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El interés general europeo

Josep Ramoneda

Solapando las elecciones europeas con las municipales se consigue dar cierta apariencia de interés de la ciudadanía española por Europa. El tirón de la política local asegura una participación aceptable en el voto europeo. Una vez en el colegio electoral, da lo mismo introducir una papeleta, dos o tres. Pero sólo se engaña quien quiere y la verdad es que tampoco en España ha cundido la idea de que hay que tomarse en serio la construcción de la Europa política. Circunstancias imprevisibles han hecho que la campaña electoral coincidiera con la guerra de Kosovo. La campaña electoral en España ha sido impermeable a los signos que venían de los Balcanes. Lo cual no ha ocurrido, por ejemplo, en Francia, donde todas las fuerzas políticas se han pronunciado sin ambigüedad sobre la organización futura de la defensa europea o sobre los conflictos de intereses en la política exterior de la Unión. De modo que se ha dejado pasar otra oportunidad de crear conciencia europea. La campaña ha llegado sin que los estados europeos se hubieran recuperado del impacto psicológico del euro. La irreversibilidad del proceso de moneda única ha provocado una evidente reactivación nacionalista en los dirigentes políticos de la Unión. Lo cual se ha acusado en el planteamiento de estas elecciones entre el cultivo de la indiferencia (Inglaterra, pongamos por caso) y la enfatización del poder nacional (Francia, sin ir más lejos). En España, la campaña ha estado marcada por la suma de estos dos factores. El PP como partido del gobierno, con el PSOE perdido entre sus contradicciones, estaba llamado a ser quien diera el tono de la campaña. Y efectivamente lo hizo en términos que, desde el punto de vista europeísta, son claramente regresivos. Al elegir como candidata a Loyola de Palacio, quedaban pocas dudas sobre la música que trataría de imponer el PP. De Loyola de Palacio se había intentado hacer una heroína por su gestión populista al frente del Ministerio de Agricultura, como esforzada defensora del campo español de los enemigos eternos agazapados en Bruselas. De modo que el perfil de campaña era obvio: la mujer que defenderá los intereses de España con más coraje que nadie. Planteadas así las cosas, Europa no es un horizonte de integración política, sino un campo de batalla de intereses encontrados entre naciones. Si la candidata daba la clave nacionalista de la campaña, el vergonzoso papel que Aznar ha desempeñado en la guerra de Kosovo ha sido la invitación permanente a la indiferencia. Primero, Aznar se escondió, por miedo a la impopularidad del conflicto. Tuvo el honor de ser el último presidente europeo en pronunciarse sobre la guerra, cuando algunos de ellos llevaban ya media docena de intervenciones públicas. Y cuando quiso apuntarse a toda prisa al caballo ganador, lo hizo dando siempre el más bajo perfil posible en público y sin plantear ninguna de las cuestiones de fondo que la guerra ha abierto. Nacionalismo e indiferencia: éstas han sido las dos claves de la campaña europea del PP. A pesar de los esfuerzos -y los excesos- de un Felipe González reaparecido, el PSOE, metido en sus desencuentros, difícilmente podía cambiar la tendencia. Su obsesión compulsiva por tratar al PP con la misma medicina (la corrupción) que los populares utilizaron con ellos les metió en campaña con el pie cambiado. El humo del lino abrumó a Loyola de Palacio, pero estuvo a punto de asfixiarles a ellos por aburrimiento general. Al final comprendieron que era hablando de política como podían marcar puntos. E introdujeron algunos temas especialmente de política social europea. ¿Quién sino un partido socialista tiene que explicar que el Estado de bienestar será europeo o no será? Es la izquierda, no la derecha, la interesada en la construcción política de Europa. A la derecha le basta que Europa no sea más que un mercado. Entra por tanto dentro de los intereses del PP el diluir la carga política de las elecciones europeas. Pero la izquierda tiene que aprovechar esta coyuntura: la lección de la guerra y el ser mayoría en los gobiernos europeos. Juntar municipales y europeas salva la participación. Pero devalúa el debate sobre Europa. En Cataluña, por ejemplo, el poder simbólico y real de Barcelona tiende a dejar en segundo plano todo lo demás. Y así personas como Raimon Obiols y Antoni Gutiérrez, que conocen Europa al dedillo, han quedado en segundo plano de campaña. Dicen algunos que es difícil interesar a los ciudadanos porque el Parlamento Europeo tiene poco poder y la Unión poco presupuesto. Es un argumento que refuerza la reacción antieuropea y nacionalista de los últimos meses. La Unión tiene capacidad legislativa: muchos de sus reglamentos y directivas rigen ya nuestras vidas por encima de la legislación nacional. Estamos en un perverso juego: sólo la presión de la ciudadanía puede acelerar la construcción política de Europa y no hay un liderazgo político en los países europeos que trate de motivar claramente a la opinión pública. Decía Felipe González recientemente: "Los nacionalismos de vía estrecha rechazan la idea de Europa enfrentando interés nacional e interés europeo". No sé en quién estaría pensando, pero la defensa del interés nacional ha sido el argumento principal de la campaña europea del PP.

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