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Los democristianos exigen la dimisión de los comisarios socialistas Marín y Cresson

Xavier Vidal-Folch

Espectáculo entre dantesco y ridículo. El Parlamento Europeo se tiñó ayer de agrio partidismo, con toma de rehenes políticos, en vigilias de votar, mañana, la moción de censura a la Comisión. Los democristianos (PPE) desbordaron a su jefe de filas, Wilfried Martens, y decidieron pedir la cabeza de dos comisarios socialistas, la del español Manuel Marín y la francesa Edith Cresson. Si la reprobación individual de éstos sale adelante, los socialistas (PSE) anunciaron que en represalia votarían a favor de la renuncia del presidente, Jacques Santer, democristiano luxemburgués.

Ni el pacto ni el desastre son descartables. El primer ridículo enrojeció las orejas de Martens, quien no sólo se abstiene en las votaciones delicadas, sino que tampoco controla nada en su grupo. El lunes había aplaudido a rabiar la intervención de Marín en la que éste negó, contundente, haber "consentido" jamás casos de fraude. Ayer, se dejó desbordar por su colega británico James Elles. Con la vista puesta en las elecciones europeas de junio, Elles propuso una resolución en la que apoya la exigencia de los liberales -tercer grupo de la Cámara- de que dimitan Marín y Cresson. Ésta, por su "mala administración" y los "casos de favoritismo". El español, por "la falta de responsabilidad mostrada" cuando administraba la ayuda humanitaria de Bruselas.Segundo ridículo. El grupo popular apoyó el texto de Elles, pero partiéndose en nacionalidades ¡en la institución teóricamente más integracionista-europeísta! Alemanes, holandeses y británicos, por la reprobación individual de los dos comisarios. Mediterráneos y escandinavos, en contra. Cresson cosechó 77 noes y 49 síes; Marín, algo mejor, 74 votos en contra y 57 a favor. Los populares españoles trataban luego de cosechar arrepentidos, pues el Gobierno apuesta por la continuidad de la Comisión. Veremos.

Tercer ridículo, el socialista. La jefa del PSE, la británica Pauline Green, aunque contraria a reprobaciones individuales, había deslizado en el debate del lunes la posibilidad de represaliar un castigo rival a sus dos colegas socialistas, con hacer lo mismo, individualmente, contra los comisarios democristianos Franz Fischler y Hans Van den Broek, lo que apoyaban los socialistas españoles. Se echó para atrás. Y, nueva pirueta, hizo aprobar una resolución en la que el PSE amenaza: si el hemiciclo reprueba a Marín y Cresson, "entonces el presidente Santer debería dimitir" porque legalmente las responsabilidades del ejecutivo comunitario son colectivas. Convertiría así su moción de censura constructiva, para otorgarle la confianza, en destructiva, para derribarlo.

Cuarto ridículo, los alemanes anunciaron su disidencia, pues en cualquier caso votarán que la Comisión debe ser censurada, contra el criterio de su canciller, Gerhard Schröder.

Escaramuzas

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Dos rehenes-alfiles, pues, contra un rehén-rey. A lo mejor sólo son escaramuzas parlamentarias para que decaigan las tres peticiones de renuncia. Anoche y hoy todos debían negociar, con la idea de buscar una resolución conjunta que acabe la farsa. Matemáticamente, todo indica que las reprobaciones individuales no deberían triunfar: las desdeñan el PSE, los disidentes populares, los radicales e Izquierda Unitaria, y en posición intermedia los gaullistas; contra la mayor parte del PPE, liberales y, con más matices, los Verdes (no la exigen a Marín, sólo se la sugieren). Tampoco la censura a Santer/Comisión es fácil, pues exige un alto quórum -dos tercios de los votos-, aunque políticamente -la mitad más uno-, es menos imposible. Pero puede funcionar el sindicato de enfadados, las abstenciones, lo imprevisible en mil direcciones. Y las ridiculeces se transformarían en dantesco drama institucional. Si hay censura, se mata a la Comisión, se desacredita la Cámara -por la división y la impronta sectaria-, se arruina la presidencia alemana, con sus urgencias del paquete financiero (Agenda 2000) y de la ampliación, tras dos semanas de funcionamiento del euro. Quizá por ello un pacto de última hora -una resolución dura, pero sin ningún nombre- tampoco puede descartarse.La principal candidata a víctima, la Comisión, decidió reunirse también hoy y mañana. Santer prometió solidaridad a todos sus colegas. Pero el finlandés Erkki Liikanen, comisario de Presupuestos, sugirió ya pasar del Parlamento y pedir la confianza al Consejo (artículo 140 del Tratado). Teme una nueva avalancha de reprobaciones individuales. Así van capotando casi todos los espíritus.

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