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Tribuna
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El trasto

Cada día tiene su afán -dice el tron- y esta vez, por deferencia municipal, ha tocado en Madrid y otras ciudades en Semana Santa sacar los muebles viejos a la calle alrededor de medianoche, cuando todos los trastos son pardos y el trasto tirable, multitud.En algunas aceras ha habido más trastos de los que cabían, sillones, guantes negros, padres del día de San José sin niños, empresarios de sociedad anónima, una junta de accionistas, el concejal machista, algunos maridos caducados y demás. Parecían las calles de los barrios casas de citas precongresuales, con su tresillo y su frigorífico en cada portal, con el fantasma y todo (el reloj de las dos y veinte de la torre de la plaza de la Villa no estaba, debe tener arreglo, el hombre). Y es que el trasto saliente te lleva por el túnel del tiempo en un sofá bamboleante, especie de juicio final de los aparadores que tiene mucho de aquella buena portera de Marguerite Duras que transportaba bolsas de basura, los vestigios del vecindario, como si desde ahí los encaminara al limbo de los justos, el camión municipal.

Lo que distingue al trasto de los árboles es el tipo de vinculación que tiene con su dueño, especie de conciencia del tiempo ajeno incorporada, bicha innombrable que mueve a su expulsión antes de que fermente en la memoria. Así, un poeta ramoniano tiró un Galdós y anduvo Fortunata y Jacinta a punto de chocar con Caja Madrid si no es que un estudiante en periodo de prestación social sustitutoria salta como liebre de marzo en pos de cada hoja, y el bigote de don Benito queda a la altura.

Lo ideal sería quitarse de encima el trasto desde el balcón cuando no pasa nadie por la acera, como Melibea hizo con Calixto, quien no era La orgía perpetua en el noble sillón de Mario Vargas Llosa, sino más bien un trasto casi renacentista. Ya sabemos que las edades del mueble, dijo Gracián, son semejantes a las del hombre: pavo real a los veinte, un camello a los cuarenta y mono a los setenta. Pero es trasto sin causa en todas las edades si anda por casa, chaise-longue que habría que orear de vez en cuando y recoger en la segunda oportunidad, como hace la furgoneta de Médicos del Mundo con los pasadillos del poblado de Los Focos, que le cambian el trasto usado por el nuevo, "venga y demuéstralo, chaval, y hasta la próxima". Igual que la ancianita que echó su enorme tele decidida a desintoxicarse de la cuadrícula de droga adulterada. A pesar de los telediarios de Fernando G. Delgado.

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