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Los shuar pierden en el Cóndor

JOSEP M. FERICGLALa artificial división fronteriza, entre Perú y Ecuador cortó a la comunidad jíbara en dos, sostiene el autor, para quien esa división resulta letal para los indígenas

Como siempre que hay conflictos en Latinoamérica, los indígenas acaban pagando la mayor parte de platos rotos.Los shuar son el grupo más importante de la gran familia de lingüística jibaroana (conocidos popularmente como jíbaros, aunque a ellos les resulta insultante ser llamados así). En la actualidad, los shuar son entre 40.000 y 45.000 individuos, y la etnia jibaroana, unos 70.000. Su forma de vida está totalmente integrada al ecosistema que habitan desde hace siglos: el Alto Amazonas. Los españoles del, siglo XVI intentaron colonizarlos y fundaron algunas ciudades en su territorio, asentamientos que los shuar aniquilaron. Este grupo indígena siguió viviendo sin casi contacto con los blancos hasta que la guerra, entre Ecuador y Perú del año 1941 y poco después los asentamientos de los misioneros salesianos acabaron con su aislamiento.

La artificial división fronteriza producto de la guerra del 41 barrió la unidad milenaria de los shuar dejándolos con una de las dos nacionalidades: seguían siendo shuar, achuara o aguarunas, pero ahora, ecuatorianos o peruanos. Para ellos, la nueva adjetivación detrás de su nombre de pila no supuso nada hasta hace realmente pocos años, cuando un Gobierno y el otro comenzaron a utilizarlos. El Gobierno ecuatoriano se avino a que los salesianos evangelizaran a todo ser humano que hallaran por el Oriente y atendió las insistentes quejas de los propios indígenas shuar y achuara: en 1961 les cedió la administración de su territorio (excepto en lo que se refiere al subsuelo).

Es así como en su mayoría los shuar han seguido viviendo de la caza de animales salvajes, de la pesca y de sus sencillos huertos de tala y quema. Su adaptación al medio es admirable: sus cuerpos son fortísimos y mas resistentes que el del soldado blanco mejor entrenado; su habilidad para moverse por la selva es inigualable, y sus conocimientos del medio les permite estar semanas viviendo de lo que recolectan o cazan sobre la marcha. Los shuar y achuara han constituido desde siempre uno, de los pueblos más guerreros de todo el Alto Amazonas.

La situación actual de este pueblo se ha estado degradan do desde la guerra del 41. La selva amazónica cada día es más pequeña, y si bien para los europeos sólo se trata de algo exótico, para los indígenas la selva es literalmente su vida. No pueden salir porque fuera no hay animales que cazar o frutos que recolectar y, cuando algunos jóvenes actuales desean huir de la angustia de un mundo cuyas fronteras cada vez se aprietan más, sólo tienen una opción clara: el Ejército. Los altos mandos mi litares ya sabían de las virtudes guerreras de los indígenas y de su bajo coste en caso de guerra selvática (casi ni es preciso alimentarlos) y o se han negado a aceptarlos como soldados regulares.

Aunque no es su guerra, la selva en que se libra la batalla es su casa: el lado ecuatoriano, habitado por los shuar y achuara, y el peruano, habitado por sus hermanos los aguaruna. La cabecera del río Cenepa forma parte del territorio que durante siglos han explotado estos indígenas.

La guerra ha, estado costando 10 millones de dólares diarios (unos 1.300 millones de pesetas) a cada uno de estos Gobiernos endémicamente pobres, y los indígenas son utilizados como carne de cañón. Se afirma en Quito que los peruanos, faltos de entrenamiento selvático, no tienen problemas en secuestrar shuar para usarlos como exploradores ni en bombardear las jea o grandes cabañas donde habitan los grupos familiares de 10 a 30 indígenas como estrategia de barrido. Las cifras de bajas que se declaran están entre 50 y 100 soldados muerto s, pero en ellas no se incluye a los obligados a hacer de porteadores en su propia casa: nadie los tiene registrados. La guerra, se dice, era para conseguir Tiwintza -que en shuar significa cabeza del río-, los militares usan sus cuerpos musculadísimos sin reconocerlos, sus muertos serán -probablemente- para que un señor desconocido trate de ganar unas elecciones. Los indígenas son los que más salen perdiendo.

Josep M. Fericgla es doctor en antropología y autor del libro Los jíbaros, cazadores de sueños.

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