_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Las barricadas

Una de las peores lacras en que puede incurrir el ser humano es el fanatismo; nada deshumaniza tanto como cualquier suerte de fanatismo.Éste tiene, a su vez, varias especies, de las cuales las peores son las que transforman a los otros hombres en instrumento de la creencia propia con todas sus consecuencias, incluida, por ende, la eliminación del instrumento, cuando convenga. La deshumanización del sujeto fanatizado es entonces máxima, pues al negar así la humanidad ajena, al minimizarla de este modo, se degrada la propia hasta el punto en que un hombre es, casi, un no hombre; acepta, aunque sea sin saberlo, que todos los seres humanos, sin excepción, tienen calidad de instrumentos de algo o alguien. Ésta es planta de floración abundosa, lozana, y en los lugares más exóticos. Suele estar en la raíz de terrorismos de variado signo: étnico, nacionalista, religioso, político.

Pariente próximo de este fanatismo acabado es eso que podríamos denominar sectarismo, de lo que hay tanto. que el follaje puede ahogarnos. El sectario tiende a agrupar a la humanidad que está a su alcance (y a otra más lejana) en grupos exclusivos y excluyentes, donde la gente, codo con codo, se integra en una comunidad de aspiraciones, creencias, intereses, convicciones, en la que no caben las discrepancias y en cuya práctica vital no entra más luz que la del sol particular que ilumina a cada grupo.

Una cosa mala del sectario es que no puede dar cabida en su mente al que no lo es, tiene la convicción de que todos son tan sectarios como él, pero de otra u otra secta, de tal modo que la vida social acaba siendo un espacio donde las sectas se ubican, realmente, detrás de sus barricadas, de. modo que no hay más que relaciones inter-sectas, tensas, agazapadas en una violencia más o menos contenida en el cultivo excitante de la propia singularidad frente a la ajena, siempre mala, o, al menos, siempre peor que la propia. Lo cual introduce unos modos en los que el razonamiento se sustituye por el latiguillo y el respeto de los demás por el desprecio. Amar lo propio, adorarlo, y despreciar lo ajeno, sin dejar resquicio para luz alguna que resquebraje el muro. Ser miembro coherente de una secta tiene sus ventajas: no hay que esforzarse en pensar, pues, o ya está todo pensado, o dictará el oráculo; se encuentra calor humano, se sabe lo que hay que combatir, lo que está bien (lo que conviene a la secta) y lo que está mal (todo lo demás), quién es el amigo (el miembro de la secta) y el enemigo (todos los demás, demonios o, al menos, idiotas).

Y todo esto viene a propósito de que uno se siente cada vez más en un mundo sectarizado; y así, si sobre algo no te pronuncias eres un enemigo; y, si te pronuncias en algún sentido, ahí te pillé, has hecho la definición de toda tu persona y existencia. Porque el ideal del sectario es un mundo de sectarios y cuando consiguen arrinconar a alguien en posiciones sectarias, han logrado un buen triunfo estratégico: ya no vale lo que se dice o se hace, sino lo que se es.

Y lo que se es se ve enseguida, de modo inapelable, por cualquier indicio: basta con que opines, por ejemplo, sobre la procedencia o improcedencia de que se emitan partidos de fútbol en abierto o en cerrado para que quede establecido, sin lugar a dudas, el clan al que perteneces, si eres de derechas o de izquierdas, liberal o autoritario, ladrón o policía, progresista o. retrógrado, cabrito o cordero. Algo maravilloso como operación lógica, casi tanto, para mí, como esas reconstrucciones de un animal del terciario de 20 metros de envergadura, partiendo de un diente fosilizado. Y no te digo si opinas sobre algunos jueces, o fiscales, o contratos de depósito en garantía, o los entresijos de un auto judicial, o las expresiones de un secretario de Estado.

Me resisto a dos cosas: a dejar de ser amigo de mis amigos, y a dejar de pensar como me parezca y opinar. Pero esta resistencia no es razonable; lo conveniente es apuntarse a una secta y descansar; o dedicarse a la egiptología u otra pretendida torre de marfil; aunque, quién sabe, quizá en la egiptología los sectarios encuentren irrefutables pruebas de adscripción sectaria.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_