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El "efecto Lafontaine"

Así como hemos hablado de un efecto Borrell, también cabría hablar, aunque en sentido inverso, de un efecto Lafontaine que daría cuenta del desplome de la socialdemocracia alemana. El primero consistió en un rápido crecimiento de las expectativas que se produjo al ganar, contra todo pronóstico, el candidato que se pensó que acabaría con los responsables de haber transformado al partido socialista en uno neoliberal, que no sólo olía a caudillismo y corrupción, sino sobre el que caía la sombra de horrendos crímenes. Efecto que se desinfló al poco tiempo, al quedar claro que al candidato nunca se le había pasado por la cabeza una revisión audaz de las personas y de las ideas, dispuesto a asumir el alto de riesgo de romper con el viejo aparato. Pusilánime y calculador, trató únicamente de colocarse en la cúspide, perdiendo así la ocasión de emprender una verdadera renovación, que la base del partido y amplios sectores sociales sentían tan necesaria. Una vez que la vieja guardia superó el miedo a ser barrida, en poco más de un año le hizo sufrir todas las humillaciones, hasta obligarle a tirar la toalla en un momento en que, habiendo partido, al iniciarse el efecto Borrell, de un empate técnico, la diferencia con el PP había llegado a casi cinco puntos.Las derrotas electorales en Hesse, en las elecciones europeas, en el Sarre, en Turingia y en Sajonia tienen mucho que ver con lo que llamaría el efecto Lafontaine. El descalabro de la socialdemocracia es consecuencia directa de la dimisión del ministro de Hacienda y presidente del partido. La victoria del SPD hace un año fue clamorosa, debida a dos factores también excepcionales: el cansancio del electorado con la persona de Helmut Kohl, político que con la unificación ha pasado a la historia, pero que, pese a sus promesas, no supo encontrar el momento para retirarse.

La derrota de los demócratas cristianos fue en buena parte fruto del cansancio del electorado ante un político de éxito que dura demasiado, fenómeno que podría repetirse en las elecciones catalanas. El segundo factor consistió en que Lafontaine amañase una doble candidatura, la suya personal con un programa socialdemócrata renovador que atraía a la izquierda y a los sectores sociales abiertos al cambio, pero que no hubiese sido suficiente para triunfar, junto con la de Schröder, líder mediático, que además contaba con el apoyo de algunos sectores industriales. Abarcar un amplio abanico, desde la izquierda hasta el centro, es la fórmula ideal para ganar elecciones, pero no tanto para gobernar.

El que Lafontaine plantease algunas reformas en la economía global, como la necesidad de regular los mercados financieros internacionales, o la de reducir el peso de Estados Unidos en el Fondo Monetario Internacional, trajo consigo una campaña internacional de descrédito, que se hizo todavía más violenta en el ámbito nacional, al proponer una reforma fiscal y unas políticas sociales que no gustaban al empresariado.

Lafontaine dimite cuando más arrecia la campaña y se convence de que se ha quedado solo -incluso los ministros que había nombrado le dan la espalda-, sin posibilidad alguna de llevar adelante las reformas socialdemócratas programadas.

Se ha reprochado a Lafontaine el que hubiera dimitido de la presidencia del partido sin consultar con nadie y sobre todo sin esperar a un congreso. Pero los mismos que lo critican saben que la forma tan inusual que elige para retirarse supone un sacrificio que hace por su partido, seguro de que si hubiese dimitido de ministro y se hubiera quedado de presidente del partido, las consecuencias hubieran sido mucho más graves, al implicar una dinámica de guerra interna, con un riesgo grande de ruptura.

El electorado votó a Lafontaine y a Schröder; al dimitir el primero, por no poder llevar a cabo el programa socialdemócrata anunciado, retira la confianza a un SPD dirigido por un canciller, que sin consultar con nadie firma con Tony Blair un documento que reniega de la política socialdemócrata aprobada por los órganos del partido, y pone en marcha una política todavía más restrictiva que la que había realizado Kohl.

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