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Las dudas sobre el volumen real de créditos fallidos ahondan la crisis bancaria japonesa

Xavier Vidal-Folch

La crisis bancaria es el gran cuello de botella de la economía japonesa. Si no se resuelve, no habrá recuperación económica, porque la debilidad de las entidades financieras es lo que está estrangulando el crédito a las empresas y colapsando la coyuntura. El primer problema es que requiere cirugía traumática, y el nuevo Gobierno no parece decidido a emplearla. El proyecto de ley de bancos-puente para sanear y reflotar entidades en crisis, que ahora empieza a discutirse, ha recibido ya muchas críticas, por insuficiente. El segundo problema radica en que existen serias dudas sobre la verdadera dimensión del cáncer.

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Las últimas cifras oficiales indican que los créditos dudosos -fallidos, recuperables o la mezcla de ambos- ascienden a 87,5 billones de yenes. Algo muy grave, pero quizá manejable. Es un 8% de morosidad sobre los activos totales. En momentos de crisis, la banca española llegó a padecer un 7%.Pero recientes estimaciones oficiosas estadounidenses duplican el cálculo, basándose en que los bancos estarían aún hoy otorgando préstamos a clientes insolventes, para que éstos puedan abonar los intereses de créditos anteriores, disimulando así que éstos son fallidos. En esa hipótesis, el coste del saneamiento alcanzaría el 17% del producto interior bruto (PIB) japonés, seis veces más que la factura de la crisis bancaria en EEUU.

Los malos créditos arrancan de lejos, de 1985. El entonces G-5 alcanza en Nueva York el acuerdo del hotel Plaza, por el que se pacta la devaluación del dólar y la revaluación del marco alemán y el yen. Éste pasa de cotizarse a 250 por dólar a sólo 150, un fortalecimiento del 60%, lo que perjudica las exportaciones japonesas. Pero, pese a la fortaleza de fondo, la coyuntura nipona da muestras de debilidad. El Gobierno inyecta seis billones de yenes y el banco central baja el tipo de interés al 2,5%.

Con dinero tan barato, se dispara la inversión directa en el exterior (sustitutiva parcial de exportaciones) y se produce una explosión de la inversión inmobiliaria, por empresas y ahorradores privados, que deciden endeudarse a muy bajo coste. Ha empezado la burbuja. Una locura especulativa, un juego de la pirámide.

Espiral sin fin

Con créditos a tipos inapreciables, los inversores compran solares, los venden enseguida por el doble, emprenden una nueva operación, siempre con el terreno como garantía hipotecaria. La banca, que tiene vedada esa actividad pero pretende apuntarse al negocio, crea un mecanismo para ello. Se confabula con las constructoras y crea las jusen, sociedades para la financiación de viviendas.Los bancos prestan con criterios laxos. Otorgan créditos a particulares que responden con garantías infladas -se presupone que los terrenos multiplican cada día su valor-, y a veces un mismo solar responde por dos o tres préstamos. Las constructoras que edifican para alquilar necesitan un rendimiento superior al interés de las hipotecas que han contratado. Los alquileres se disparan también.

En 1990, el Gobierno trata de enfriar la recalentada economía. Sube los tipos de interés y exige condiciones un poco más estrictas para la concesión de créditos. Es el final de la escapada. Pincha la burbuja, pinchan los precios. Las constructoras no pueden sostener con los alquileres que reciben sus hipotecas encarecidas. Cuando los bancos quieren ejecutar las garantías, no pueden porque las constructoras o quiebran o no pagan. Si todos ejecutan, aumenta la masa inmobiliaria en el mercado y se hace invendible, pese a que los precios caigan por los suelos. Para evitar la depresión del mercado, la banca acumula, junto a créditos incobrables, solares a rendimiento cero, algo menos malo que un rendimiento negativo. La crisis de la banca da una lanzada de muerte al sistema de convoy, que mantenía su estabilidad desde la posguerra. Entonces, Japón rechaza el modelo europeo de banca universal y copia el de EEUU, separar segmentos: para operaciones de alto riesgo y alto rendimiento, las casas de valores; para bajo riesgo y bajo rendimiento, los bancos. Se distribuyen las funciones para evitar la competencia.

¿Cómo? Reforzando los controles administrativos, prodigando advertencias no escritas y tapando los problemas de forma que las entidades más fuertes protejan a las más débiles, resume Richard C. Hanson en Japan Quarterly. El Ministerio de Finanzas evita quiebras logrando que las entidades bajo su tutela avancen al mismo ritmo y en la misma dirección sin que ninguna naufrague, completa el experto Fujiwara Aakuya.

Ese intervencionismo empieza a declinar en los primeros noventa, cuando entran en crisis varios bancos locales. En 1994 y 1995 revientan las primeras jusen. Pero sin estrépito; los bancos absorben buena parte de sus pérdidas, vía provisiones, y la agencia oficial creada para el caso demuestra agilidad.

A final de 1997 sobreviene el terremoto. Cae la centenaria casa de valores Yamaichi Securities, una de las cuatro mayores. Y cae el Hokkaido Takusho Bank, uno de los grandes. Forma parte de las 19 joyas de la corona: 10 bancos nacionales como el quebrado, tres de préstamo a largo plazo, uno de los cuales entra en crisis en la primavera de 1998, y seis bancos de inversiones.

Al principio de esa crisis, el Gobierno pretende, a toda costa, salvar al Hokkaido. Pero el sector le niega el pan y la sal y rechaza prestarle en el interbancario. Las acciones capotan. Hacienda tira la toalla. Su protección es insuficiente. El sistema de convoy no ha muerto -el Japan Long Term Credit Bank, otro grande en crisis, ha logrado esta primavera ser absorbido por el Sumitomo Trust Bank-, pero está tocado. Se ha demostrado que un banco puede cerrar.

Y también que el capital extranjero puede aterrizar en el sector financiero, sobre todo en las casas de valores, al compás de la actual liberalización. Así, el grupo de EEUU Travellers-Salomon Brothers ha comprado un paquete de control en Nikko Securities. Y Merril Lynch se ha hecho con el negocio minorista, la red capilar de oficinas de la quebrada Yamaichi Securities. La banca estadounidense está interesada en captar parte de los 1.200 billones de pesetas del ahorro familiar japonés embolsado, de los cuales 238 figuran en libretas de otro gigante, la pública Caja Postal de Ahorros.

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