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Tribuna:AZNAR, PRESIDENTE DEL GOBIERNO
Tribuna
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El líder que menos se equivoca

Un día de septiembre del año pasado le preguntaron a Jaime Mayor Oreja por qué el liderazgo del PP lo ejercía José María Aznar, cuando no era el político con más experiencia ni el más brillante. El político vasco, con amplia carrera anterior en UCD, estaba cenando con algunos periodistas en el centro vasco de Buenos Aires, a la sombra de un retoño del árbol de Gernika plantado allí a principios de siglo. "De todos los que he conocido", contestó después de un silencio, "Aznar es el líder del centro derecha que menos se equivoca".El ahora virtual ministro del Interior ni siquiera se atrevió a emplear la expresión "el que más acierta". La derecha española es consciente del encadenamiento de equivocaciones que arrastra en la Historia de las siete últimas décadas, desde la conspiración contra la República y la guerra civil hasta el cobijamiento placentero bajo el sable del general Franco y la crispación del debate constitucional con la denuncia desde Alianza Popular del modelo autonómico.

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Semejantes antecedentes- otorgan mayor mérito al papel de Aznar, culminado ayer con su investidura como presidente del Gobierno con el apoyo de cuatro grupos parlamentarios. En seis años de liderazgo de un partido nacido montaraz, en las laderas de la derecha más reacia a los cambios, ha acreditado el deseo de llevarlo hacia las vastas praderas del centro, un objetivo confirmado en las urnas y en los propósitos gubernamentales.

La buena estrella del personaje puede haberle puesto en la senda de rematar su propósito con una profundidad que quizá todavía no había imaginado. Las circunstancias le obligan a asentarse para siempre en ese terreno templado, y él parece sinceramente agradecido a las circunstancias. El resultado electoral, menos bueno del que buscaba, le obliga a embarcarse en un impulso autonómico distinto, seguramente, al que tenía proyectado, pero ha demostrado que la herramienta política que dirige, el partido, tiene flexibilidad y organización suficientes para una rápida asimilación del cambio.

Todo eso se explica porque Aznar cree en la autonomía de la política y ha pagado un precio por defenderla. No ha aceptado sin más la vieja instrumentación de la derecha como pantalla de intereses predeterminados. Sus colaboradores de siempre recuerdan con regocijo las semanas de la instalación de Aznar en un despachito de Génova 13, a mediados de 1989.

El despacho registró un desfile de fuerzas vivas, desde obispos a banqueros, cada uno a plantear sus exigencias. Aznar les dijo a todos que haría lo que creyera necesario. Por ejemplo, pasados pocos años, anunciar que no plantearía una revisión de la legislación sobre el aborto aprobada en la etapa socialista.

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La negativa a aceptar las indicaciones de José María Cuevas llevaron al presidente de la patronal CEOE en 1992 a propinarle un castigo público y descalificarle como alternativa. También es reciente el reconocimiento de muchos de los empresarios que en la última precampaña doblaron suavemente la columna vertebral al saludarle. Las maniobras en la oscuridad para sustituirle, antes de 1993, desde medios de comunicación de la derecha tradicional y poderes económicos, rozaron en ocasiones la humillación personal.

Todo logró dejarlo atrás. Cree en los votos como munición de la política. Después de contar los suyos y los de los demás, puso en marcha el 4 de marzo la negociación con los nacionalistas, seguro de conseguir los pactos. Ya explicó un día, con una mezcla de sinceridad y dulce revancha, que llegó a donde está porque le despreciaron, porque no le tomaron en serio, porque creyeron que se estrellaría solo. Hoy a mediodía entra en La Moncloa. La estatura, en política, nunca se midió en centímetros.

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