La historia más dolorosa de la ONU
Resumen del estremecedor documento de Naciones Unidas sobre su pasividad ante la matanza de civiles en la ciudad bosnia
La tragedia ocurrida tras la caída de Srebrenica es espantosa por dos razones. Es espantosa, ante todo, por la magnitud de los crímenes cometidos. Europa no presenciaba matanzas de estas dimensiones desde los horrores de la II Guerra Mundial. Se han hallado los restos de casi 2.500 hombres y niños, esparcidos por la tierra, en fosas comunes y cementerios pequeños. Aún siguen sin aparecer varios miles de hombres más, y todo indica que en otros enterramientos que se han investigado, pero en los que aún no se han realizado exhumaciones, se descubrirán los cuerpos de miles de hombres y niños más. La gran mayoría de ellos no murieron en combate: los cuerpos exhumados muestran que muchos tenían las manos atadas o los ojos vendados, o recibieron un tiro en la nuca.La caída de Srebrenica resulta espantosa, asimismo, porque los habitantes del enclave creían que la autoridad del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, la presencia de las fuerzas de pacificación de la Unprofor y la capacidad aérea de la OTAN bastarían para garantizar su seguridad. Por el contrario, las fuerzas serbias ignoraron al Consejo, apartaron a un lado a las tropas de Unprofor y calcularon, acertadamente, que no se iba a utilizar la fuerza aérea para detenerlos. Se apoderaron con facilidad de la zona de seguridad de Srebrenica y procedieron a despoblar el territorio en el plazo de 48 horas. A continuación, sus dirigentes entablaron negociaciones de alto nivel con los representantes de la comunidad internacional, mientras sus soldados ejecutaban y enterraban a miles de hombres y niños en cuestión de días.
Existen varias preguntas a las que es preciso responder. Las principales son: ¿cómo se permitió que ocurriera todo eso?, y ¿cómo va a garantizar la ONU que, en el futuro, ninguna fuerza de pacificación vuelva a ver cómo se produce un desastre de esta naturaleza ante sus propios ojos?
El papel de Unprofor.
Al atribuir las responsabilidades por los sucesos de Srebrenica, numerosos observadores se han apresurado a designar a los soldados del batallón holandés de Unprofor. Les acusan de no haber detenido el ataque serbio y de no proteger a los miles de personas que buscaron refugio en su campamento.
En cuanto a la primera crítica, el comandante del batallón holandés pensó que los bosnios no podrían defender Srebrenica por sí solos y que las fuerzas que él mandaba no podían actuar verdaderamente sin apoyo de la aviación. Por consiguiente, pidió el uso de la capacidad aérea en varias ocasiones, incluso después de que los serbios hubieran capturado a muchos de sus soldados como rehenes y cuando existía el peligro de represalias. Sus superiores, en distintas instancias, hicieron caso omiso de esas solicitudes; en algunos casos es posible que ni las recibieran, un ejemplo más de los problemas en la cadena de mando que Unprofor ha padecido a lo largo de toda su historia.
Es verdad que las tropas holandesas de Unprofor en Srebrenica nunca dispararon contra los atacantes serbios. Si se hubieran enfrentado es posible que las cosas hubieran tenido una evolución distinta. Pero hay que tener en cuenta que los 150 soldados del batallón holandés disponían sólo de armamento ligero y se encontraban en posiciones indefendibles, frente a 2.000 serbios que avanzaban con el apoyo de unidades blindadas y artillería.
Resulta más difícil explicar por qué los miembros del batallón holandés no ofrecieron informaciones más exhaustivas sobre las escenas que estaban produciéndose a su alrededor tras la caída del enclave. Quizá, si hubieran informado inmediatamente de dichos indicios a la cadena de mando de Naciones Unidas, la comunidad internacional se habría visto obligada a reaccionar con más energía y mayor rapidez, y habrían podido salvarse algunas vidas. Este fallo en la transmisión de información no se limitó a la caída de Srebrenica, sino que se trató de un defecto endémico a lo largo de todo el conflicto.
El papel de las fuerzas bosnias.
También se han hecho críticas a la actuación de los bosnios en Srebrenica; entre ellas, que no se desmilitarizaron por completo y que no hicieron lo suficiente para defender el enclave. Estos dos argumentos parecen, en cierto modo, contradictorios. En cuanto a la primera crítica, hay que advertir que el Gobierno bosnio había llegado a acuerdos de desmilitarización con los serbios, unos acuerdos fomentados por Naciones Unidas. Y, si bien es cierto que los combatientes bosnios en Srebrenica no se desmilitarizaron totalmente, sí lo hicieron lo bastante como para que la Unprofor emitiera un comunicado de prensa, el 21 de abril de 1993, en el que afirmaba que el proceso había sido un éxito. Los serbios nunca renunciaron a sus armas pesadas.
Sobre la acusación de que los bosnios no hicieron lo suficiente para defender Srebrenica, expertos militares consultados a este respecto están bastante de acuerdo en que los bosnios no podían defender Srebrenica durante mucho tiempo frente a un ataque coordinado, con el apoyo de unidades blindadas y artillería. Los defensores formaban un ejército indisciplinado, desentrenado, mal armado y totalmente aislado. Tras más de tres años de asedio, la población estaba desmoralizada, asustada y, con frecuencia, hambrienta. No había dudas sobre el resultado.
A pesar de tener todo en contra, los bosnios pidieron a la Unprofor que les devolviera las armas que habían entregado en virtud de los acuerdos de desmilitarización de 1993. Pero la Unprofor denegó la solicitud porque, como explicó uno de sus jefes, "defender el enclave era responsabilidad nuestra, no de ellos". Dados el escaso número y la mala calidad de las armas bosnias en poder de la Unprofor, parece improbable que su devolución hubiera supuesto alguna diferencia significativa en el resultado; pero los bosnios, en aquel momento, estaban siendo atacados y deseaban resistir con cualquier medio a su alcance, y la Unprofor les negó el acceso a armas que eran suyas.
El papel de la fuerza aérea.
¿Por qué no se utilizó la capacidad aérea de la OTAN para atacar a los serbios antes de que entraran en Srebrenica? Algunas personas han explicado que no se autorizó antes, pese a las repetidas peticiones del comandante del batallón holandés, porque el jefe de las fuerzas o algún otro responsable había renunciado a emplearla contra los serbios a cambio de que se liberara a los funcionarios de la ONU capturados en mayo y junio de 1995. En la elaboración del presente informe no se ha encontrado nada que sustente esta opinión.
Lo que está claro es que nos mostramos profundamente reacios a usar la fuerza aérea contra los serbios por cuatro razones fundamentales. Pensamos que, si usábamos nuestra capacidad aérea contra los serbios, parecería que habíamos emprendido una guerra contra ellos, algo que el Consejo de Seguridad no había autorizado y que podía resultar fatal para el mantenimiento de la paz. En segundo lugar, corríamos el riesgo de que el proceso se descontrolara: una vez que "se encendiera la mecha" no sabíamos si seríamos capaces de "apagarla", y ello tendría graves consecuencias para la seguridad de las tropas que nos habían confiado los Estados miembros. En tercer lugar, creíamos que el uso de la capacidad aérea sería un obstáculo para lo que considerábamos la misión primordial de la Unprofor: la creación de un entorno en el que la ayuda humanitaria pudiera llegar a la población civil del país. Y en cuarto lugar, temíamos las represalias de los serbios sobre nuestras fuerzas pacificadoras.
Preguntas sin respuesta.
La primera pregunta se refiere a la posibilidad de que el Gobierno bosnio y la facción serbobosnia, quizá con el conocimiento de uno o más Estados del Grupo de Contacto, se pusieran de acuerdo en que los bosnios no defendieran demasiado Srebrenica a cambio de que los serbios no defendieran demasiado el territorio en torno a Sarajevo. Pero ninguna de las pruebas examinadas sugiere que alguna parte, fuera bosnia o internacional, imaginara o aprobase la caída de Srebrenica, aparte de quienes ordenaron y realizaron el ataque contra el enclave.
La segunda pregunta se refiere a la posibilidad de que la ONU, o uno o varios de sus Estados miembros, dispusiera de informaciones que señalaban que se estaba preparando un ataque serbio contra Srebrenica. Puedo confirmar que Naciones Unidas, que dependía de los Estados miembros para obtener ese tipo de información, no tuvo ningún conocimiento de la ofensiva serbia por anticipado. De hecho, la falta de un servicio de información, unida al rechazo de los Estados miembros a compartir informaciones delicadas con una organización tan abierta e "insegura", desde su punto de vista, como la ONU, es una de las mayores lacras operativas con las que nos encontramos en todas nuestras misiones.
El papel del Consejo de Seguridad y los Estados miembros.
La comunidad de naciones decidió responder a la guerra en Bosnia y Herzegovina con un embargo de armas, ayuda humanitaria y el despliegue de una fuerza de pacificación. Es preciso afirmar claramente que tales medidas no fueron más que pobres sustitutos de una acción más enérgica y decisiva para evitar el horror que estaba produciéndose. El embargo de armas sirvió para poco más que congelar el equilibrio militar dentro de la antigua Yugoslavia. Dejó que los serbios ocuparan una posición de abrumador dominio militar y privó a la República de Bosnia y Herzegovina de su derecho a defenderse, tal como se prevé en la Carta de las Naciones Unidas.
La ayuda humanitaria tampoco fue reacción suficiente contra la limpieza étnica y el intento de genocidio. El problema, que exigía una solución política y militar, era que un Estado miembro de la ONU, en gran parte indefenso debido a un embargo de armas que le había impuesto Naciones Unidas, estaba siendo descuartizado por fuerzas empeñadas en su destrucción.
Tampoco era una respuesta coherente al problema el despliegue de una fuerza de pacificación. No se daba ninguna de las condiciones necesarias para el despliegue de tropas pacificadoras: no existía ningún acuerdo de paz -ni siquiera un alto el fuego en vigor-, no había un deseo claro de paz y los beligerantes no habían accedido con claridad a ninguna medida. No obstante, a falta de otra cosa, el Consejo de Seguridad decidió que se desplegara la fuerza de pacificación de Naciones Unidas. Las tropas, equipadas sólo con armas ligeras, muy visibles en sus vehículos blancos, repartidas por el país en numerosos puestos de observación imposibles de defender, pudieron confirmar lo evidente: no había ninguna paz que mantener.
Al actuar así, el Consejo confiaba, sin duda, en que las "partes en conflicto" respetarían sobre el terreno la autoridad de la ONU y no iban a obstruir ni atacar sus actividades humanitarias. Pronto se vio que, con el final de la guerra fría y el aumento de las fuerzas irregulares, las antiguas reglas del juego ya no eran válidas.
La incapacidad de comprender los objetivos de guerra serbios.
Ya antes de que comenzara el ataque a Srebrenica, tanto la Secretaría como los Estados miembros eran conscientes de que las zonas de seguridad no eran verdaderamente "seguras". La desmilitarización parcial de los enclaves no mejoró su seguridad. Antes al contrario, los convirtió en blancos más fáciles para los serbios.
La cuestión fundamental -desde el punto de vista político, estratégico y moral- para la protección de las "zonas de seguridad" fue el carácter esencial de la limpieza étnica. En su ambición global de tener una Gran Serbia, los serbios se propusieron ocupar el territorio de los enclaves; querían apoderarse de las tierras. Los habitantes civiles de esas zonas no fueron víctimas casuales de las agresiones, sino que su muerte o expulsión era el objetivo fundamental de los ataques. La utilización del terror salvaje -consistente principalmente en matanzas masivas, violaciones y el trato brutal a los civiles- para expulsar a la población se usó, sobre todo, en Bosnia y Herzegovina, donde adquirió el eufemismo tristemente famoso de limpieza étnica.
La incapacidad de comprender en todo su alcance los objetivos de guerra serbios puede explicar, en parte, por qué la Secretaría y la misión pacificadora no reaccionaron con más rapidez y decisión cuando los serbios comenzaron su ataque a Srebrenica. De hecho, en lugar de intentar movilizar a la comunidad internacional para que ayudara a la defensa de los enclaves, dimos al Consejo de Seguridad la impresión de que la situación estaba bajo control, y muchos creímos que así era. El día anterior a la caída de Srebrenica informamos que los serbios no estaban atacando, cuando sí lo estaban. Informamos que los bosnios habían disparado contra una posición de bloqueo de la Unprofor, cuando habían sido los serbios. No mencionamos las peticiones urgentes de apoyo aéreo. Algunos casos de información incompleta e imprecisa al Consejo pueden atribuirse a los problemas de comunicación con el campo de operaciones. Pero en otras ocasiones la información era un ejemplo de la tendencia general a suponer que ambas partes eran igualmente responsables de las transgresiones cometidas.
Al final, los objetivos de guerra serbobosnios se rechazaron en el campo de batalla, y no en la mesa de negociaciones. Y cuando, en junio de 1995, la comunidad internacional proporcionó a la Unprofor una fuerza de reacción inmediata, bien equipada, nosotros nos opusimos a que se hiciera un uso importante de ella para aplicar nuestro mandato. Cuando la Unprofor actuó con decisión, por fin, en agosto y septiembre de 1995, contribuyó a acabar con la guerra.
Lecciones para el futuro.
Las fuerzas pacificadoras no deben volver a desplegarse jamás en un entorno en el que no exista un alto el fuego o un acuerdo de paz. Nunca más debe decirse a las tropas de pacificación que deben utilizar sus intrumentos de paz -soldados equipados con armas ligeras y en posiciones dispersas- para imponer con medios militares la difusa voluntad de la comunidad internacional a una u otra de las partes en conflicto. Si no se proporcionan los recursos necesarios -y no se elaboran los juicios políticos, militares y morales necesarios-, será imposible realizar la tarea.
Las zonas protegidas y de seguridad pueden ser útiles para defender a los civiles en un conflicto armado. Pero es evidente que, o bien se desmilitarizan y se establecen por acuerdo de las partes en conflicto, como en las "zonas protegidas" y "refugios de seguridad" que reconoce el derecho humanitario internacional, o tienen que ser zonas verdaderamente "seguras", defendidas por un instrumento disuasorio militar que resulte creíble.
La forma que tuvieron la Secretaría de Naciones Unidas, el Consejo de Seguridad, el Grupo de Contacto y otros Gobiernos involucrados de abordar la guerra en Bosnia y Herzegovina tuvo determinadas consecuencias políticas y militares. En lo político, implicó negociaciones permanentes con los arquitectos de las políticas serbias, Milosevic y Karadjic. En el plano militar, provocó un proceso de negociación y dependencia respecto al general Mladic, cuya voluntad implacable de limpiar Bosnia oriental -y Sarajevo, si hubiera sido posible- de bosnios era clarísima y condujo, de forma inexorable, a Srebrenica. En varios momentos a lo largo de la guerra, estas negociaciones se convirtieron en mera labor de apaciguamiento.
La comunidad internacional, en su conjunto, debe aceptar su parte de responsabilidad por haber permitido el trágico desarrollo de los acontecimientos con su prolongada negativa al uso de la fuerza en las primeras fases de la guerra. Dicha responsabilidad la comparten el Consejo de Seguridad, el Grupo de Contacto y otros Gobiernos que contribuyeron al retraso, así como la Secretaría de Naciones Unidas y la misión sobre el terreno. No obstante, la responsabilidad fundamental y más directa reside, sin duda, en los arquitectos y ejecutores del intento de genocidio en Bosnia. Radovan Karadjic y Ratko Mladic, junto con sus principales colaboradores, han sido condenados por el Tribunal Penal Internacional para la antigua Yugoslavia. A fecha de hoy, siguen en libertad. Es preciso hacer que respondan por los salvajes crímenes de los que se les ha inculpado.
La lección crucial de Srebrenica es que, ante un intento deliberado y sistemático de aterrorizar, expulsar o asesinar a todo un pueblo, hay que responder de forma decidida, por todos los medios posibles y con la voluntad política de llevar las decisiones a la práctica hasta sus últimas consecuencias lógicas. En los Balcanes, durante esta década, se ha podido aprender esta lección no en una, sino en dos ocasiones. En ambos casos, Bosnia y Kosovo, la comunidad internacional intentó lograr un acuerdo negociado con un régimen asesino y sin escrúpulos. En ambos casos fue necesario el uso de la fuerza para detener la matanza y expulsión planeadas y sistemáticas de civiles.
La experiencia de Naciones Unidas en Bosnia fue una de las más difíciles y dolorosas de nuestra historia. Hemos examinado con el mayor pesar y remordimiento nuestras acciones y decisiones ante el ataque a Srebrenica. Las equivocaciones, los errores de cálculo y la incapacidad de reconocer la dimensión del mal al que nos enfrentábamos hicieron que fracasáramos en nuestra tarea de salvar a la población de Srebrenica de la campaña asesina serbia. Nadie lamenta tanto como nosotros las oportunidades que perdimos de tener paz y justicia. Nadie lamenta tanto como nosotros que la comunidad internacional no fuera capaz de emprender una acción decisiva para poner fin al sufrimiento y terminar con una guerra que había causado tantas víctimas. Srebrenica cristalizó una realidad que Naciones Unidas y el mundo en general entendieron demasiado tarde: que Bosnia era una causa moral, además de un conflicto militar. La tragedia de Srebrenica es un espectro que habitará siempre en nuestra historia.
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