_
_
_
_

LA CASA POR LA VENTANA Progresistas natos JULIO A. MÁÑEZ

Es posible que nunca como ahora haya existido tan salvaje contradicción entre lo que se sabe que hay que decir para quedar en público como un demócrata de toda la vida en armonía con los intereses que se atribuyen a la comunidad y lo que en efecto se hace en las trastiendas de las decisiones políticas, sociales o culturales. Me lo pondré fácil para empezar: oscilan entre lo bochornoso y lo vomitivo actitudes a lo Jaime Campmany, quien debe creerse por lo menos Robin Hood al denunciar ante los tribunales a sus adversarios ideológicos, cuando no es más que un Tartufo de variedades arrevistadas inclinado durante demasiados lustros a servir a un franquismo desdeñoso de una justicia distinta a la dictada por el generalísimo en su sumaria intelección del derecho como propensión africanista. A fin de cuentas, todavía recordamos el simulacro de broncas cuidadosamente escenificadas entre Emilio Romero y Campmany desde las páginas de periódicos como Arriba y Pueblo, y el jolgorio de personajes falangistas sin matices que discutían más bien a cuenta de pequeños ajustes en su volumen de negocios. Más misterioso resulta que sujetos como Jiménez Losantos o Sánchez Dragó merienden cada tarde con gente de esa estirpe, aunque sólo sea porque los más confiados creímos que una transición política más trabajosa que trabajada habría fomentado entre los paisanos un cierto apego a la veracidad de la buena educación y a la concordia de las sanas costumbres, entre las que al sentir de muchos no habrían de prosperar los modales de untuoso matón con mando en plaza. Muchos años después, frente a la proximidad de unas elecciones que ganará esa derecha inexistente, personajes más complacientes con el poder de turno que Monica Lewinsky (auténticos mercaderes del periodismo instrumental por entregas en algunos casos) se desperezan para reorientarse en la foto adornándose con arrebatos de indignación moral sobrevenida a fin de hacerse pasar por expendedores de decencia en sus horas libres, persuadidos de que la ética es una adherencia entre prescindible y engorrosa según precio de mercado, y que, para decirlo con la exacta pulcritud de Adolf Beltran desde estas mismas páginas, se inquietan de pronto ante el espejo que les devuelve "la imagen vulnerable de una desnudez meticulosamente disfrazada". La doblez y el oportunismo de quienes estarían biográficamente obligados a mantenerse enteros, por mal que vengan dadas, es una de las pocas miserias humanas (otras están más cantadas que La Maredeueta) capaces de sumir a lo que queda del personal en la melancolía del desánimo, porque entonces está uno tentado de desdeñar cualquier amago de participación colectiva y refugiarse en la intimidad -estéril en relación con propósitos distintos- de la familia y de los amigos. Iba a añadir que soy de los que piensan que, fórmula que odio porque se refugia en la complicidad ilusoria del que se cree acompañado en lugar de caminar a solas, pero sí diré que más allá de las distintas opciones políticas basta con apelar a la simple decencia para encontrar las razones que aconsejan la crítica a Zaplana y a sus jefes, a sus secuaces y a sus servidores, y que esas razones son las mismas que es necesario esgrimir contra los que en cualquier esfera de la actividad pública están dispuestos a comportarse a la manera zaplanista de acomodación itinerante. Así, poner una vela a Carmen Alborch y otra a Creaciones Ciscar es un alarde de miseria que debería ser desestimado con cierta firmeza interior -igual que cualquier otro que se le parezca- por quienes tanto detestamos cuando entonces al franquismo, rechazo que constituiría sin duda un bello rasgo de carácter, acaso el único accesible todavía para algunos aspirantes a merecer el respeto ajeno. Ahora que llegan las elecciones que se jugarán unos cuantos y que perderemos casi todos otra vez, no estará de más recordar que es el apego al poder, por minúscula que sea la migaja correspondiente en relación a la barbaridad en la que se colabora, y no el disfraz ideológico elegido, el origen probado de sisas del ánimo, corruptelas de bolsillo y propensión a la engañifa subsumidas en proyectos disparatados y dados a enmascarar la codicia con la torticera apelación a la voluntad de servicio público. Se empieza atribuyendo a Manuel Tarancón un talante civilizado en relación con su cuadra política y se acaba contaminado por el bochorno de perseguir catalanistas hasta en los rótulos de inocentes botellines de agua mineral. O aprovechando la muerte de Yehudi Menuhin para fingirse ecuánime uniéndolo en negritas con Zaplana. ¿Para qué molestarse en saber de cine ni de cualquier otra cosa si basta con el periodismo de relaciones públicas?

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_