Ignorantes disfrazados
El atuendo. Uno va por la vida creyendo que se le juzga por sus conocimientos, su saber estar o su calidad humana, y resulta que el atuendo es lo único que le define ante los desconocidos. Entras en un local con tus mejores modales y ropa sencilla, y no eres más que un paria, un piernas o un desclasado rebelde. Y en seguida -ironía- entra a tu lado un paleto con traje de Armani dando el pego de señor, don y muchas otras cosas que no tiene. Un reflejo más de la incultura. La ignorancia popular suple su carencia de criterios intelectuales con el mal sucedáneo de las apariencias. El resultado: paso franco para los arribistas y los espavilaos. En este país hay mucho hortera de traje y corbata, que no ha aprendido otra cosa que las ventajas de un buen atuendo en medio de una sociedad inculta. Aquí te toca la lotería y ya eres alguien, mientras que este reconocimiento cuesta mucho a quienes lo buscan honestamente, sin apoyo excesivo de apariencias. No basta que los auténticos cultos se vistan de gala; hace falta que haya en la sociedad la suficiente luz general para que a los timadores no les sirva el disfraz.- Todo lo que usted quiera, pero no tendrá preferencia sólo por la ropa.
Despachos, empresas, teatros, gabinetes municipales, gasolineras, cualquier escenario es bueno para representar la comedia del burro-listo. Listo, no sabio. Nuestra historia es la Historia interminable de un territorio donde llegar depende demasiado de la suerte, los contactos o los favoritismos. El atuendo como clave de la consideración social. Y no sólo el atuendo, también se utiliza el lenguaje como fuente de muletillas para crear un falso elitismo, un elitismo fácil -que no legitima otros elitismos- y cómodo para los que no tienen otra manera de apabullar a los demás que agruparse en el pelotón de los ignorantes disfrazados.-