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Esperando decisiones desesperadamente

Soledad Gallego-Díaz

El Reino Unido celebra elecciones a primeros de mayo. Francia adelanta las legislativas a finales del mismo mes y principios de junio. El canciller alemán Helmut Kohl anuncia que se volverá a presentar el año que viene. Parecen buenas noticias para los partidarios del proceso de unión europea, que está sometido, para todo lo que no sea el euro, a un brutal parón.La experiencia demuestra que los Gobiernos recién elegidos están menos obsesionados por el efecto de la política europea en las urnas y que son más capaces de tomar decisiones. Y en lo que todo el mundo coincide es en que el proceso abierto por el Tratado de Maastricht en diciembre de 1991 está exigiendo desesperadamente esas decisiones.

La flamante Unión Europea atraviesa un momento muy preocupante. Lo único que está imparablemente en marcha es la moneda única, pero hasta los mayores defensores de una política monetaria independiente saben que el euro tendrá un fuerte impacto en la política económica y exigirá, más pronto que tarde, el reforzamiento de la política presupuestaria y fiscal de la Unión.

Y para eso hace falta que Europa disponga de una serie de mecanismos o instrumentos de funcionamiento de los que carece en la actualidad. Esa carencia, que ya es dramática con 15 socios, se volverá insoportable en cuanto ingresen algunos de los países de la antigua Europa del Este que esperan ansiosos la luz verde.

Los 12 jefes de Gobierno y de Estado que firmaron el Tratado de Maastricht fueron capaces de dibujar con bastante precisión la unión monetaria, pero no lograron ponerse de acuerdo en cómo iba a funcionar una Unión Europea que, inexorablemente, debía abrir sus puertas a nuevos socios.

La tarea se encomendó a una Conferencia Intergubernamental que debía finalizar sus trabajos en 1997. La realidad es que han pasado varios años sin que esos trabajos hayan avanzado. Uno de los políticos responsables de aquella decisión se quejaba hace pocos días: "Lo peor es que no hay avances ni siquiera por debajo de la mesa, ni siquiera conversaciones entre los principales líderes europeos".

La política monetaria no es posible sin desarrollar una política económica común. Pero la Unión Europea no puede avanzar en ese camino, ni en el necesario equilibrio entre economía y política, si ni tan siquiera sabe cómo va a tomar decisiones. Decidir cuántos miembros tendrá la Comisión, saber cómo va a votar el Consejo de Ministros (el polémico voto ponderado y la decisiva minoría de bloqueo), definir los procedimientos de codecisión entre las diferentes instituciones (Comisión, Consejo o Parlamento) o reglamentar las famosas "velocidades" es más urgente, o por lo menos más importante, incluso que saber cuánto va a valer el euro en relación con el dólar.

Las elecciones británicas y francesas van a complicar todavía más un calendario europeo cuyas piezas parecían ya un rompecabezas, pero por lo menos permitirán hacer acopio de energía a quienes se sienten a la mesa. Salvo que tengan razón quienes creen que la Conferencia Intergubernamental no avanza simplemente porque sólo hay en estos momentos en Europa un político (el canciller Helmut Kohl) que está realmente convencido de que Maastricht sigue siendo una buena idea.

Pase lo que pase, los españoles deberíamos ser conscientes de que nuestro futuro depende en buena parte de que nuestro Gobierno (que sigue lastimosamente mudo en estos temas) sea capaz de acertar en el diseño de toda esta operación de construcción europea.

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