, ya saben, ¡una comisión!

Seis meses nos tuvo enredados la señora Ministra a los incautos que formamos parte de aquello. Seis meses yendo y viniendo, papeles hasta el techo, reuniones infinitas. Ya en los últimos combates nos dimos cuenta de que doña Esperanza no es que tuviera ideas equivocadas, es que no tenía la más pajolera de lo que se estaba hablando. La LOGSE, que necesita un master para su más mínima comprensión -ésa es otra-, se reducía para ella a la consigna recibida: más España. Algo sacamos, no obstante: 18 recomendaciones, fruto del inteligente consenso al que nos llevó Díaz Ambrona, con más paciencia que el Santo Job. Pero que a estas alturas debe sentirse el hombre como el que suscribe: más o menos como si una tribu de sioux hubiera pasado por su cabellera. Pues he aquí que después de tanto revuelo -y tanto gasto- aquel voluminoso informe de junio del 98 fue archivado directamente... en la papelera. A la señora Ministra, en vez de ponerle una plana para que escribiera mil veces "no se dice unitario, no se dice unitario", la sacaron de la enfermería y la llevaron directamente a la Unidad de Quemados de la Política Española, o sea, al Senado. Y como allí se conoce que no tiene mucha tarea, el señor Aznar la manda de vez en cuando a misiones. Eso sí, ella de Educación no dice nunca ni pío.

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