_
_
_
_
_

Del poblado y de las lagunas de La Hoya

Los alrededores de Laguardia acogen una de las mejores muestras de asentamiento prerrománico junto a un biotopo protegido

Son los misterios de la arqueología: allí donde el profano sólo ve alineaciones de piedras con una ordenación circular, paralela o perpendicular, el experto -cual avispado detective- reconoce viejas ciudades, poblaciones enteras, calles, casas con sus estancias perfectamente delimitadas, y, a partir de ahí, descubre un microcosmos de hace 35 siglos. Éste es el caso del poblado probablemente mejor estudiado de Euskal Herria, el de La Hoya, en el municipio de Laguardia, localidad de reconocida fama por su casco histórico y sus vinos, pero con unos alrededores que son una auténtica caja de sorpresas donde se puede encontrar desde la única ganadería de reses bravas de Álava hasta algunos de los dólmenes más significativos de su tiempo, sin olvidar la riqueza natural de su laguna del Prao de la Paul, centro del biotopo protegido de Laguardia. El poblado de La Hoya está hoy perfectamente delimitado y, a vista de pájaro, se puede apreciar el diseño de sus calles y las parcelas sobre las que estaban construidas las casas, pero cuando en 1935 fue descubierto por Alejandro Sampedro Martínez, La Hoya (lugar que por entonces se llamaba El Torreón o Santa Engracia) era una parcela de cultivo sobre la que, como en muchos otros yacimientos arqueológicos, se encontraban diseminados abundantes fragmentos de cerámica. Ese mismo año se inician las excavaciones, que continuarían en sucesivas etapas en 1950 y 1973, ésta última con la que se consolidó la trascendencia del yacimiento: las tareas emprendidas hace 25 años han continuado hasta la actualidad. Lo que en un principio eran unas piedras ordenadas, restos de cerámica y algún que otro amuleto de bronce ha resultado ser una de las principales fuentes de información sobre las edades del Bronce y del Hierro en la ribera del Ebro. Los primeros pobladores llegaron a este cruce de caminos entre la Rioja, la Montaña alavesa y las tierras occidentales de Navarra hace unos 3.300 años cuando era una zona ya habitada por comunidades de la cultura megalítica del vaso campaniforme. La emigración de entonces no era de Sur a Norte: los forasteros, gentes del tipo indoeuropeo, llegaron desde Centroeuropa por los pasos del Pirineo y terminaron siendo parte integrante de la tribu de los Berones, los que poblaron la Rioja hasta la sierra de Cantabria. Estos pobladores de La Hoya, siglos más tarde, tras mezclarse con sus vecinos iberos, darán origen a una de las mejores muestras de la cultura celtíbera, como también refleja el yacimiento arqueológico. Nada más llegar, y tras decidir asentarse en lo que hoy es excelente tierra de vides y entonces una llanura boscosa poblada por ciervos, osos y jabalíes, los emigrantes indoeuropeos levantaron la correspondiente muralla que les protegiera de los ataques enemigos. En un principio era una robusta empalizada de madera (se han conservado los agujeros excavados en las rocas que así lo demuestran) que más tarde se completó con diferentes paramentos. Las viviendas las fueron adosando a esta muralla, con lo que quedaban así grandes espacios centrales donde se reunían y mantenían sus relaciones los habitantes del poblado. Como se ve, el modelo urbano actual no es ningún invento del hombre moderno. Ya en la fase celtibérica las calles se fueron urbanizando en forma de manzanas, con una disposición reticular. Las excavaciones han descubierto un trazado de arterias empedradas, perpendiculares entre sí, con bocacalles no enfrentadas. No es la big apple neoyorquina, pero el tráfico y el ambiente de la calzada, según los arqueólogos, debía ser similar en proporción al tráfago de las grandes urbes. Los abundantes restos carbonizados de maderos y tablones, las huellas de acuñamientos de postecillos en las aceras indican que algunas de las techumbres volaban sobre la vía. No se sabe si la función creó el instrumento o a la inversa, pero parece ser que esos porticados favorecían la vida en la calle, a la entrada de las viviendas, como también han demostrado los numerosos hallazgos de cerámica en los bordillos de las aceras. Estos habitantes de La Hoya, que, al parecer, llevaban una vida urbana ajena a los riesgos del campo abierto y los bosques (salvo en lo que se refiere al cuidado de sus cosechas de cereal, base de su alimentación) también descubrieron las riquezas de la carne y del pescado. Así, no es de extrañar que se acercaran un poco más allá del poblado, bajo la colina donde hoy se encuentra Laguardia, hasta las lagunas que hoy se llaman El Prao de la Paul, Carralogroño, Carravalseca, la desecada Musco (y otras que habría en la zona, pero que la presión de la agricultura ha desecado) para disfrutar de un buen baño en los meses estivales o para sorprender al alba a los venados y corzos cuando se acercaban a beber de sus aguas. Estas lagunas son ahora biotopo protegido, a salvo de cazadores y pescadores, y lugar de visita de ornitólogos y aficionados a la naturaleza que acuden para disfrutar de aves como el ánade azulón, la focha común o el somormujo lavanco, además de un paraje peculiar y extraordinario en una de las comarcas más secas del País Vasco. Las de Carralogroño y Carravalseca son lagunas temporales, de origen y funcionamiento natural. No así, la tercera, la del Prao de la Paul, un pequeño embalse creado sobre una antigua encharcada y que presenta los principales atractivos de este complejo acuático que se altera en función de las estaciones: de ahí que su mayor interés comience en breve, dentro de un mes, cuando las aves inician sus migraciones con la llegada de las lluvias del otoño. Los primeros habitantes de La Hoya acudirían para disfrutar del vuelo de las aves y los pájaros a éstas y otras charcas que tienen su origen en la configuración endorreica, que salva de drenaje exterior el agua que contienen y que procede de la lluvia, de ahí sus altibajos en el caudal en función de las precipitaciones. Entonces era inimaginable que se acercaran hasta un parque ornitológico como el que se encuentra un poco más allá de las lagunas. De nombre Los Molinos, situado a los pies de la sierra de Francia y que recrea en sus instalaciones el hábitat natural de aves que provienen de todo el mundo, la existencia de este parque muestra mejor que nada el paso del tiempo desde que aquellos indoeuropeos de Centroeuropa emigraran a la Rioja alavesa.Datos prácticos

Cómo llegar: El yacimiento arqueológico de La Hoya se encuentra muy próximo a la villa de Laguardia, entre ésta y la sierra de Cantabria. Desde Vitoria se puede llegar directamente a Laguardia por la A-124 o por la N-I hasta Armiñón y de ahí por la A-124. Poco antes de llegar a Laguardia se toma el desvío a Elvillar por la A-3228 y a pocos metros el camino que lleva al yacimiento. Desde Bilbao se puede llegar a Armiñon por la A-68. Alojamiento: Laguardia cuenta con interesantes lugares para alojarse, surgidos alrededor de la fama de su casco histórico y de sus vinos: la antigua bodega de Don Cosme Palacio (tel. 941 121195), el Castillo El Collado (941 121200), la Posada Mayor de Migueloa (941 121175), el Marixa (941 600165) o el Pachico Martínez (941 600009). Además se puede acudir a los dos agroturismos de la localidad: Erletxe (941 121015) y Larretxori (941 600763). Comer: Además de los establecimientos hoteleros citados, que cuentan con excelentes restaurantes, Laguardia ofrece otros como el asador Biasteri (941 625002), el Bodegón Laguardia (941 600793), Las Postas (941 600285) o Los Rojillos (941 600123).

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_