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Irán se viste de luto

El país reafirma su identidad shií en la celebración de la Ashura

Ángeles Espinosa

ENVIADA ESPECIALIrán está de luto. Mezquitas, edificios oficiales e incluso comercios exhiben una banda negra en señal de duelo por la muerte de Husein, el nieto de Mahoma, en Kerbala en el año 61 de la hégira. Era, como ayer, un 10 de moharrán, la fecha del calendario musulmán que los shiíes conocen como Ashura. En su memoria, cientos de miles de iraníes inundaron ayer las calles de todas las ciudades del país con sus procesiones penitenciales.

Cofradía de Galamestán, al sur de Teherán, 13.15 horas. El redoble de tambores se intensifica. El responsable de la salmodia que loa a Husein eleva aún más su canto. Los penitentes -hombres jóvenes entre 13 y 30 años, pero también algunos niños- se acompasan al ritmo y golpean sus espaldas al unísono. El flagelo (una empuñadura de madera de la que penden varias cadenas de un palmo de largo) empieza a dejar su huella después de casi tres horas de mortificación. Un hombre es sacado de la procesión con la cabeza y los hombros ensangrentados.

Aunque la fuerza del azote depende de la motivación de cada cual, las autoridades han prohibido recientemente las prácticas más duras de esta ceremonia, entre ellas los cortes en la cabeza, que produjeron en el pasado imágenes espeluznantes de penitentes cubiertos de sangre. En las aceras, los fieles que acompañan la procesión (por la derecha las mujeres y por la izquierda los hombres), se golpean el pecho con la mano. Alguna que otra anciana llora.

Por último, cuando la marcha alcanza de nuevo su punto de partida, tras haber recorrido el barrio, cesa la música y un almuédano entona una oración. Le sigue una breve intervención en la que se rememora el sacrificio de Husein (imam no reconocido por los musulmanes suníes u ortodoxos). Todo el mundo guarda silencio. En ese momento, el llanto se hace contagioso e incluso quienes parecían estar en la procesión sólo para encontrarse con familiares y amigos, mudan la sonrisa de unos segundos antes por el compungimiento. Luego, la huseiniye (especie de cofradía en honor de Husein) reparte comida entre todos los asistentes.

Estos comportamientos -que encajan sin esfuerzo en el estereotipo del fanático que como imagen del iraní ha cundido en Occidente- contrastan con el carácter de un pueblo que en sus actitudes cotidianas se muestra, muy por el contrario, bastante antidogmático y escéptico. No hay sino estar atentos a algunos gestos. Cuando suena la hora de la oración, por ejemplo, en Irán la vida no se interrumpe como sucede en Arabia Saudí cinco veces al día, ni aparecen los mutawi (policías religiosos), dando bastonazos a todo el que no acuda raudo a la mezquita.

En la procesión de Galamestán, dos. muchachas llevan colgados al cuello sendos crucifijos que se clarean bajo sus pañuelos. Al preguntarles si son cristianas, sonríen y dicen: "No, qué va, somos musulmanas, pero los llevamos porque nos parecen bonitos". Los otros credos monoteístas (zoroastrismo, judaísmo y cristianismo) están reconocidos por el artículo 13 de la Constitución y, pese a que el Estado se declara República Islámica, los Iraníes gozan de una libertad de culto que sería revolucionaria al otro lado del Golfo Pérsico.

Aun así, el ascenso al poder de un determinado sector del clero shií ha implantado usos y costumbres que muchos iraníes contestan por ajenos a su talante. El más conocido de todos es la imposición a las mujeres del chador (velo negro que cubre de la cabeza a los pies) y que muchas jóvenes sustituyen hoy por gabardinas y guardapolvos acompañados de un pañuelo en la cabeza.

Algunos iraníes perciben -al menos, en Teherán- una cierta dulcificación de los códigos de conducta. Un interlocutor llega a contar, no sin asombro, que en cierta zona de la ciudad concurrida por jóvenes de clase media alta, incluso se hace la vista gorda a que las parejas paseen cogidas de la mano. De todos modos, los vaqueros siguen teniendo que ocultarse bajo largos guardapolvos de colores apagados y un gran número de mujeres no renuncia al chador.

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Sobre la firma

Ángeles Espinosa
Analista sobre asuntos del mundo árabe e islámico. Ex corresponsal en Dubái, Teherán, Bagdad, El Cairo y Beirut. Ha escrito 'El tiempo de las mujeres', 'El Reino del Desierto' y 'Días de Guerra'. Licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense (Madrid) y Máster en Relaciones Internacionales por SAIS (Washington DC).

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