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Cambio histórico en Brasil

Al comienzo de la campaña presidencial brasileña, cuando Fernando Henrique Cardoso no tenía a su favor más que un 14% de los votos, expliqué en estas mismas páginas por qué consideraba que su victoria era necesaria. El éxito del Plan Real, al menos en su primera fase, hizo posible un cambio en la opinión pública y el triunfo de Cardoso en la primera vuelta. Ahora ya se puede medir la importancia que esas elecciones tienen, no sólo para Brasil, sino para todo el continente: se trata de una fecha histórica, del final de la larga descomposición del sistema político y social que dominó América Latina durante más de cincuenta años, y de la entrada del mayor país del continente en la vía de un desarrollo duradero.El éxito del Plan Real no se debe a medidas de tipo técnico, sino a la creación de una capacidad política de contener las demandas de las clases medias. Éstas se han beneficiado de un control de precios muy flexible del que, por el contrario, las clases populares fueron las víctimas. El Estado había perdido su tradicional solidez para convertirse en un simple instrumento de distribución, por ende de inflación, y de una corrupción cada vez mayor. Cardoso logró, no sin dificultades, convencer al presidente Itamar Franco de que se resistiera a las presiones de los asalariados del sector público, cuyas demandas, a menudo justificadas, no podían ser soportadas por el presupuesto, y por lo tanto por la economía brasileña.

Ahora la economía brasileña debe enfrentarse al mercado mundial, y puede hacerlo porque Brasil es ya un gran país industrial apoyado en los empresarios, los sindicatos y los científicos de Sáo Paulo y otras ciudades. Pronto nos daremos cuenta de que Brasil, una vez que Cardoso lo libere de una política autodestructiva y generadora de unas injusticias cada vez mayores, aborda su desarrollo no sólo en mucho mejores condiciones que, por ejemplo, Rusia, sino también que México, que todavía no ha conseguido dotarse de un sistema político equilibrado. Siempre hay que comenzar por la reforma económica para acompañarla, después, de un fortalecimiento del Estado y de la creación de una sólida representación política. Sólo entonces, cuando se han llevado a cabo estas tres reformas, se puede abordar la tarea principal, que consiste en hacer efectivo el de sarrollo, es decir, asociar la concentración de las inversiones a la participación de todos en el progreso y, por lo tanto, a la reducción de las desigualdades. Los que querían empezar por la creación de una sociedad más igualitaria eran seres generosos, cuya participación en la vida pública será cada vez más necesaria, pero no ofrecían ninguna solución de gobierno, mientras la desigualdad social aumentaba día a día a causa de una inflación con la que no eran capaces ole acabar. El triunfo de Cardoso permite a éste reforzar el Estado, resistir a las presiones, y es fácil pensar que utilizará su inmensa credibilidad personal para emplear la firmeza necesaria para la recuperación de Brasil, una recuperación que fracasó en la vuelta a la democracia al haberse cedido una vez más a la política dos gobernadores y a la política de distribución en provecho de los grupos mejor organizados, que siempre han sido los peores enemigos del crecimiento y la justicia social.

Pero la victoria de Cardoso no afecta únicamente a Brasil. La estabilización de éste hace finalmente posible la existencia de Mercosur, lo que ayudará a Argentina a reforzar su recuperación. Mercosur descubre ahora, como en su tiempo lo hizo la Comunidad Europea, que no hay mercado común sin voluntad política y que en el mundo actual los grandes socios quieren tratar con un Mercosur poderoso. Cómo no pensar en primer lugar en Europa, que, a pesar de las iniciativas españolas, no tiene política latinoamericana. Hay un parentesco tan estrecho entre la Unión Europea Y el Mercosur -que deberá ampliarse a Chile mediante acuerdos preferenciales- que ya es posible imaginar un acercamiento entre el Atlántico norte europeo y el Atlántico sur latinoamericano; Estados Unidos, mientras tanto, refuerza sus relaciones con México, América Central y el Caribe; y los países andinos continúan luchando contra la desintegración, como hace valientemente Venezuela gracias al ministro Escovar Salom, mientras Perú se abandona peligrosamente a una política hacia afuera, de tipo antiguo, y necesitará mucho tiempo para recuperarse de los golpes, y el traumatismo causado por Sendero Luminoso.

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En ese frágil continente, amenazado por un nivel extremo de injusticia, de violencia y de narcotráfico, Brasil va a representar, junto a un Chile estabilizado y dinámico gracias al Gobierno de Aylwin, el elemento principal de un progreso acelerado para el que ya se dan todas las condiciones. No es excesivo hablar de un giro histórico, porque aunque haya que ser conscientes de las inmensas dificultades que hay que superar y del océano de miseria que recubre gran parte del país, también hay que comprender claramente que Brasil se ha dotado por fin de los medios para abordar los grandes problemas: una economía sólida y un Gobierno con voluntad que le permite abordar la transformación de la sociedad. Los que han creído que la elección presidencial enfrentaba un liberalismo neocolonial a un movimiento popular democrático han caído en un grave contrasentido. Los grupos de interés ligados al Estado y a su clientelismo acaban de perder la batalla frente al único candidato que asociaba la apertura de la economía a la recuperación del Estado y a una voluntad de justicia social que comparte con toda la izquierda brasileña.

A comienzos de siglo, la victoria de McKinley en Estados Unidos fue la de los empresarios y los sindicatos de las grandes ciudades del este frente a los farmers apoyados en el Estado y la inflación. Era la modernidad la que ganaba; también ha sido ella la que ha ganado en Brasil en la persona del mejor sociólogo del continente y del nuevo presidente capaz de hablar de igual a igual con principales líderes de los grandes países y con las manos libres con respecto a todos sus aliados. Es de desear que los países europeos, y la UE misma, comprendan rápidamente las extraordinarias posibilidades que también para ellos representa la victoria de Cardoso. Esa victoria crea en América Latina un liderazgo que permitirá los intercambios económicos, políticos y culturales entre una Europa medio latina y una América que lo es en mucho más que la mitad; y puede hacer nacer un eje mundial entre esos dos conjuntos. Desde hace diez años no se hace más que hablar de la expansión del Pacífico; la revancha del Atlántico es ya posible.

Alain Touraine es sociólogo y director del Instituto de Estudios Superiores de París.

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