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Tribuna
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Triunfo del miedo

"Estoy buscando dónde están mis maletas; me siento con ganas de hacer el equipaje e irme de aquí tan rápido como pueda". En la madrugada de ayer, Leah Rabin, la viuda del primer ministro asesinado, pronunció estas palabras ante las cámaras de la televisión israelí al conocer que lo más probable era que el derechista Bibi Netanyahu hubiera ganado las elecciones. Palabras duras, palabras terribles, palabras verdaderas, que hicieron suyas de inmediato miles de israelíes del campo laico y progresista, en particular todos aquellos jóvenes pacifistas que lloraron a moco tendido la noche del asesinato de Rabin.No fue la israelí una campaña de guante blanco. Las medidas de seguridad pusieron sordina a las manifestaciones callejeras de los debates nacionales, pero éstos fueron agrios y apasionados. Estaba en juego la cuestión de si es posible garantizar al mismo tiempo la paz y la seguridad, y en caso de respuesta negativa, qué debe ser lo primero. Una cuestión de vida y muerte, y por eso, antes de votar, cada israelí tuvo que pesar en la balanza su miedo y su esperanza. Y salvo que los últimos votos por escrutar den un giro espectacular a los resultados conocidos ayer, puede decirse que ganó el miedo.

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Leah Rabin dijo ayer que los laboristas de Simón Peres cometieron un error al "no utilizar los suficiente en la campaña electoral el terrible asesinato" de su esposo. Cierto es que difundieron anuncios en la televisión con imágenes de Rabin poco antes de su asesinato, pero ella cree que tendrían que haber ido más lejos: "Ellos mataron al primer ministro. ¿Por qué no hemos hecho más uso de esto?" Ellos, para Leah, son los presumibles vencedores de las elecciones: los nostálgicos del Gran Israel, la coalición de generales, rabinos, colonos y políticos derechistas forjada por Bibi Netanyahu, la que, según denunció en su día, creó el clima de linchamiento moral que empujó al extremista Yigal Amir a disparar sobre Rabin el pasado noviembre.

Haciendo campaña sobre su optimista visión de un nuevo Oriente Próximo de paz y prosperidad, es posible que Peres no haya atizado lo suficiente los miedos que la victoria del Likud despertaba de su propio campo: miedo al deterioro de las relaciones con los occidentales, a la pérdida de inversiones extranjeras y mercados exteriores, a una nueva Intifada en los territorios palestinos, a una guerra con Siria, a la imposición por decreto de criterios religiosos...

Del ganador de un premio Nobel de la Paz y, de confirmarse los resultados, perdedor de cinco elecciones israelíes, escribió ayer Nahum Barnea en Yedioth Ahronott: "Peres nació para sufrir". Condenado como Sísifo a subir la piedra a lo alto de la montaña para que vuelva a caer enseguida, Peres no parece haber convencido a sus compatriotas de que puede ser tan duro como Rabin para hacer la paz con los árabes garantizando al mismo tiempo la seguridad de Israel. Ni tan siquiera para eso ha servido su sangrienta operación Uvas de la Ira en Líbano.

Miedos más inmediatos que los que pueden derivarse de la crisis del proceso de paz y muertes más recientes que la de Rabin han pesado como plomo en las balanzas de los israelíes. En concreto, los provocados en febrero y marzo por los atentados de los kamikazes de Hamás. Netanyahu ha obtenido tan extraordinario apoyo electoral por haber repetido hasta la saciedad: "Peres ha dejado la seguridad de nuestros hijos en las manos de Arafat; nuestros hijos tienen, miedo de subirse a los autobuses".

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¿Por qué han votado a Netanyahu los sectores religiosos y ultraortodoxos judíos pese a escandalizarles su agitada vida sentimental? Por miedo a que, con Peres, los árabes pudieran recuperar lugares sagrados del judaísmo. ¿Por qué han votado a Peres los árabes con nacionalidad israelí, pese a haber declarado que jamás olvidarían los muertos de Qana? Por miedo a Netanyahu. Todo el mundo ha pesado sus miedos en estas elecciones.

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