_
_
_
_
_
Reportaje:

El flamenco se toca con arco

En torno a una de las mesas del Lagá del Tío Parrilla, en el corazón gitano de Jerez, Bernardo hace memoria. Al fresco de este emblemático tablao, habla pausadamente, bajo la absorta mirada de Lorenzo, su hermano menor, y de Sergio, Espinelli, el técnico de luces por excelencia de los nuevos flamencos. Recuerda su primera infancia en el Barrio de Santiago, la presencia habitual en su casa de Terremoto, de Borrico, de su tío Parrilla y otros inolvidables maestros de lo jondo. Bernardo salió de allí siendo un churumbel y ahora regresa convertido en figura. Comenzó tocando la guitarra, pero por no perder en las comparaciones con su hermano Manuel, que, según dice, "con 12 años era un niño prodigio", se decantó hacia el violín. "En aquel tiempo Jorge Pardo había puesto de moda la flauta, pero nadie tocaba el violín en el flamenco. Hasta que mi padre pudo costeármelas, recibí clases en una academia. Luego seguí preparándome por mi cuenta, me instalé en Madrid y comencé a trabajar con gente como La Tate, El Bola, Ketama o el mismo Ray Heredia, que me ayudó mucho", explica. Sin embargo, sería al lado de artistas como Antonio Canales, El Viejín o Ramón Jiménez con quienes el joven Parrilla alcanzaría su máximo desarrollo como músico. "Al principio, provocaba cierto rechazo entre el público más cerrado oír un violín en una bulería o unos tangos. Yo pensaba: Bueno, tú haces flamenco con la voz, tú con la guitarra, y yo lo expreso tocando el violín. Nunca tuve dudas sobre esto: Lo importante es llevarlo dentro", asegura el artista. Amante de Stephan Grapelli y admirador de Carles Benavent, el currículo profesional de Bernardo Parrilla resulta, a sus 30 años, impresionante. Su nombre figura en los créditos de discos como Guitarra gitana, de Tomatito; El orgullo de mi padre, de Pepe de Lucía; El que no corre vuela, de Ray Heredia; Lorca, de Enrique Morente... Desde Cuba hasta Japón ha tocado con la misma ilusión para figuras como Carmen Linares y para renovadores como Navajita Plateá, La Chiqui o Ketama. No obstante, uno de los momentos más emocionantes de su carrera llegó el año pasado, cuando Parrilla actuó con la compañía de Antonio Canales en el Teatro Villamarta de su ciudad natal. "Mis padres no me habían visto tocar desde que me quedé en Madrid, por eso cuando llegó la hora de mi solo lo hice para ellos. Para que vieran que no se habían equivocado conmigo y pudieran sentirse orgullosos de mí", recuerda. Ahora, Bernardo Parrilla siente que ha llegado el momento de intentar alguna aventura en solitario. Aunque dispone de varias composiciones propias, le gustaría contar con el mejor material a su alcance, e incorporar colaboraciones de amigos como Tomatito o José Miguel Carmona. "Lo que de verdad me gustaría hacer es grabar un disco con mis hermanos, pero algo flamenco, sin pensar en lo comercial. No tengo afán de hacerme famoso, sino de expresar a través del arte lo que soy y lo que llevo dentro", dice. Para Bernardo no existe techo, sabe que el público es exigente y que el aprendizaje del músico es una feliz condena para toda la vida. "Me gustaría ser recordado como un violinista que lo ha dado todo por el flamenco", afirma. Sobre los nuevos valores del violín que han proliferado en este género, Parrilla no parece tener miedo a la competencia, consciente de su ventaja sobre el resto: "Sigo esperando con paciencia a que salga alguien que me sorprenda y me haga trabajar más todavía".

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_