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Nostalgia y polémica en Alemania en el centenario del padre del 'milagro alemán"

El centenario de Ludwig Erhard, el hombre que simbolizó el milagro alemán en la posguerra, que se cumple hoy, ha desencadenado en Alemania una ola de nostalgia, una competición entre políticos deseosos de apoderarse de su herencia y una polémica sobre lo que hoy haría el legendario ministro de Economía ante la crisis económica. No faltan quienes recuerdan que el afamado economista fracasó cuando llegó a la jefatura de Gobierno y sucedió a Konrad Adenauer en la Cancillería. Paradojas del destino: Erhard tuvo que dimitir el 1 de diciembre de 1967, porque el socio de coalición, los liberales, le habían negado el apoyo parlamentario para aprobar un presupuesto financiado a base de una subida de impuestos.

La hipótesis más probable es que Erhard se revolviera en su tumba si pudiese oír las cosas que dicen aquellos que estos días toman su nombre en vano y quiénes se proclaman sus herederos. El pasado miércoles, el canciller federal, correligionario de Erhard en la democracia cristiana, Helmut Kohl, celebró con unos 2.000 invitados el centeneario en un hotel entre Bonn y Bad Godesberg. Llamó la atención que Kohl no leyese el discurso repartido de antemano y se limitase a unas frases rituales.Un periódico de Berlín editorializó que Kohl lleva el mensaje de Erhard en la boca, pero no en el corazón, porque las lecciones de bajar impuestos, no endeudarse y reducir la burocracia las puede recitar el actual canciller, "pero es incapaz de convertirlas en política, porque no puede o no quiere".

Una ola de nostalgia recorre Alemania por el hombre del puro, por la locomotora electoral de los años cincuenta y principios de los sesenta, los días de la reconstrucción del país y del milagro. Emisiones de sellos, monedas y tarjetas telefónicas aparecen estos días con la efigie oronda que simboliza de forma palpable la prosperidad y el milagro alemán. Abundan los programas de televisión y entrevistas ficticias en los periódicos con la inevitable pregunta "¿Qué haría, usted hoy?".

Los alemanes miran con pesimismo y miedo el futuro. El jueves se espera que la Oficina Federal de Trabajo anuncie que el número de parados se acerca a los cuatro millones y medio y que se han batido todas las marcas desde el final de la guerra. La figura de Erhard se asocia con el marco alemán, la moneda que está llamada a desaparecer ante un euro de estabilidad más que dudosa y al que muchos alemanes llaman ya dinero esperanto y dinero para jugar al monopoly.

El Gobierno federal se llena la boca con promesas de que el año 2000 las cifras de paro podrían quedar reducidas a la mitad, pero mientras tanto un mes tras otro aumentan sin cesar, aunque también aumenta la productividad. Al mismo tiempo, crece el número de alemanes que pierde la fe en el sistema económico vigente. El semanario Wirtschaftswoche, que encarga sondeos periódicos al Instituto de Demoscopia de Allensbach, constata una creciente desconfianza en el sistema económico desde la reunificación alemana. En 1990, un 71 % de alemanes afirmaba tener una opinión "buena" sobre el sistema económico y sólo un 5% "mala". En un sondeo del pasado noviembre, el 45% de los alemanes del Oeste tienen una opinión buena y el 26%, mala.

Entre los alemanes del Este las posiciones son aún más negativas: sólo un 24% tiene una opinión buena y un 41% mala. La constelación de los defensores de Erhard forma estos días la más amplia gran coalición imaginable en Bonn. El jefe del grupo parlamentario socialdemócrata, Rudolf Scharping, acusa al Gobierno de "traición a Erhard", a quien llega a considerar "uno de los nuestros". El político más destacado de Los Verdes, su jefe de grupo parlamentario Joschka Fischer, se pronuncia a favor de la defensa del "capitalismo renano", es decir la economía social de mercado de Erhard.

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Para Erhard, el "bienestar para todos", título de su libro más famoso, tenía que proceder de la iniciativa individual y consideraba al Estado benefactor como una especie de locura moderna", escribe Wirtschaftswochwe. El semanario llega a la conclusión de que la Alemania actual se ha convertido en un socialismo fáctico, donde el Estado reclama uno de cada dos marcos del producto interior bruto y uno de cada tres marcos de ingresos se reparte a través del sistema de seguridad social.

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