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Un 'talibán rubio' manda en Dior

John Galliano, nuevo director artístico de la célebre marca

John Galliano, un inglés de Gibraltar, mitad rasta, mitad talibán, con el pelo recogido en distintos moños o trenzas -depende del momento- rubio platino, es el nuevo creador de la mítica firma Christian Dior. El enorme italiano de chalecos deslumbrantes -Gian Franco Ferré- cede, pues, su plaza a un tipo de ardientes ojos negros, delgadísimo y vestido como un estilista puede imaginarse un combatiente en el frente de guerra, es decir, con arrugas planchadas y manchas dispuestas según criterios cromáticos estrictos.Hace un año, Galliano aterrizó chez Givenchy, y en ese breve plazo de tiempo ha seducido a todos los críticos y, lo que es más importante, ha sabido ganarse tanto la confianza de su patrón como de las operarias del sector, esas 2.000 virtuosas de las tijeras y el dedal de las que acaba dependiendo finalmente todo.

En Givenchy llegó de la mano de Bernard Arnault, propietario del primer grupo mundial -LVMH- de alta costura, propietario también de Givenchy y de Dior, que lo fue a buscar a Londres a sabiendas de que contrataba a un creador al que lo que menos le preocupa es que sus ropas puedan luego volver a ser llevadas por alguien que no sea una top en la pasarela.

Inmaculada y Rosamaría, las hermanas de Juan Carlos, bailaban flamenco en la cocina familiar mientras mamá se ocupaba de su guapo bebé. Eso es al menos lo que cuenta la leyenda, que se permite incluso engominar el pelo del retoño. Luego, ya en Inglaterra, deja la escuela a los 16 y entra en un centro especializado en creación de tejidos. En 1984, a los 24 años, consigue su primer triunfo con una colección sobre la Revolución Francesa. Luego vendrán mujeres elisabethianas, chicas piratas con parche en el Ojo, sosias de la Blanche Dubois del Tranvía llamado deseo y, sobre todo, la mezcla: los pantalones de chaqué con chalecos afganos, los turbantes del Hindukush con las chancletas playeras, las largas chaquetas de lord Byron con los pantalones de cuero del loco de la moto, el recatado corte de la moda Imperio con la transparencia más absoluta.

Galliano en Dior y Alexander McQueen en Givenchy no han sido contratados sólo como modistas o estilistas, sino como directores artísticos. ¿Por qué? Sencillamente, porque la alta costura es una operación de prestigio y publicidad, una inversión en arte que luego -se rentabiliza por la vía del prét-à-porter y, sobre todo, gracias a bolsos, maletas, joyas -175.000 millones de pesetas- y perfumes -375.000 millones de pesetas-, Galliano y McQueen son la apuesta anglosajona y excéntrica de un empresario francés, una respuesta a un reciente titular del Wall Street Journal: 'Couture is dead' ('La alta costura ha muerto'). En LVMH recordaron que, "treinta años atrás, Los Angeles Times publicó un artículo idéntico con idéntico titulo. Llevamos treinta años muertos, y nosotros sin saberlo".

Lo que se le pide a Galliano es que insufle a la elegancia clásica de Dior su gusto por el escándalo y el exceso, como ya lo ha hecho en Givenchy, una marca que hasta ahora -había sido símbolo de serenidad y distinción discreta.

Su viejo entusiasmo por los pasdaran de Jomeini o por los talibanes afganos hoy lo tamiza con notas grunge, al tiempo que resucita corsés para fabricar cinturas de avispa o une el escote de la espalda con el corte que hiende la falda, con el espectacular resultado imaginable. "Me gusta cambiar de aspecto cada vez que mi vida toma un nuevo rumbo", explica muy serio Galliano para luego, controlando la carcajada, añadir: "Eso sucede cada seis meses".

Tanto Juan Carlos John Galliano como el jovencísimo Alexander McQueen han surgido de la Saint Martin's School of Art, una escuela en la que hoy parecen depositar mucha confianza las ochocientas personas en el mundo que, cada año, compran alta costura y se gastan 7.250 millones de pesetas.

Pero la inspiración de Galliano, lo que no se aprende en la escuela, surge de su afición por los museos, de su admiración sin límites por el Napoléon (1927) de Abel Gance y, según cuenta él mismo, de "las auténticas discotecas, de aquellas a las que acuden los jóvenes que han ahorrado toda la semana para dejar estallar su energía el sábado noche. A veces sus ropas están tan fuera de lugar que resultan geniales". Encima de una pasarela dejan de estar fuera de lugar y ya sólo son geniales.

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