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Refugiadas del "zulo" doméstico

Cada vez que reponen en televisión Durmiendo con su enemigo este hotel de ventanas con barrotes cuelga el cartel de "no hay habitaciones". Las asistentes sociales de la Casa de Acogida de la Diputación de Valencia cuentan que la película motiva a muchas mujeres a poner fin a una relación tormentosa en la que siempre llovían palos sobre sus cuerpos amoratados. Pese a todo, aún les sorprende que la mayoría siga aguantando años y años de brutalidad conyugal. Este año se ha producido un incremento notable en el número de mujeres que buscan cobijo en este edificio sobrio de cinco plantas y puerta enrejada, cuya ubicación se mantiene en secreto por motivos de seguridad. En 1997 recibió 125 huéspedes, entre mujeres e hijos, y en los primeros nueve meses de este año ya han ingresado 135. Pero también ha aumentado el semblante hospitalario del centro porque las mujeres que han ingresado este año han sufrido unas agresiones mucho más brutales que las internas de 1997. Caras recorridas por costurones, miembros fracturados y vientres utilizados como ceniceros componen el catálogo de la abyección protagonizada por maridos, novios y padres. El 70% de los compañeros sentimentales de estas mujeres agredidas sufren problemas de alcoholismo o toxicomanías, según la gerente del centro, Mari Carmen Martínez. "Cuando no bebía, mi marido era una bellísima persona", confiesa María -nombre ficticio, como el resto de los que aparecen en este relato-. Esta caribeña de 33 años vino a Valencia hace tres años a ver las Fallas, se enamoró y se casó con un hombre divorciado. Las palizas arreciaban cada vez que ella le pedía que se sometiese a un tratamiento para dejar de beber. Este verano, cuando iban en el coche, el marido zanjó una discusión apagándole un cigarrillo en el abdomen. Días después le cerró la puerta en las narices. Una patrulla de la Policía Local la encontró a las cuatro de la mañana deambulando perdida bajo la lluvia con su hija de dos años. Tres "nolotiles" al día Encorajinado por el whisky, el marido de Nuria le propinó una decena de palizas en un solo mes. Traumatizada por los golpes, esta mujer de L"Horta Nord mira el mundo con los ojos desorbitados desde que ingresó en la Casa de Acogida, el último domingo de septiembre. Se toma tres nolotiles diarios para pasarse durmiendo los primeros días y noches lejos de su agresor. Eva sufrió un aborto tras ser apaleada por su marido, de origen marroquí. Cuando cogió a sus tres hijos e ingresó en el centro, su esposo movió cielo y tierra para encontrarla. Amenazó a la asistente social del pueblo y al personal del Centro Mujer 24 horas. Al final, se enteró de la dirección de la Casa de Acogida y llamó al timbre: "¿Esto no es la casa de las mujeres a las que les pegan?", preguntó, y no se amilanó ante la negativa. Se coló en la finca de al lado, subió a lo más alto y saltó a la terraza del centro. Con las ropas de sus hijos, tomadas del tendedero, volvió a llamar a la puerta para reclamar a su mujer y a sus hijos. Esperanza ahogó un grito cuando la trajeron a la Casa de Acogida. "¡Pero si en este barrio vive la familia de mi marido!", exclamó. Las asistentes no la dejan ni asomarse a la ventana. A Consuelo, su marido le obligaba a lavar la ropa en la acequia porque la lavadora gasta "mucha agua y jabón". Un día se enfadó y castigó a su mujer y a sus cuatro hijos a pasar tres días en la calle. Para librarse de las agresiones, Marta pasó 15 días escondida en una habitación. Hasta que su compañero, un "niño bien que le daba a las drogas", la descubrió y le dio una buena tunda. Fue en esa paliza, o tal vez en otra ("han sido tantas durante esos nueve años en el infierno") cuando le pegó una patada tan fuerte que se rompió el pie. Llegó al centro anoréxica, con alopecia y demacrada, pero ya ha recuperado la sonrisa. Esta antigua empleada de banca que habla varios idiomas sólo le pide a la vida un trabajo aceptable y un piso en el que criar a sus dos pequeños. Muchas mujeres acuden al centro con lo justo, tras una huida precipitada, pero Isabel hizo su entrada vestida con su lujoso abrigo de pieles. Su marido es un prestigioso empresario valenciano, con chalé, apartamento y yate, que se lió con la secretaria. Isabel ahogó la amargura en alcohol y sufrió en silencio las palizas por descuidar la limpieza del suntuoso hogar. Lola y su marido trabajaban juntos, como ATS, en el mismo hospital valenciano. Él pasó de los porros a la droga dura y, cuando ella se enteró, sofocó sus críticas a patadas en la boca del estómago. No podía informar a sus superiores de su ingreso en el centro por miedo a que su marido se enterara de dónde estaba. La solidaridad de sus compañeras, que le cambiaban los turnos para que no coincidiera con su esposo, le permitió salir adelante hasta que logró un traslado a otro hospital. Algunas mujeres vinieron desde muy lejos. Como una joven eslovaca de 17 años que vino en un viaje organizado. Se enamoró de un español y decidió quedarse. Pero un día el lobo le enseñó sus colmillos: le quitó el dinero y la documentación y puso su cuerpo a disposición de los clientes de los prostíbulos machegos más siniestros, hasta que pudo escapar y, gracias a unos labriegos que le pagaron el billete del autobús, viajó a Valencia y la internaron en la Casa de Acogida. Desde el norte llegó Marisa con sus tres niños. El marido la tenía trabajando de camarera en un club de alterne. Cuando no bailaba a su gusto le atizaba con saña. Soportó los golpes y la humillación hasta que sintió el cañón frío de una pistola en la sien. "Deja de ligar o te mato", le amenazó el marido, celoso porque charlaba con un cliente. Algunas refugiadas no salieron del zulo doméstico por voluntad propia.Una francesa de 18 años fue apaleada y abandonada por su padre cuando veraneaban en Oliva y a una alemana la arrojó por el balcón su marido alcohólico.

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