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Ivanov: "No queremos que una aventura en Kosovo nos devuelva a la guerra fría"

El nuevo ministro de Exteriores ruso, Igor Ivanov, tiene muy claro que sólo la negociación puede resolver el conflicto de Kosovo. "Sería una ligereza", aseguró ayer en una entrevista con corresponsales españoles, "pensar que un ataque aéreo de la OTAN puede obligar a serbios y albaneses a convivir". En su opinión, el intento de debilitar al presidente yugoslavo mediante una intervención militar sería "como picar a un toro para luego torearle mejor". Tal vez, añade, "piensan que podrían torear mejor a Milosevic después de sangrarle un poco, pero se equivocan; ése sería otro toro".

Ivanov, de 53 años, que fue embajador en Madrid entre 1991 y 1994, desgrana en un español perfecto la esencia de la política rusa respecto a Kosovo: oposición frontal al uso de la fuerza; respeto estricto de la resolución 1.199 del Consejo de Seguridad; diálogo con todas las partes que acabe con la violencia y permita el regreso de los refugiados; supervisión internacional de los acuerdos, y negociación de una fórmula de convivencia que respete la integridad territorial de la nueva Yugoslavia.Rusia, dice, no amenaza con utilizar el veto en el Consejo de Seguridad si el máximo órgano ejecutivo de la ONU llega a tener oportunidad de pronunciarse sobre un eventual ataque. "Se trata de un mecanismo extremo", recuerda, "que únicamente se ha empleado en tres o cuatro ocasiones en los últimos años y que sólo es admisible cuando se llega a un callejón sin salida. Lo que hace falta es conservar la cohesión del Grupo de Contacto, para presionar tanto a Belgrado como a Pristina a que acaben con la violencia y se sienten a la mesa de negociaciones". Eso sí, "sin tener las metralletas detrás". "Bombardeando", dice Ivanov, "no se cambia a una persona. Si hay ataque, ya podemos decir adiós a la negociación para un arreglo pacífico, a la aplicación de los acuerdos de Dayton. Se volvería a la tensión en Bosnia, en Macedonia, en Albania y en toda la región".

El jefe de la diplomacia rusa, que era el número dos de Yevgueni Primakov, hoy ascendido a primer ministro, no quiere hablar abiertamente de las consecuencias que tendría un ataque occidental. Su compañero en el Gobierno, el titular de Defensa, Igor Serguéiev, ha dicho que supondría volver a la guerra fría. Pero, según Ivanov, esa etapa de la historia ya pasó. "Y todos quedamos contentos", señala. "Empezamos a construir un nuevo orden internacional, aunque no se puede decir que este mundo sea más seguro que el de entonces. Por todas partes hay conflictos locales. Lo que Rusia no quiere es que, por uno de ellos, por falta de paciencia, de voluntad política o imaginación se llegue a una aventura que nos devuelva a los tiempos de la guerra fría".

Aliados de Holbrooke

Ivanov es, junto a Richard Holbrooke, el principal buscador sobre el terreno de un acuerdo que evite la entrada en acción de la máquina militar de la OTAN, pero aclara que en esta crisis no son rivales, sino aliados: "Jugamos en el mismo equipo. No disputamos los cien metros lisos. Si obtiene resultados, seré el primero en felicitarle. Y espero que él haga lo mismo".El ministro de Exteriores ruso cree que "sería una equivocación" pensar que su país está enfrentado a Estados Unidos y la OTAN. Por el contrario, puntualiza, "los objetivos estratégicos son comunes, y las diferencias, que también se dan entre los aliados, son tácticas". Pese a ello y a que confiesa una amistad de 20 años con el secretario general de la Alianza, Javier Solana, recuerda que "la OTAN aún no ha cambiado sus objetivos fundamentales" y sigue apuntando a Rusia, aunque espera que los cambios prometidos acaben con esa filosofía y contribuyan a "fortalecer la seguridad en Europa".

En cuanto a la ampliación del bloque occidental a los países del Este de Europa, Ivanov da a entender en esta entrevista que su país se ha tragado, aunque a disgusto, el sapo del próximo ingreso de Polonia, Hungría y la República Checa, pero aclara que "hay una línea roja" que, si es traspasada por la Alianza Atlántica, supondría un "cambio radical" relacionado con la seguridad de su país: "Esa línea pasa por las fronteras de la antigua Unión Soviética, incluidos los países bálticos. Eso nos haría reconsiderar por completo nuestras relaciones con la Alianza".

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