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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El caso norcoreano

Es alarmante que en el último reducto estalinista mundial coincidan militarismo y penuria absoluta con una incipiente capacidad nuclear y la tecnología suficiente para construir y lanzar misiles de alcance medio. Ése es el caso de Corea del Norte, que acaba de cumplir sus 50 años de existencia con la proclamación de un muerto, Kim Il-sung, como presidente para la eternidad, y la confirmación constitucional de un vivo, su hijo Kim Jong-il, de 56 años, como jefe supremo de 24 millones de famélicos.Erraron quienes vaticinaron el desplome de la dictadura más aislada del mundo -China es su principal benefactor y cada vez más dudoso aliado- a la muerte, en 1994, de Gran Jefe Kim Il-sung. Pese a las dramáticas circunstancias de un país donde centenares de miles de personas están muriendo de hambre cada año, Pyongyang se ha permitido celebrar su cincuentenario con el lanzamiento -fallido parcialmente - de un misil balístico de tres cuerpos destinado a poner en órbita un satélite. El irreductible régimen norcoreano parece además capaz de mantener la disciplina social en circunstancias extremas, lo que debe agradecerle su vecino del sur, pese a las esporádicas incursiones de submarinos espías en sus aguas. El colapso de Corea del Norte resultaría catastrófico para Seúl, empeñado, pese al abismo que separa a las dos mitades de la península coreana -técnicamente en guerra desde 1953-, en una política de cooperación que suavice la frontera más peligrosa del planeta.

En el magma de paranoia que envuelve a este Estado semiclandestino hay algún destello de realismo: ha suscrito con la ONU un acuerdo para conseguir en tres años su autonomía alimentaria; la revisada Constitución comunista permite ahora una leve sombra de mercado, se ha establecido por primera vez el derecho de herencia. Pero el trazo grueso es abrumador. Corea del Norte -de donde ayer anunciaba su retirada Médicos sin Fronteras- es una sociedad absolutamente militarizada (casi 1.200.000 personas en armas). Los uniformes controlan todas las palancas del poder. El dictador Kim Jong-il dirige el país a través del denominado Comité Central de la Defensa, y vive rodeado de una camarilla castrense. La proyección internacional de este modelo belicista es inquietante. Bajo amenazas de Estados Unidos, que mantiene 37.000 soldados en Corea del Sur, Pyongyang accedió en 1994 a congelar su naciente programa de armamento atómico (un pequeño reactor para producir plutonio) a cambio de dos plantas nucleares para usos civiles, 500.000 toneladas de crudo anuales y ayuda alimenticia.

La tregua, pensada para que la diplomacia sustituyera a las soflamas, ha sido empleada por el régimen para aumentar su arsenal. Corea del Norte fabrica y vende misiles capaces de transportar cabezas nucleares a quien los pueda pagar; Irán y Pakistán son sus últimos clientes. Y el fallido ensayo del 31 de agosto muestra que Pyongyang puede tener a tiro de su cohetería no sólo Seúl, sino el noreste de Asia. Un cóctel demasiado explosivo como para ser ignorado.

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