La ley de la palanca
El pasado año, con sus comandos recompuestos y en plena huida hacia adelante, ETA transmitió a sus presos que no se hicieran ilusiones sobre una próxima puesta en libertad porque, de acuerdo con su análisis, no existían condiciones objetivas como para forzar al Gobierno a negociar. Fue un mensaje descarnado, habida cuenta de que durante una larga década la organización terrorista ha insuflado ánimos a sus activistas presos agitando ante ellos la perspectiva de una pronta negociación. Desde el momento en que renunció a seguir fijando fechas, a galvanizar los decaídos ánimos de sus reclusos y de sus familias con campanas que anunciaban la amnistía para las siguientes navidades, ETA comprendió que tenía dar una satisfacción a sus presos.El secuestro del funcionario de prisiones José Antonio Ortega responde, desde luego, al propósito de doblar la mano del Gobierno, pero va dirigido igualmente a mostrar a su gente que, aunque no pueda traerle la amnistía, sí es capaz de intervenir en la política y el régimen carcelario. Es un chantaje planteado en un terreno favorable porque el acercamiento de los reclusos es defendido por algunos partidos vascos y encuentra un eco humanitario en la sociedad vasca. Saben, naturalmente, del efecto que el secuestro puede suscitar entre los funcionarios de prisiones y suponen que con estos ingredientes la polémica sobre si el Gobierno debe o no ceder a sus pretensiones está servida. Aunque el pulso se plantee en un terreno menor para las pretensiones últimas de la organización terrorista, saben muy bien que el chantaje resulta altamente aleccionador sobre su poder fáctico, sobre su capacidad de romper el criterio no negociador del Gobierno.
Como ocurrió con la autovía de Leizarán, como sucedió en las conversaciones de Argel, ETA busca una nueva prueba, por pequeña que sea, de que no hay voluntad que no pueda ser forzada. Escenificado convenientemente un cuadro de situación que presenta a los reclusos de ETA "luchando por la supervivencia", sometidos a torturas, palizas y humillaciones sin fin en las "cárceles de exterminio", el secuestro de José Antonio Ortega, la amenaza sobre la vida de un simple funcionario de prisiones, es la palanca sobre la que pretenden sustentar una nueva victoria.