Un gallego pragmático al frente de Educación
El nuevo ministro de Educación y Cultura, Mariano Rajoy Brey, gallego de 43 años, es un político procedente de la antigua Alianza Popular al que, por su talante pragmático y abierto, no le ha costado nada hacer su "viaje al centro". Lo había hecho por su cuenta. Rajoy fue, por ejemplo, uno de los ministros que, en plena guerra digital, en 1997, no participó en la cruzada en la que se embarcaron otros colegas de su Gobierno. Suele manifestar que cuando se tiene poder hay que tratar de buscarse amigos y no enemigos.Fue también una pieza fundamental para que el entonces líder de la oposición, José María Aznar, firmara con el presidente del Gobierno socialista, Felipe González, los pactos autonómicos de enero de 1992. Fue el único acuerdo que firmaron González y Aznar. Con ello se ganó el respeto de los negociadores socialistas.
Precisamente por su carácter tolerante, Aznar le encargó una de las tareas más complicadas de su Ejecutivo: la gestión de los pactos con los nacionalistas desde su cartera de ministro de Administraciones Públicas que estrenó en el primer Gobierno del PP. Tuvo que negociar con los nacionalistas todos los traspasos que Aznar había firmado con Jordi Pujol y Xabier Arzalluz en mayo de 1996 para hacer posible su investidura. Y cuando el Ejecutivo cumplió sus compromisos, a finales de 1997, Rajoy se plantó y repitió una y otra vez que hasta la próxima legislatura no habría nada de nada.
Cuando las críticas de los nacionalistas le sobrepasaban, Rajoy sacaba a relucir un sentido del humor muy gallego y se supo ganar el respeto de Pujol. Con los nacionalistas vascos tuvo menos trato. Éste ha sido un coto de Francisco Alvarez Cascos, aunque Rajoy se ha llevado muy bien, personalmente. con el hoy lehendakari Juan José Ibarretxe, con el que también fue un negociador muy duro.
Las idas y venidas de Ibarretxe a su despacho de Castellana, 3 se zanjaron sin que el entonces vicelenhendakari consiguiera la cesión de la cuota de formación del Inem para el Gobierno vasco. Para Rajoy, la política autonómica no era desconocida. Su abuelo fue uno de los redactores del Estatuto de Autonomía de Galicia, durante la Segunda República. El propio Rajoy es de los políticos que empezó su carrera desde las autonomías. Con sólo 26 años fue elegido parlamentario autonómico en Galicia. Poco después director de Relaciones Institucionales de la Xunta y llegó a la Vicepresidencia con tan sólo 31 años.
De su experiencia autonómica de estos tres años le queda la amarga experiencia de sus malas relaciones con la Junta de Andalucía. Probablemente, la peor jornada de su gestión en Castellana, 3 se la dieron los consejeros socialistas andaluces Gaspar Zarrías y Magdalena Alvarez, en enero de 1997.
Fue en plenas tensiones de la negociación de la financiación autonómica. Aquel día Rajoy perdió los papeles. Fue la única vez que se le vió irritado en una rueda de prensa. Los consejeros socialistas habían exigido la grabación de la reunión y la habían reclamado. Aquello no tenía precedente para Rajoy. Dentro y fuera de la reunión hubo palabras mayores. A Rajoy le irritaba el afán reivindicativo de todas las comunidades autónomas a la vez. Le parecía un embrollo irresoluble ante el que reaccionaba con mucho sentido del humor. Y sabía llevarse siempre el gato al agua.
También le tocó apechugar con otro imposible que llevó con dignidad: el programa de la Administración del PP. Otros dirigentes populares elaboraron en la oposición un programa en el que prometían una reducción drástica de altos cargos, de organismos y de la propia Administración que Rajoy pronto comprobó que no era posible llevarlo adelante. Tuvo el valor de reconocerlo y de ajustar la gestión de su Gobierno a la realidad. Aunque él nunca se refiere al asunto, tuvo que defender, desde su comienzo, la autonomía de su ministerio ante Alvarez Cascos, imbuido en 1996 de una enorme autoridad.
Pero ya estaba acostumbrado a gestionar tareas complicadas. A los 34 años, Aznar se lo trajo a Madrid desde Galicia para que le ayudara en la refundación del PP. Le correspondió renovar el partido. A él le tocaba tratar de convencer a los viejos dirigentes regionales de AP que su hora había pasado. Solía contar, pasado ya el tiempo, que trataba de hacerlo de manera amable. Siempre les invitaba a comer antes de notificar los relevos.
Quizás, por toda esta experiencia, Rajoy no quería ponerse al frente de la secretaria general del PP. No lo ocultaba en sus conversaciones, aunque siempre ha admitido, a la vez, que si Aznar se lo hubiera propuesto no le hubiera quedado más remedio que aceptarlo. Como hombre de Derecho -su padre fue juez y él es registrador de la propiedad-, le hubiera gustado ser ministro de Justicia o de la Presidencia. Pero a Rajoy aún le queda mucha carrera por delante en el PP.
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