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Tribuna
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El éxito de una ficción

Tras 17 ediciones salta a la vista la mejora de Arco en lo que se refiere a su presentación formal. En el presente Arco 98, al haber concedido un tiempo más holgado para que las galerías hicieran sus montajes, ya en vísperas de la inauguración oficial se podía ver casi todo y se podía colegir que desaparecerían las prisas de última hora y la sensación de desbarajuste. En este sentido, nuestra llamada feria de arte contemporáneo, ubicada en los dos amplios pabellones del todavía nuevo y flamante recinto de Ifema, luce incluso más que las mejores ferias internacionales del ramo. De hecho, no parece una feria.Pero ¿cómo una feria puede no parecerlo? Esta es, a mi juicio, la cuestión. En la actual edición no sólo no se ha cambiado el peligroso rumbo del equívoco, en el que Arco se ha visto inmerso desde hace unos anos, sino que se ha acentuado su progresión y con evidentes muestras de complacencia por parte de los responsables. Nada más penetrar en el recinto uno se topa con una batería de módulos institucionales, públicos y privados, entre los que nos encontramos, no digo ya representaciones de museos públicos y colecciones de la más diversa naturaleza y procedencia, sino de ministerios del Gobierno central, de municipios españoles, de gobiernos autónomos, de fundaciones, de facultades universitarias, de diarios nacionales de información general, de canales de televisión digital, etcétera. Para que se hagan una idea de lo que supone esta variopinta aglomeración de entidades, que lo único que venden es su imagen, incluso cuando nada o muy poco tenga que ver con el arte, suman casi medio centenar. Esta desmesurada e insólita cifra todavía lo es físicamente más, puesto que la mayor parte de cualquiera de estas entidades se despliega ocupando tres o cuatro veces más de espacio que el que posee la galería más amplia.

Pero no se acaba ahí la cosa, pues, además, hay que contar con las múltiples actividades de promoción cultural, por completo ajenas al comercio artístico o de muy remota relación con él. Así, hay instalaciones, arte electrónico, arte emergente, ciclos de conferencias y mesas redondas, etcétera. Están también los stands dedicados a las revistas y una serie de galerías invitadas de un país, este año Portugal, seleccionadas por un comisario.

Toda esta discutible estrategia podría limitar su efecto perverso sólo a lo antedicho, pero, claro, no se queda ahí. Porque si toda esta parafernalia es para cubrir un vacío comercial muy real, con la paradójica esperanza de que, a través de lo no ferial, se logren, en un futuro cada vez más alejado, mejores ventas, nos percatamos enseguida de que, en efecto, la cosa no se queda ahí. Esto es: que tampoco una buena parte de las galerías comerciales que exhiben sus productos en Arco concurre en igualdad de condiciones. Es visible, por ejemplo, que muchas están subvencionadas por sus respectivas autonomías. Por último: tampoco los compradores son naturales, sino múltiples entidades, públicas y privadas, que se comprometen a gastarse determinadas cantidades, no para comprar arte, sino, ¡ojo!, para comprar arte en Arco, y, por lógica, en muchos casos, sólo y nada más que en Arco.

Ahora bien, con este panorama, ustedes me dirán en qué separece Arco a una feria, si, incluso, lo que se vende de verdad está intervenido en la oferta y en la demanda. Me imagino que si sumásemos todas las cantidades invertidas para hacer y promover Arco 98 en direcciones extraartísticas y extracomerciales o, en su caso, para distorsionar la ley de la oferta y la demanda, no sólo nos llevaríamos un tremendo susto, sino que, con ello, se podría ofrecer casi gratis los stands a las galerías y hasta adquirir una buena parte de lo que exhiben.

¿Qué está pasando? Pues algo que acaece hoy en muchos segmentos del arte, aunque no precisamente en el de las ferias comercialmente consolidadas: crear un espectáculo a costa de lo que sea, y vivir, en el caso que nos ocupa, una semana de ficción, de ilusiones, de apariencias. De esta forma, lo que se busca, en realidad, no es propiamente la promoción comercial del arte actual, sino un gran ruido mediático y que acuda el mayor número posible de visitantes. A mí me parece improcedente esta derivación perversa, ya sea de un museo o de una feria, pero no por un prurito de rigor semántico,sino porque estoy convencido de que su efecto a medio plazo ha de ser devastador en todo orden de cosas. Claro que también podrá haber quien diga, como en el chiste de Gila: "Me habéis matado al padre, ¡pero me he reído ... !

"Arco 98 ha optado decididamente por el papel de la cigarra del cuento y nadie negará que no es mejor, mientras dure la primavera subvencionadora, oír el alegre canto del manirroto insecto que ver el esfuerzo de la hormiga. Por lo demás, en esta edición, la presencia de galerías internacionales de enjundia es notoriamente escasa, incluso lo es cuando se trata de las de países económicamente más débiles. También salta a la vista una presencia nacional, cuya cuantía y peso específico en Arco no se corresponde con la realidad de sus respectivos mercados artísticos de procedencia. Por último, que esa presencia nacional se comporta con una oferta muy precavida -muchas obras de pequeño formato, de muchos artistas diferentes y de los más presumiblemente vendíbles-, la única estrategia que, en Arco, parece responder a lo verdaderamente real de la realidad comercial del arte actual en nuestro país. En definitiva: que Arco 98 es todo lo que se quiera de bonito y divertido, y que esta construcción de lo aparente está tratada con el mayor esmero profesional; vamos: tan bonito y divertido que ya no parece una feria y tampoco lo es.

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