Caballeros blancos
Desde que hace diez días Joaquín Almunia anunció la disposición del PSOE a coordinar con IU sus estrategias electorales y a negociar el programa común que pudiera servir de base a un Gobierno de coalición en caso de victoria, los dirigentes del PP y los medios de comunicación a su servicio (sean del Gobierno, de Telefónica o de empresas editoriales) se lanzaron a un remedo de Santa Cruzada a fin de deslegitimar esa original iniciativa. Para abrir boca, los portavoces políticos y mediáticos de los populares lanzaron un alarmante mensaje sobre las catastróficas consecuencias del eventual Gobierno socialcomunista para la marcha de la economía española; la presentación de candidaturas conjuntas al Senado de los socialistas catalanes y Esquerra Republicana permitió rematar ese sombrío cuadro de ominosas predicciones con alusiones al peligro rojo-separatista. Aznar incurrió incluso en la bobada de pronosticar la salida de la peseta del euro si Almunia gana las elecciones, olvidando en su enrabietado ataque de ofuscación la militancia política de los presidentes de varios países de la Unión Europea: si los jefes del Ejecutivo de Alemania, Gran Bretaña, Italia, Portugal, Grecia, Dinamarca, Finlandia, Holanda y Suecia son miembros de la Internacional socialista, Francia está gobernada por los socialcomunistas.Como pone de manifiesto el reciente ejemplo de Austria, las amenzas para la Unión Europa no provienen de la izquierda: si el neofascista Halder llega al gobierno será con el apoyo del Partido Popular austríaco, homólogo del PP. Pero la evocación del fantasma que recorríó Europa de la mano de Marx en 1848 no suscita en el año 2000 las preocupaciones previas a la caída del muro de Berlín; los publicistas al servicio del PP -una heterogénea coalición de ideólogos conservadores, falangistas reconvertidos, comunistas conversos y farsantes maquillados de izquierdistas- concilian los sermones sobre las postrimerías de la civilización occidental con argumentos menos pavorosos y más modernos. Algunos apologistas del Gobierno se disfrazaron de caballeros blancos para proteger a IU de la supuesta OPA hostil asestada por el PSOE contra su independencia. La propuesta de que la coalición encabezada por Frutos retirase sus candidaturas en las 34 circunscripciones provinciales donde nunca ha tenido representación parlamentaria (tampoco el PCE en sus horas altas de 1977 y 1979) y encauzase los votos de sus electores hacia el PSOE fue interpretada por estos hidalgos protectores de viudas, huérfanos e izquierdistas auténticos como el avieso ultimatum lanzado por Almunia para encerrar a Frutos en los cuernos de un tramposo dilema: si IU se retiraba de las 34 circunscripciones se suicidaría, pero si rechazaba la oferta sería acusada por los socialistas de ayudar a la derecha a ganar las elecciones.
Cuando el desarrollo de la negociación mostró que la propuesta del PSOE no era un ultimatum sino un comienzo, los caballeros blancos adoptaron una estrategia de recambio: los socialistas ya no eran unos insolentes bravucones dispuestos a arrinconar a IU mediante una tramposa oferta, sino unos pobres pardillos enredados por sus astutos interlocutores. En vez de reconocer que la iniciativa del PSOE no era una trampa para cazar elefantes-como habían sostenido hasta ese momento-, sino el arranque de una negociación en regla, se limitaron con descaro a cambiar de opinión de la noche a la mañana. Con incontenible regocijo, el director del diario El Mundo (anfitrión de la cena con señoras en la que Aznar y Anguita concertaron su pinza contra el PSOE el 22 de julio de 1994) explicó a sus lectores que el atolondrado Almunia había sido una "generosa hada madrina" para Frutos; la torpeza de los socialistas, enredados por la diabólica habilidad de los negociadores de IU, habría logrado el milagro de sacar del pozo a la coalición, abriéndole unas esperanzadoras perspectivas electorales que no habrían existido si al PSOE no le estalla en las manos su oferta-trampa.
La inquietud del Gobierno y de sus amigos periodísticos ante la oferta de Almunia tiene fácil explicación. Aunque una desenfrenada campaña demagógica del PP sobre los peligros de la unidad de la izquierda lograse morder votos socialistas por el centro, la reacción ciudadana ante esa burda manipulación y los eventuales acuerdos operativos entre el PSOE e IU (bien limitados a un programa de mínimos y a un pacto de investidura, bien ampliados a determinadas circunscripciones para el Senado y el Congreso) podrían movilizar al electorado de izquierda en beneficio por igual de ambas formaciones.