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Sociedades de socorros mutuos JOSEP RAMONEDA

Josep Ramoneda

Tantos años hablando de la maldad de las mayorías absolutas, llega por fin el tiempo de las coaliciones parlamentarias e inmediatamente se desarrollan otras técnicas de perversión de la lógica democrática. Las mayorías absolutas tienen mala reputación porque favorecen el abuso de poder, dificultan el control del Ejecutivo y permiten que el que gobierna realice su programa sin compromisos ni ambigüedades. Ciertamente, fue cuando el PSOE perdió la mayoría parlamentaria que empezaron a aflorar los casos de corrupción y uso criminal de las instituciones que dormían en el cuarto oscuro en que la mayoría absoluta los tenía celosamente escondidos. La pérdida de la mayoría absoluta fue en este sentido democráticamente saludable. Convergència i Unió se ha jactado siempre de que gracias a su poder de apoyo parlamentario había arrastrado al PSOE primero y al PP después a políticas centristas. El centrismo, concepto políticamente vacío, es una manera presuntamente elegante de nombrar el limitado terreno de juego que se concede a una democracia descafeinada en que la política está a punto de ser considerada una falta de educación porque lo único que importa es la economía. La vitalidad política de la democracia no es problema ni de mayorías absolutas ni de coaliciones. Depende de que se configuren alternativas reales que permitan a la ciudadanía decidir hacía dónde quiere orientar la acción pública. Puesto que en el campo económico el margen de maniobra está estrictamente restringido y los políticos no quieren -ni pueden- hacer nada que ponga en duda esta restricción, la vida democrática queda reducida prácticamente a dos cuestiones: la articulación política de los Estados en un momento en que secesiones y movimientos de fronteras son cada vez menos subversivos y la corrupción. De modo que no hay motivo alguno para sorprenderse de que en materia de política española la actualidad se reduzca prácticamente a dos temas: el País Vasco (y en grado menor Cataluña) y la competición entre el PP y el PSOE en busca del Oscar a la mejor película de la corrupción. Puede que para ambas cuestiones la ausencia de mayorías absolutas sea saludable. El desarrollo de la cuestión vasca, antes y después de la tregua, ha generado unos cruces de alianzas que finalmente han venido a confirmar que en la política posideológica el factor nacionalista sigue siendo determinante. En definitiva, el Gobierno del PP se ha distanciado de sus socios de mayoría parlamentaria y ha encontrado, en el conflicto entre nacionalistas y autonomistas, un territorio común con el PSOE, pese a los odios africanos que presiden las relaciones entre estos dos partidos. Sin embargo, el Gobierno del PP nunca ha roto del todo el vínculo con el Partido Nacionalista Vasco (PNV). Los socialistas lo presentan como el colmo del mercadeo parlamentario y de la política de entreguismo sin principios. Lo cierto es que al PP le permite mantener oficialmente la línea dura, la que se publicita a diario de palabra y de obra desde el Ministerio del Interior, dejando algunos resquicios abiertos, que quizá impidan que la evolución de la tregua hacia el frentismo acabe de la peor manera. Por lo que respecta a Cataluña, Jordi Pujol, que siempre está en todas partes y en ninguna, ha conseguido, un día con la autodeterminación, otro con el Rey, un día con el poder catalán, otro rindiendo pleitesía a Aznar, hacer de la movilidad permanente inmovilismo definitivo. Aznar le ha quitado a Pujol la iniciativa que éste tenía al principio de su mandato. Sin embargo, es en otros terrenos que el sistema de coaliciones ha generado sus sombras. En la relación entre el Gobierno del PP y el Gobierno de CiU se han hecho especialmente manifiestas. Unos y otros se necesitan, aunque la tendencia sea favorable al PP: cada vez el PP será más imprescindible para CiU y CiU será más prescindible para el PP. Esta mutua necesidad la están convirtiendo en un mecanismo de descrédito del sistema democrático, tanto en la parte propositiva de la acción de gobierno como en la parte de control de la gestión del Ejecutivo. Los últimos días hemos asistido a un ejemplarizante ejercicio de represalias parlamentarias. El portavoz del grupo de CiU en el Parlamento español suelta algunos sarcasmos sobre Josep Piqué, inmediatamente el PP deja en minoría a CiU en la Cámara catalana. Moraleja: a partir de ahora CiU amparará a Piqué porque de lo contrario el PP se sumará a las reprobaciones de consejeros del Gobierno catalán que presenta la oposición. Es decir, poco importa lo que uno diga, proponga o haga. Lo único que vale es la suma parlamentaria. Si la otra parte de la coalición se comporta, siempre tendrá razón y si no se comporta, recibirá su justo castigo. La joya de esta ejemplar concepción del sistema parlamentario está en manos de CiU, que, en rigurosa aplicación del principio de socorro mutuo con sus coligados, tuvo a bien impedir que los españoles dispusieran de una ley de parejas de hecho como la que tienen los catalanes. En Madrid, votaron en contra de lo que habían votado en Cataluña simplemente para no dejar en minoría al PP. Sólido poder de las convicciones. De la misma forma que "el asceta se negó a entrar en el Paraíso" (Hellén Ferrero), los políticos se mueven por la esencia de su condición: conservar el poder. Todo lo demás, finalmente les parece accesorio. De ahí la virtud de la democracia: por lo menos, obligarles a mantener las formas. Aunque siempre encuentren el modo de burlarlas.

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