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Tribuna
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Carta abierta

Enrique Gil Calvo

Querido partido socialista: me atrevo a molestarte, a sabiendas de que te hallas concentrado en la preparación de tu inminente trigésimo tercer congreso y no estás para nadie, con el ruego de que tomes en cuenta la voz de la calle. Excluyo, por supuesto, toda vanidad, pues ya sé que ni¡ voz sólo me representa a mí. Pero, a pesar de que uno de tus líderes acaba de descalificar a la sociedad civil, negándonos títulos morales para pediros cuentas, yo sí me siento legitimado para interpelarte a título de elector constante (aunque escarmentado por las frustraciones), ciudadano consciente (pues sé que eres la única columna vertebral que le queda a este país) y contribuyente inevitable (pues la mayor parte de tu financiación visible corre a cargo del presupuesto estatal): ¿no tengo derecho a controlarte, puesto que te financio en parte? Por lo tanto, si aceptas mi contribución y mi voto, te ruego que atiendas también mi voz, desmitiendo la fama que tienes de autista ensimismado que no escuchas más voz que la del poder.Los ritos congresuales permiten hacer balance de modo puramente formal, y ésa es una tentación (quizá aconsejable para dedicarte de lleno a rehacer tu equipo dirigente) que me gustaría que evitases. Creo que sería bueno para ti, y por tanto para todos nosotros, que te entregases a la catarsis. ¿No es éste el mensaje que creíste que te transmitíamos en las últimas elecciones: el de que hacía falta un cambio sobre el cambio? Debes explicar en qué crees que debes cambiar, si es que quieres que sigamos creyendo en ti. Y para eso debes hacer examen de conciencia confesando en público tus errores: no por malsano afán flagelante, sino para poder utilizar en sentido regenerador los efectos catárticos que un congreso dramático pueda producir.

Por lo tanto, me parece que en tu informe de gestión debes evitar la retórica de compostura para entrar de lleno en las cuestiones más candentes, que son también las que más nos duelen a tus votantes: la corrupción ante todo (financiación furtiva, sobresueldos clandestinos, autoblindajes opacos, etcétera), pero también, claro está, la patrimonialización del Estado (al utilizar sectariamente los recursos públicos para colonizar las instituciones, impidiendo que emerja la necesaria autonomía de una recién nacida sociedad civil), el fracaso de la política laboral (donde todo el ingente derroche del gasto social ha sido incapaz de lograr la aquiescencia sindical, permitiendo que se estrangule quizá irreversiblemente el empleo), la desmovilización ciudadana (desarticulada por su creciente dependencia de un gasto público que contribuye a domesticarla), el bloqueo de las oportunidades de integración juvenil (que afecta no sólo a su futuro laboral sino, incluso, a su derecho a formar nuevas familias) y la deslegitimación de la vida política misma (como consecuencia del creciente desprestigio acumulado por la incapacidad de comunicar con la opinión pública). El resultado ha sido que te ha abandonado el electorado urbano de clase media para quedar rehén de tu propia clientela cautiva de asalariados y pensionistas.

Es cierto que no hay mal que por bien no venga, y una consecuencia beneficiosa, aunque quizá inesperada de esta acción política, ha sido el espectacular progreso iniciado por las personas mayores y por la población femenina (por amenazada que esté su continuación, al ser imposible que siga creciendo todavía más el empleo público y el gasto social, como revela el alarmismo generado por el reciente aviso gubernamental sobre los problemas de financiación futura de las pensiones de vejez y sobrevivencia). Pero un congreso como éste es un buen momento para interrogarse acerca de si ese saldo positivo compensa el coste político sufragado, que quizá sea ya demasiado tarde para recuperar: sólo las urnas del porvenir decidirán. Por eso me gustaría que este próximo fin de semana supusiese para ti un acontecimiento catártico, que te permitiese regenerarte resurgiendo de las amenazas de reducirte a cenizas. Pues no debe importarte reinventar la socialdemocracia como recuperar el afecto entusiasta de la ciudadanía.

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