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Muertes silenciosas

"Los pueblos extintos se vengan" (Elías Canetti)Si las águilas imperiales pudieran expresarse, los menos de 600 ejemplares supervivientes en el mundo, afirmarían que el veneno es una tendencia de derechas. Ya sé lo malévola que resulta mi fantasía, pero se apoya en la evidencia de que desde hace dos años han vuelto a generalizarse en nuestros campos los arteros sistemas de acabar con seres vivos por delegación, es decir, con cebos envenenados. Algo que no solamente está prohibido, sino que es lacra que considerábamos casi extinguida en lógica consecuencia con el aumento de la sensibilidad ecológica. Es más, si pudiéramos cartografiar los lugares donde esos trozos de carne impregnados de estricnina son sembrados aleatoriamente sobre el terreno, seguramente se podría sacar la misma conclusión sobre ideología y atentados contra las tramas de la vida. Y es que son muy pocas las grandes fincas de caza que pertenecen a personas de izquierda. Personalmente, sólo conozco un caso.

Estas certezas no invalidan el hecho de que una de las más curiosas contradicciones de lo relacionado con nuestra naturaleza es que depende de los grandes latifundios. Un patrimonio común, como es buena parte de la multiplicidad vital de este país, queda dentro de propiedades estrictamente privadas. De ahí que no exista mejor forma de llevar adelante una correcta protección a lo natural que una buena cultura ecológica en los dueños de esos predios, casi siempre cinegéticos, casi siempre pésimamente gestionados. Porque volviendo a la situación que motiva estas líneas denuncio que, junto con varios millares de muertes de animales protegidos por las directivas europeas y por nuestras leyes, en los últimos tiempos han muerto, envenenadas, varias decenas de águilas imperiales. A lo que se suman otras pérdidas significativas por caza ilegal o choques con cables. Hemos perdido algo así como el 10% de los efectivos de una especie que había conseguido recuperarse lentamente en el último cuarto de siglo. Y eso para alcanzar la nada envidiable población de 140 parejas hace tres años.

A partir de ahí, una descarada marcha atrás. Por eso conviene refrescar, por enésima vez, la memoria.

La prohibición del uso de veneno se basa en la constatación de que es un sistema idéntico al de las minas antipersonales. Es decir, ciego, indiscriminado y con más daño entre los "inocentes" que entre "los beligerantes". Causan destrozos inmensos que comenzamos a reparar hace 30 años con varias disposiciones legales, aunque cada dos por tres los más poderosos olviden apuntarse a la causa de la paz y de la sensatez ambiental.

Los venenos revientan calladamente y por dentro a animales en peligro de extinción, ese otro pueblo silencioso que vive a nuestro lado. Además, son insaciables. Una vez introducidos en las tramas vitales, la estricnina resulta persistente, capaz de recargar su letal vocación al convertir al cadáver cosechado en un nuevo dispositivo de destrucción.

En cualquier caso, al menos dos retrocesos se acumulan en este retorno a situaciones predemocráticas. Una, que la ley es menos obligatoria para los importantes. La impunidad para la inmensa mayor parte de los infractores de las normativas relacionadas con lo natural no decrece. En segundo lugar, porque desgraciadamente ni una sola de las batallas por la defensa del derredor está jamás ganada del todo. Ni aun cuando las respalde una ley.

Falta mucho para que entendamos que el vuelo del águila es de todos y que su estar allí arriba flotando nos completa y enriquece, mientras que su muerte silenciosa disminuye la belleza y la salud de nuestros campos. Termino estas líneas, las leo y me horroriza comprobar que hace 35 años Félix Rodríguez de la Fuente escribía, o recomendaba a través de la radio, cosas muy parecidas a ésta. En esto, desde luego, España no va bien.

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