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Una inmensa memoria. El amor a la lengua, a la naturaleza y a la literatura marcaron precozmente al escritor de las "Rondalles valencianes"

"Una vista en cierta manera grandiosa y atractiva y sobre todo diferente a cualquier otra panorámica del mundo". Así describía Enric Valor "las cuatro sierras que rodean la Foia de Castalla", su paisaje natal, aquel que recorrería muchas veces como cazador y amante de la naturaleza y que describiría como novelista con una notable pericia. Su trilogía novelística central, el Cicle de Cassana, está ambientada en ese ámbito y en una época, la de la transición de la vieja sociedad decimonónica a los avatares y arrebatos del siglo XX, que reprodujo minuciosamente gracias a su capacidad para el detalle y la evocación. Dotado de una "inmensa y fresca memoria", como ha recordado su editora, Rosa Serrano, en el libro Converses amb un senyor escriptor (Tàndem, 1995), Valor tuvo unos padres preocupados por la literatura. A los 10 años, tras renunciar a leer Los Miserables de Víctor Hugo, que le pareció un libro pesadísimo, se atrevió con Flaubert y su Madame Bovary, que devoró con fruición. No era mucho mayor cuando emprendió su primer intento novelístico sobre las teclas de una máquina Yost norteamericana que le regaló su padre. Todavía en la vejez era capaz de recitar algunos poemas humorísticos leídos en su infancia en la revista catalana L"esquella de la torratxa o fragmentos del Tenorio de Zorrilla que ensayó con un grupo de teatro de la CNT en Alicante en los años treinta.Afiliado un tiempo al Partido Comunista en aquella época tras una reflexiva revisión de las teorías de emancipación social, fue un nacionalista precoz, desde sus tiempos en la Agrupació Regionalista Alacantina. "Por mi edad, formo parte de lo que llaman la generación del 32, pero no viví mucho la preparación y la firma de las Normas de Castellón", comentó, para añadir con sorna: "De todas maneras, yo ya estaba normativizado". Defensor de un valenciano culto y rico, nunca tuvo dudas sobre la unidad de la lengua catalana y dedicó muchos de sus esfuerzos intelectuales a la gramática y la lexicografía. "Joan Coromines es para mí el mejor filólogo del mundo. Cada palabra de su inmenso diccionario es una novela", aseguraba.

Vinculado a la intelectualidad valencianista de la República y la posguerra, conoció a Carles Salvador, Josep Giner, Xavier Casp, Manuel Sanchis Guarner, Joan Fuster y un largo etcétera. El ensayista de Sueca le recomendó una vez: "No te preocupes tanto de ser moderno ni de hacer cosas extrañas. Sé sincero contigo mismo al narrar y la estética o la técnica que utilices será actual, porque tú eres un hombre de hoy". Agradeció el consejo, recibido tras el regusto agridulce de su primera novela, L"ambició d"Aleix (1960), que siempre se sintió impelido a corregir y que corrigió.

"En mí, el amor a la naturaleza ha competido siempre con el amor a la literatura", confesó el escritor, que tuvo una especial sensibilidad hacia la oralidad. Después de transportar carbón y madera y de regentar con su hermano Josep, el emprendedor de la familia, un importante taller de automóviles, dio con sus huesos en la cárcel Modelo, junto a su hermano, por un asunto económico en el que se vieron implicados debido a su relación con Francisco Soriano, administrador de la Prensa del Movimiento en Valencia en los años sesenta e impulsor del proyecto de un salto hidráulico gestionado por la firma Fuerzas Eléctricas del Turia, SA (Fetusa). En prisión, entre otras cosas, emprendió la escritura de sus Rondalles valencianes, una recreación de la narrativa oral que su memoria había registrado en pueblos y comarcas. "De las 36 rondallas valencianas que he literaturizado después de un largo e interesante trabajo de recopilación por el sur del País Valenciano, la mitad, o sea 18, fueron redactadas por mi en aquella triste oportunidad", le explicó a Rosa Serrano. Gracias a aquella "triste oportunidad", la cultura valenciana cuenta con uno de sus más emocionantes y vigorosos tesoros.

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