_
_
_
_
_
Reportaje:

Los acantilados de Itzurun y Zuloaga

A sus cuarenta años, cuando compra unos terrenos en Zumaia donde se encuentra la abandonada ermita de Santiago, Ignacio Zuloaga es un pintor reconocido en Europa y América. Ha expuesto en París -donde ya tiene casa-, Praga o Viena, en Nueva York, México o Buenos Aires. Pero el artista eibarrés busca un lugar cerca de la tierra que le vio nacer y encuentra en Zumaia, en lo que son cuatro paredes desportilladas rodeadas de dunas a orillas del Cantábrico, el lugar desde el que creará su obra de madurez. Zuloaga, probablemente, ya tenía en mente cómo recuperar aquella parada que era el lugar donde se alojaban los peregrinos a Santiago a la espera del barco que cruzara la rías del Urola (negocio que fue de los más rentables que hubo en Zumaia en el siglo XVI). Habló con sus amigos los arquitectos Pedro Guimón y José Antonio Alcorta y ya en 1913 están habilitadas las dependencias y el jardín de Santiago Etxea que hoy se pueden contemplar como entonces, como cuando Zuloaga paseaba por esta pequeña finca, para relajarse de sus estancias en Madrid, Segovia, Fuendetodos, Pedraza o París. Junto a esta muestra de la faceta creadora de un pintor universal, la localidad guipuzcoana ofrece otro atractivo que atrae a expertos de todo el mundo para estudiarlo: sus kilómetros de acantilado, conocido como flysch costero, que alcanza hasta una altura de 150 metros y que recoge en su peculiar configuración millones de años de historia de la Tierra. Zuloaga y el flysch son, a pesar de la inexistencia de semejanzas (la única, quizás, sea la inmortalidad que a estas alturas acompaña a la obra del artista y a la de la naturaleza), los referentes que Zumaia ofrece al visitante que llega desde fuera del país. El artista mantuvo, por lo que queda de los tiempos en que allí trabajó, continua relación con la casa-estudio de Zumaia. Porque primero fue estudio del pintor (y así lo enseñan los guías del museo) que tenía su txoko en Zumaia para ir elaborando sus trabajos: una mesa rústica, tres o cuatro sillas y dos sofás hacen acogedor el espacio, que se decora con cuadros del propio Zuloaga, libros, alguna reproducción de barcos de época. Los cuadros del artista eibarrés (que la familia cambia cada cierto tiempo) ofrecen ahora una muestra de su categoría como retratista: no en vano los libros de texto han elegido para ilustrar sus lecciones sobre Valle-Inclán o Manuel de Falla aquellos retratos que Zuloaga les pintó en su día. Luego viene la colección permanente, esto es, la que formó el propio Zuloaga a partir de sus preferencias. El museo destina para estas obras la antigua hospedería de peregrinos y la capilla. Desde retablos románicos, obras del Greco, Zurbarán y Goya, hasta un Cristo esculpido por Beobide (tallista vecino de Zuloaga, que también cuenta con un museo en Zumaia) y que pintó el dueño de Santiago-Etxea para que ocupara el lugar principal de la capilla. La ordenación de las piezas, caótica, no impide que se pueda disfrutar del buen gusto de Zuloaga como coleccionista, en un tiempo en que los párrocos de las iglesias se desprendían con facilidad de las obras de arte que, afortunadamente, el pintor supo conservar en su retiro de la costa guipuzcoana. Lo mismo que hizo con obras de sus antepasados, dedicados a la forja y al damasquinado, que también tienen su lugar en el museo. El recorrido concluye con una visita a una pequeña sala en la que cuelgan no obras de arte, pero sí recuerdos de la memoria taurina de Zuloaga y por extensión de cualquier buen aficionado: trajes que le regalaron sus amigos toreros, como Belmonte o Manolete, ahora envejecidos por el paso del tiempo pero todavía con el reflejo de las luces que mostraron en las principales plazas de toros. Y no falta, en este paseo por las amistades y las aficiones del pintor (otra de ellas fue el boxeo, como aficionado al gancho de Paulino Uzcudun), un cartel que recuerda su participación como novillero con caballo en una corrida para él solo. No lejos de esta casa rodeada de un espléndido jardín ganado a las dunas, Zumaia ofrece otra obra de arte, esta vez de origen natural, conformada tras milenios de erosión de las aguas del Cantábrico. Las imágenes de Quadrophenia, el musical de The Who que se abría con los embates del mar en los acantilados de Brighton en el sur de Inglaterra, se podían haber filmado perfectamente en este perfil costero que va de Zumaia a Deba. Pero aquí fue Alfonso Ungría quien se dedicó a aprovechar estos exteriores de cine con la filmación de La conquista de Albania, una de las escasas muestras de cine histórico filmado en el País Vasco y que contó con estos escenarios naturales. Según los geólogos, proceden del Cretácico inferior, cuando en esa época el territorio guipuzcoano se encontraba sumergido. Fósiles en el acantilado Así es, los acantilados de Algorri, conocidos como flysch por los técnicos en la materia, son una muestra única del recorrido histórico de la Tierra. Los fósiles de ammonites y bivalvos, entre otros, y las pistas y huellas de excavación o perforación, recuerdan que allí hubo seres vivos, ahora atrapados por el tiempo y la roca. Cada capa de sedimentos, ahora verticales -de ahí el interés del acantilado-, es la página de un inmenso libro que narra parte de la fascinante historia de la vida terrestre. Hasta aquí se acercan geólogos y estudiosos de todo el mundo para desvelar sus secretos y para ayudar a comprender misterios como la desaparición de numerosas especies que poblaban el planeta hace sesenta millones de años. El lego en materias geológicas también puede disfrutar de estos acantilados sobre los que se asoma la ermita de San Telmo y junto a los que pacen -como si a dos pasos no estuviera el abismo- las vacas en los pastizales que llegan justo al borde donde ya comienza la huella del Cretácico en Zumaia: una maravilla de la costa vasca en forma de areniscas y calizas que sigue su propio proceso de erosión ajena a los sucesos que ocurren a sus espaldas.

Más información
Datos prácticos
Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_