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Tribuna
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¿Un 'nuevo' IRPF?

El autor hace un ejercicio reflexivo y teórico sobre los caminos que puede seguir la reforma del Impuesto sobre la Renta de las Personas Físicas (IRPF).

No soy economista ni experto en finanzas. Conozco el IRPF de hacer cada año mi declaración y la de algún familiar cercano. Con sólo esa práctica, ha llegado a serme bastante claro un impuesto que algunos expertos encuentran confuso, contradictorio e injusto. Tanto que, según leo en un artículo del profesor Cazorla en EL PAÍS, una comisión de sabios está elaborando las bases. de uno nuevo, porque el que hay, mejor no enmendarlo. Así que estoy un tanto confuso, pues entiendo el impuesto, que sería lo complicado, pero no logro entender lo sencillo, que serían sus reformas.Según he visto al ir rellenando año tras año el correspondiente impreso, lo que yo hago es sumar mis rentas brutas en dinero y en especie, restarles los gastos que he hecho para obtenerlas y convertirlas en rentas netas, multiplicar el resultado o base imponible por un tipo que leo en una tabla y restar del producto o cuota unas deducciones. Así se aplica a todas mis rentas un único tipo y el impuesto puede ser progresivo. Contra lo que dice el profesor Cazorla, yo no veo que el impuesto en sí sea inestable o inseguro más que cuando el legislador decide cambiarlo. Y si todas sus secciones pueden volverse complicadas es o porque la realidad es complicada o porque, otra vez, el legislador insiste en mejorar el impuesto o en usarlo para incentivar esto o aquello; pero ni esas tentaciones son incorregibles ni un impuesto nuevo iba a ser inmune a ellas. Así pues, creo que entiendo tanto la lógica del impuesto como la tendencia a convertirlo en instrumento de políticas económicas.

Muchas reformas, en cambio, las entiendo muy mal. Comenzaré por la simplificación de los tramos que lleva tiempo pidiendo el profesor Fuentes Quintana, padre del impuesto actual. Desde que estudié sus textos en el bachillerato, he entendido siempre al profesor Fuentes, que escribe claro y bien, pero en esto de la simplificación no he logrado ni entrever cómo puede facilitarme la vida buscar mi base imponible, pongamos cinco millones, en una lista de tres en vez de en una de 10, de 20 o de 100 intervalos. Como trabajo en la Facultad de Educación, he tenido ocasión de consultar a mis colegas si se enseña a contar a los niños primero de millón en millón, luego de mil en mil y por fin de uno en uno, y la respuesta ha sido negativa. Tampoco propuestas que he hecho de simplificar las básculas eliminando los gramos y los metros eliminando los centímetros han suscitado la comprensión de nadie. (Se decía, por cierto, que reducir los tramos era en realidad un truco para bajar el tipo máximo, y tampoco acababa yo de entender el rodeo; pero ahora leo que con, la reducción de diez a ocho pierden las rentas sobre cinco millones).

Me resulta también más claro el impreso que sus reformadores en la sección de incrementos patrimoniales. Entiendo, con el impreso, que renta e incremento del patrimonio son económicamente indistinguibles, debiendo por ello tributar ambos igualmente. Puede ser complicado dividir los incrementos por los años que se tarda en obtenerlos, pero sólo así se mantiene el carácter sintético del IRPF. En esto estoy de acuerdo con el profesor Cazorla y con el impreso. Bueno, con el impreso hasta 1995. Porque, perdón, me estaba confundiendo: olvidaba que el Gobierno actual consideró urgente reactivar la economía fijando en el 20% el tipo sobre plusvalías (bajándolo, de hecho, para casi todo el mundo, pero subiéndolo para los más pobres), al tiempo, por cierto, que congelaba el sueldo de los funcionarios. Sí que entiendo, pues, la contrarreforma que propone Cazorla, pero no la reforma del Gobierno, del cual dudo que considere ahora urgente restaurar la unidad que tan a la ligera rompió.

No tengo hijos, pero estoy de acuerdo con el profesor Cazorla en que el Estado debería ser más generoso con los que tienen. El desacuerdo está en que él propone que los hijos disminuyan la base imponible, mientras yo creo que el tratamiento correcto es reducir la cuota. Mi argumento ha sido mil veces repetido: las exenciones desgravan al tipo marginal y anulan la progresividad del impuesto, las deducciones de la cuota pueden ser iguales para todos.

Excepto, perdón otra vez, para los pobres que están exentos de declarar y no saben que ganarían declarando. Aquí sí que hay una evidente injusticia en el modo como el IRPF trata a la familia. Para remediarla hay dos caminos: o incitar a declarar a los exentos o que se entreguen los subsidios familiares por otras vías. Prefiero el primero, porque iría allanando el uso del IRPF como base de un eventual ingreso mínimo garantizado. Mientras tanto, me alegraré mucho si, como promete, el Gobierno aumenta la reducción por hijos.

En cuanto al tipo marginal máximo, no puedo opinar sin saber el tramo de ingresos al que se aplica, cosa que nunca me dicen los que proponen su reducción. Arriba de 20 millones, pongo por caso, 50% no me parece mal, aunque 40% no me parece poco y 60% no lo veo excesivo. Si, en cambio, se redujeran los tramos a tres (pongamos menos de dos millones, dos a cinco y más de cinco), 40% me parecería exagerado. Así que, en vez de rebajar el tipo de 56% a 40% a un futuro tramo más alto (¿10 millones?), yo sugeriría al Gobierno que dejara los tipos y espaciara los tramos, gravando con 56% rentas de, por ejemplo, sobre 20 millones. Sé que los tipos altos favorecen el fraude y hasta la pereza; pero, además de más justos, también tienen la virtud de repartir el trabajo en estos días de paro. Así, cuando, por ejemplo, un profesional famoso deja de trabajar para no ir a medias con Hacienda, se puede pagar con el mismo dinero a vanos profesionales menos famosos.

He dicho antes que el IRPF debe sumar las rentas en dinero y en especie. Hay que decir también que estas últimas no deben confundirse con el disfrute directo de los bienes. La vivienda propia es un buen ejemplo. Si empleo mis ahorros en bonos del Estado o en una casa que doy en alquiler, tributo por sus rentas; si los empleo en mi vivienda habitual, ¿no he de tributar por el alquiler que me ahorro? Espinosa cuestión. Si respondo que sí, habré de aplicar el mismo tratamiento al coche, al microondas y a todos los bienes de consumo duraderos, pues me ahorran gastos. Si respondo que no, la equidad exigirla que quienes pagan alquiler desgravaran el gasto; pero entonces habría que tratar de igual modo los gastos en transporte, restaurantes o lavandería. En ambos casos hay que trazar una línea arbitraria entre bienes de consumo que no tributan y bienes de inversión que sí tributan porque se imputan rentas a su uso.

A mi entender, la mejor salida es considerar la vivienda como un bien de consumo, no como una inversión, y aplicarle el principio general de que se gravan las rentas materiales en dinero o en especie, pero no el disfrute directo de los bienes. Así se evitan el problema de la imputación y las reclamaciones de desgravación por los que viven alquilados. De acuerdo, pues, con Cazorla en que la vivienda propia no tribute, pero a condición de que, pues es bien de consumo, no se desgrave la inversión en ella. En realidad, la vivienda sale muy favorecida en el impreso actual. Desgravando como desgrava su compra primero y siendo tan baja la renta que se le imputa después, no es de extrañar que haya en España una clara sobreinversión en vivienda. Sobreinversión que, paradójicamente, se trata de disuadir incentivando también fiscalmente la vivienda de alquiler. Sería mucho más simple y justo favorecer menos la compra.

Como se ve, yo también encuentro defectos en el actual IRPF. Mencionaré uno más: me parece grave que las plusvalías resultantes de la venta de un negocio sólo estén exentas de tributación si se emplean en el mismo negocio. Limitación tan severa debe de perjudicar mucho la flexibilidad, la adaptabilidad y la competitividad de las empresas. Le encuentro aún otros defectos al impuesto. Pero casi todos son mucho menores que algunos con los que parece que podría adornarse a su sucesor de nueva planta. Mejor, creo, sería arreglar la casa que dejarla decaer por una nueva que por fuerza ha de hacerse con los mismos materiales.

Julio Carabaña es catedrático de Sociología en la Universidad Complutense de Madrid.

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