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Putin, presidente de la debilitada alianza de países ex soviéticos

Rusia vive un amargo momento histórico, pero los 11 países de la Unión Soviética (todos menos los bálticos) con los que formó la Comunidad de Estados Independientes están todavía peor. No es por ello de extrañar que, sin apenas discusión, los líderes de todos ellos decidieran nombrar ayer a Vladímir Putin presidente del Consejo de Jefes de Estado.No les importó siquiera que el antiguo teniente coronel del KGB ocupe su cargo de presidente con carácter interino. Desde el georgiano Edvard Shevardnadze hasta el kazajo Nursultán Nazarbáyev o el ucraniano Leonid Kuchma saben, como la mayoría de la población rusa, que sólo una hecatombe puede impedir que Putin se convierta en presidente por la gracia de las urnas, y probablemente en la primera vuelta electoral, el 26 de marzo.

Putin no se comporta como un líder provisional. Tampoco se espera que lo haga en plena guerra de Chechenia, donde Rusia se juega el ser o no ser, y que se ha convertido en el puente que él tiene que cruzar sin caerse para mantener el impulso ganador.

Rusia tiene tantos habitantes como sus 11 socios de la CEI juntos (aunque su población sigue bajando, 700.000 en 1999), y su crisis económica casi parece un periodo de bonanza (el PIB aumentó el 3,2% el año pasado) comparada con la que sufren sus socios, algunos de los cuales todavía dependen de Moscú, como Ucrania con el petróleo.

Tradición imperial

Las tropas rusas, aunque ya no sean sino una pálida sombra del Ejército Rojo, conservan una cierta tradición imperial en el espacio ex soviético. Sostienen al régimen tayiko, actúan como fuerza de paz en Abjazia (Georgia) y defienden a la población rusa en el Trandsniéster (Moldavia). Putin interpretó ayer el papel que se esperaba de él, y defendió la vigencia de una asociación convertida en copia fallida de la UE, y donde mantener la influencia de Moscú resulta cada vez más difícil. Georgia coquetea con la OTAN, Moldavia recupera sus raíces rumanas, Azerbaiyán hace negocios petroleros con Occidente y Asia Central busca su identidad en el olvido de su pasado soviético. Lo más que puede hacer Putin es ralentizar ese proceso de disgregación.

Durante la cumbre, el presidente ruso intentó asimismo jugar el papel de mediador o pacificador que siempre han jugado, o impuesto, los líderes de los grandes imperios. En sus reuniones con los presidentes de Armenia y Azerbaiyán, intentó que ambos acercaran sus posiciones respecto al conflicto del Alto Karabaj, ocupado por los armenios durante una guerra que se cobró 20.000 vidas, y cerrada en falso en 1994, con una tregua punteada desde entonces por choques violentos. Al mismo tiempo, Putin intentó promover un sistema de seguridad común en el Cáucaso y trató con sus homólogos de Asia Central la forma de hacer frente a un enemigo común: el integrismo islámico.

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