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REFERÉNDUM EN IRLANDA

El negocio más rentable para el Ulster: la paz

Británicos y extranjeros aguardan el veredicto de las urnas para invertir en las dos Irlandas

Berna González Harbour

Cuando Tony Blair se acerca al Ulster no sólo trae su fresca sonrisa para apaciguar a la encrespada comunidad unionista de Irlanda del Norte. En sus bolsillos lleva un talón de mil millones de libras (250.000 millones de pesetas) listas para invertir en la paz. Es la factura anual que Londres paga por la seguridad del Ulster, y que el Gobierno británico está dispuesto a destinar a mejorar el atrasado estado de la educación, la salud, la tecnología y la economía de una provincia, Irlanda del Norte, que concentra las mayores tasas de pobreza del Reino Unido. En una época de bonanza, el negocio es la paz.«La guerra cuesta mucho», cuenta Aidan Gough, miembro del Consejo Económico de Irlanda del Norte. «Miremos por ejemplo lo que nos hemos gastado en reconstruir casas y calles dañadas por el terrorismo: sólo el año pasado pagamos seis millones de libras (1.500 millones de pesetas). Y esto se debe acabar, gastemos ese dinero en mejorar la educación, en invertir, en puestos de trabajo. Eso es lo que la gente necesita», sigue el joven economista.

Empleo, educación, inversión. Los jóvenes votaban ayer no sólo por un acuerdo de papel, sino por trazar la barrera entre una era de paro, fuga del capital y huida de profesionales y otra en la que puedan aspirar a formar familias con sueldos, hijos, empresas. El Estado británico calcula en un 7% de la población activa la masa de parados de larga duración que no pueden encontrar trabajo debido a los troubles (problemas, como llaman al conflicto armado). La asistencia financiera a las áreas castigadas supuso en los años noventa un 20% del total británico, frente al 10% de la década anterior. El 40% de la población norirlandesa depende del Estado, frente a una media del 25% en el resto del país. Y la factura total que envía Londres a Irlanda del Norte asciende a los 4.000 millones de libras.

Hoy, en un momento de crecimiento económico en EE UU y Europa, todos los emisarios llegan al Ulster cargados de promesas, más abundantes cuanto mayor sea el voto de la paz. Desde el popular magnate de la Virgin, Richard Branson, que el miércoles en Belfast prometió a católicos y protestantes abrir nuevas tiendas a ambos lados del muro directamente en proporción al número de síes, hasta el presidente Bill Clinton, que día sí día no recuerda desde Estados Unidos que los empresarios ya hacen cola para volar hasta el Ulster. Lo harán a mediados de junio, en una especie de convoy comercial que juntará a representantes de gigantes como General Motors, Ford o Motorola dispuestos a invertir aquí. Los irlandeses son 30 millones en Estados Unidos y prima entre ellos una infinita simpatía por el bando católico del Ulster, el que más se va a beneficiar (por ser el más castigado) de la inversión extranjera.

«Yo lo que quiero es poder vivir en paz, con mi empresa, y aspiro a que dentro de 30 años estar en la Unión Europea signifique que desaparezcan las luchas entre pueblos, pues todos estaremos en un solo país», dice el católico Steve Dowds. Él habita en uno de los nuevos barrios católicos del oeste de Belfast, nuevas urbanizaciones de jóvenes de clase media que huyen del gueto de Falls Road, de las pintadas negras y dibujos mesiánicos del IRA, para dar la vuelta a la página.

La economía, cree el propio Gobierno británico, se verá también impulsada por la mayor unión entre la República de Irlanda e Irlanda del Norte, al aprovecharse así todo el potencial isleño en su conjunto. «Ya no se puede argumentar, como hacíamos antaño que no podemos absorber el coste económico que supondría la fusión con Irlanda del Norte», defiende la abogada dublinesa Sasha Gayer. Irlanda, con un crecimiento del 7% previsto para este año, se ha convertido en el socio europeo que más crece. En los últimos años, el flujo de inversiones extranjeras crece constantemente en áreas cruciales como la electrónica y diseño de software.

La revolución informática ha transformado la imagen tradicional de la República. De ser un país eminentemente agrícola, la nueva Irlanda es el equivalente europeo al Silicon Valley donde su gente, afirma el diputado del Fianna Fail Michael O'Kennedy, «mira al exterior con confianza».

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Por eso, las empresas líderes acusan ya problemas a la hora de contratar empleados en la República, y empiezan a buscar profesionales norirlandeses. Los analistas calculan que los inversores vigilarán durante unos meses la situación antes de comprometerse a ampliar sus operaciones en los seis condados del Norte.

El acuerdo de Stormont, que prevé crear organismos interfronterizos en 12 sectores específicos, entre ellos turismo, agricultura, pesca y desarrollo rural, sintoniza con el Fondo Europeo para la Paz y Reconciliación (FEPR) y con el Fondo Internacional para Irlanda (FII), dos programas destinados a financiar proyectos a ambos lados de la frontera. En los últimos años el FEPR ha canalizado unos 500 millones de ecus para Irlanda y desde su fundación, en 1986, el FII ha movilizado 350 millones de libras irlandesas en la zona. «EE UU y la UE están dispuestos a apuntalar el proceso de paz», dice un portavoz de la sección angloirlandesa del Gobierno irlandés.

No todas las partes están de acuerdo. En el Ulster, los unionistas dununcian todas las ofertas como un intento de soborno que no van a permitir. En voz de una acomodada unionista de Belfast: «Nadie nos va a comprar».

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Sobre la firma

Berna González Harbour
Presenta ¿Qué estás leyendo?, el podcast de libros de EL PAÍS. Escribe en Cultura y en Babelia. Es columnista en Opinión y analista de ‘Hoy por Hoy’. Ha sido enviada en zonas en conflicto, corresponsal en Moscú y subdirectora en varias áreas. Premio Dashiell Hammett por 'El sueño de la razón', su último libro es ‘Goya en el país de los garrotazos’.

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