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De delirios papales y clerecía

"Yo, Maffeo Barberini, pecador, obispo de Roma y pontífice máximo de la Iglesia Católica con el nombre de Urbano VIII, hijo de Antonio Barberini, al que nos arrebató el vendaval de la muerte a los tres años del parto con que me trajo al mundo Camila Barbadoro, dulce y astuta mujer que, quizá mal aconsejada, me envió desde Florencia a Roma para que iniciara esta carrera eclesiástica que acabo de culminar, porque me estoy muriendo o ya me he muerto..." Así comienza Delirio póstumo de un papa, que da nombre al último libro de relatos del escritor Carlos Muñiz (Rosal de la Frontera, Huelva, 1930), uno de los iniciadores en la década de los setenta de la llamada nueva narrativa andaluza junto a Alfonso Grosso, Manuel Ferrand, Ortiz de Lanzagorta, Luis Berenguer y tantos otros. A Muñiz, sacerdote jesuita, se debe la acuñación del término narraluces con que se designó a los componentes de aquel grupo de novelistas. Delirio póstumo de un papa y otros relatos de clerecía (editorial Desclée de Brouwer) reúne una docena de cuentos. Unos tocan directamente los asuntos religiosos y otros no, pero todos giran en torno a un tema que le preocupa: las incomprensiones humanas y los prejuicios. "Los he llamado relatos de clerecía no por mi condición de clérigo regular de la Compañía de Jesús, sino como homenaje a aquel viejo mester de clerecía que el diccionario define como "género de literatura practicado por los clérigos o personas doctas de la Edad Media, por oposición al de juglaría"", explica el escritor, que en la mayoría de sus libros ha practicado sin embargo "el mester de juglaría". Uno de ellos, Fabulación de Nochebuena, que imagina un encuentro entre fray Juan de la Cruz y Antonio Machado, vecinos de Baeza en distintos siglos, intenta denunciar la incomunicación a la que conducen los prejuicios. "Uno considera al otro un pobre fraile y el otro piensa del primero que es un profesor de francés sospechosamente liberal. Ninguno de los dos aprecia o llega a comprender la categoría poética y humana del otro", comenta el autor, que añade: "Este país no se entera de lo que el otro dice, ya se sea de derechas, de izquierdas, creyente o no". E incluye a los intelectuales, "que resultan chuscos, y a veces, chusqueros". Galileo, un chuleta No obstante, Muñiz prefiere tomarse las cosas desde el lado cómico y ha unido en los relatos el sentido crítico y la ironía. Así lo indica en el prólogo del libro: "El humor es mi opción, o puede que mi instinto, dado los malos tiempos que han corrido en toda época... Si yo tuviera dos hígados tal vez me atreviera a jugarme uno tomándome por lo trágico las apariencias del mundo y las contradicciones de la Iglesia". Algunos de los cuentos son históricos, como el de papa Urbano VIII, que habla de Galileo, de quien fue amigo y a quien no obstante condenó a una prisión simbólica. "Galileo Galilei, mi terco y aprovechado amigo, el que atraía hacia sí, como un imán, algunos descubrimientos y artilugios que habían inventado otros, y se los apropiaba, como si fueran suyos" rememora el pontífice. Para Muñiz, la figura de Barberini es fascinante. "Era un hombre iracundo, cobarde, tímido, parlanchín y poeta. Un tipo humano extrañísimo y muy curioso, casi tan terco como Galileo, que era un chuleta impresionante", afirma. En boca de Urbano VIII, el escritor plantea una reflexión: "Tal vez tuviera razón Galileo cuando escribió que la Biblia no puede equivocarse, pero sí sus exegetas. A veces pienso que acertó como teólogo y se equivocó como científico, porque no probaba lo que decía haber probado. Paralelamente, los teólogos que lo juzgaron acertaron como científicos, al rechazar sus endebles pruebas, y quizá se equivocaron como intérpretes de la Biblia". En otros de los relatos, como Heliotropos, El disconforme o Escalera mecánica, aparecen personajes más populares. "Me encanta la gente de los pueblos, su lenguaje y sabiduría, que nos vendría muy bien a los escritores y pensadores", comenta Muñiz, que ha vivido en seis provincias andaluzas. En El Santo Oficio versus Qohélet, el jesuita abunda en la idea de la ignorancia y los prejuicios. "Es el interrogatorio que le hace un prefecto del Santo Oficio a un cómico que recita de memoria unos textos del Eclesiastés (Qohélet en hebreo) que escandalizan al cardenal, desconocedor de esa parte del Antiguo Testamento". En El sacamuelas denuncia a una intelectualidad que deja de lado las grandes obras originales, como la Biblia, El capital o la filosofía de Platón para limitarse a conocerlas a través de folletos y comentaristas. "La cultura de mucha gente procede de las críticas de los libros, pero no de los libros en sí, que no leen. Es una cultura de gacetilla".

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