Ternura cósmica
Estos días de mayo lluvioso está Castilla de darle besos. Me refiero a la vieja Castilla, a Segovia, pero seguramente estará igual de hermosa toda la meseta y lo demás. Vas por las carreteras y junto al puro verde de las cebadas, tumbadas por la lluvia de tan altas, y el verde mar de los trigos, en las cunetas, los cirates y los barrancos, ves todos los colores de las flores: el puro rojo de las rojas amapolas, el blanco de las magarzas, el amarillo ácido del jaramago y tantas sombrillas, el malva de las malvas y las mielgas y, a veces, el escaso y puro azul de los azulones.También se puede una quedar extasiada entre las frondas de las orillas abarrancadas de los ríos, verdaderos hoy, en la ciudad de Segovia, y de los arroyos, antes avergonzados de tan secos, con sus chopos, sus alisos y fresnos, las vergueras, las zarzas, madreselvas y las grandes y suaves hojas limpiaculos. Sólo se echa de menos a los, desde Roma sagrados, altos álamos de las carreteras comarcales, víctimas, sólo en España, del MOPU y que en los taludes de las autopistas de salida de Madrid la maniática furia española recortadora no hubiera segado las hierbas y las amapolas hasta haber disfrutado de su vista, en septiembre.
Pero hoy estoy eufórica. A pesar de todo eso y más, siento una especie de ternura cósmica que amarga en la garganta porque está Castilla de darle besos.-