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Odio

Rosa Montero

¿De dónde sale ese odio patológico de los fundamentalistas musulmanes hacia la mujer? ¿De qué covachas del alma emerge esa sana miserable? El Corán no ordena esas atrocidades y el Islam no es eso, como insisten en explicar una multitud de eruditos árabes. No, esa crueldad torturadora debe de nacer de lo más negro y estancado del ser humano: del miedo, de la inseguridad, de la incultura; de la frustración y la debilidad absoluta, que hace que deseen ser verdugos porque es su única manera de ser algo.Ahora los talibanes han recluido a las mujeres en sus casas, las han cubierto de los pies a la cabeza con velos que ciegan y mantos que paralizan, y han cerrado las escuelas para niñas. Esto último es lo más aterrador: de qué catadura moral tiene uno que ser para prohibir el conocimiento, para condenar a todas esas mujeres a la extrema desolación de la ignorancia. Claro que los fundamentalistas son unos verdugos especialmente perversos: martirizan a sus propias madres, a sus hijas, a sus hermanas, a sus esposas. Su intimidad debe de ser una hoguera loca de dolor y de odio.

Lo que están haciendo los talibanes es un crimen contra la Humanidad, un genocidio, porque están matando en vida a la mitad de la población. A finales del segundo milenio no podemos permitir esas atrocidades, y las mujeres occidentales tenemos peso y poder suficiente para influir en ello. Basta con asumir ese poder, basta con mantener una postura pública firme: como los judíos, por ejemplo, tan hábiles defensores de lo suyo. Por ejemplo, debemos exigir que ni un sólo gobierno democrático reconozca y acepte a los talibanes. Esta tarde, a las 18.30, hay una concentración de apoyo a las mujeres afganas frente al Ministerio de Asuntos Exteriores, en Madrid. Es una manera de empezar la lucha.

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