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Desconfianza

Enrique Gil Calvo

La coincidencia reciente de dos sonoras y quizá trascendentales dimisiones europeas (las del superministro alemán de Finanzas y el colegio en pleno de la Comisión de Bruselas) vuelve a plantear la necesidad de reflexionar sobre dos cuestiones íntimamente relacionadas como son la calidad del liderazgo y el sentido de la responsabilidad con que los políticos profesionales afrontan los casos de corrupción. Se trata de las dos caras de la misma moneda, pues el liderazgo político es el arte de ganarse la confianza ciudadana mientras que el sentido de la responsabilidad se demuestra venciendo la desconfianza de la sociedad.Respecto a la primera cuestión, los progresistas lamentan la caída de Lafontaine y se consuelan echando las culpas a la conspiración neoliberal. Pero es que el infierno está empedrado de buenas intenciones y, por muy socialdemócrata que fuera el programa de Lafontaine, la torpeza con que lo llevó a cabo, incluso enfrentándose a su jefe democráticamente elegido por las bases de su partido (y refrendado después por la mayoría del electorado alemán), ha venido a demostrar la muy baja calidad de su liderazgo. Contra lo que se afirma, sí es posible gobernar contra el pensamiento único, pues hay margen para apartarse con decisión de la corriente dominante, según demostraron en su momento González o Kohl. Pero hay que saber hacerlo con voluntad, decisión, coherencia y rigor, sabiendo ganarse la confianza de instituciones y ciudadanos. Pues lo que aquí está en juego no es tanto el diseño conformista o heterodoxo de las políticas adoptadas, sino la capacidad de aplicarlas y dirigirlas con mano izquierda, cintura política, sentido de la oportunidad y capacidad de convicción.

Por lo que hace al escaso sentido de la responsabilidad que han demostrado los burócratas de la Comisión Europea, la gran tragedia de la clase política europea, demasiado tecnocrática como buena heredera de la nobleza de toga que inventó el despotismo ilustrado, es su incapacidad tanto para la autocrítica como sobre todo para la accountability: el deber de someterse al control del escrutinio público, rindiendo cuentas con total transparencia por el resultado de su ejecutoria. Éste fue el gran error que cometió el PSOE en su día: no tanto el de caer en la corrupción como el de empeñarse en negarlo contra toda evidencia, resistiéndose puerilmente a reconocer su responsabilidad. Y lo único que cosechó fue un inmenso capital de desconfianza ciudadana, que le mantendrá apartado del poder hasta las calendas griegas. Lo peor es que el Partido Popular está obedeciendo su mismo ejemplo al pie de la letra, cuando todavía no ha hecho más que empezar.

De ahí, el interés que tienen las afirmaciones del candidato Borrell en su mitin de Lugo el pasado 14 de marzo, cuando sostuvo que su partido aún tiene la asignatura pendiente de realizar el cambio del cambio prometido por González durante su campaña de 1993. Ganadas las elecciones, aquella promesa se incumplió, frustrando sin ninguna explicación las esperanzas de los votantes. Y la desconfianza hacia los socialistas se desbordó, anegando a los modernos electorados urbanos durante mucho tiempo. ¿Será capaz el candidato Borrell de luchar contra semejante desconfianza, haciendo creíble su intento de reeditar la frustrada promesa de cambio sobre el cambio?

Los electores no son crédulos, pues aprenden a escarmentar, a sabiendas de que las promesas de los políticos se incumplen o se frustran. Y cabe temer que un electo Borrell reeditase no sólo las promesas de González, sino también sus frustrantes incumplimientos posteriores, negándose como aquél a dar ninguna clase de explicaciones. Tanto como pondera el ejemplo del anterior líder máximo, ¿también reeditaría Borrell su flagrante ausencia de sentido de la responsabilidad? El candidato socialista tiene una doble tarea, pues para poder ganar la confianza de los votantes debe antes vencer la desconfianza acumulada: y ello pasa por proporcionar ahora con transparencia las explicaciones autocríticas que en su día no fueron ofrecidas.

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