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XXXIII CONGRESO PSOE: GALERÍA SOCIALISTA

El mesías extremeño

El político con lengua más larga del PSOE -le llaman demagogo: él dice que cuenta las verdades que le interesan a la gente- nació en Mérida hace 46 años, pero es el primer extremeño de su familia. Los padres de Juan Carlos Rodríguez Ibarra, presidente de la Junta de Extremadura desde hace 11 años -el más votado de sus homólogos de las autonomías-, llegaron a esta bella ciudad e incomparable marco como quien dice huyendo de la atroz realidad de la posguerra. Ponciano, el padre, salía de un campo de concentración y tuvo que sufrir extrañamiento. Rodríguez Ibarra repite siempre que la elección se debió a que a su madre, María Luisa, le gustaban mucho las flores y le dijeron que en Extremadura había muchas. Debe de ser verdad, pero también es conveniente: sazona al personaje con ese aroma popular, entre poético y reivindicativo -poesía ruda, de gente de la calle-, que flota a su alrededor y que el pueblo olisquea cuando le ve pasar, devolviéndole su afecto en forma de saludo. "¿Cómo no voy a votar al randa, con lo guapo que es?", exclama una mujer. Randa, palabra poco usada en la capital del reino, quiere decir granuja, travieso.Que le quieren está claro, aunque sólo sea porque crecieron juntos: los extremeños levantando cabeza y creyéndose su autonomía, él creyéndose a Extremadura y convenciéndose de que como presidente autonómico podía salir y sacarla adelante. El primero de sus tres mandatos fue, según confiesa, terrible. Primero, porque cuando iba a Madrid se lo tomaban a cachondeo, en un tiempo en que las únicas autonomías serias eran Cataluña y el País Vasco. Rodríguez Ibarra tenía que sacar el carné de identidad en la puerta, y someterse al detector de metales. "Sólo el guardia civil me reconocía: era extremeño también". De entonces acá ha ido desarrollando una vocación de iluminado y, con los años, sus paisanos han dejado de ser los santos inocentes, en un mundo donde el caciquismo parecía dispuesto por ley divina, y en donde, "en plena década de los ochenta, te ibas al valle del Jerte y te encontrabas con que aún se llamaba amo al propietario de la finca. Y el amo era todo: dueño de cuerpos y haciendas".

Sólo si se entiende esto se puede comprender que Rodríguez Ibarra desprecie el metalenguaje político -"esa cosa de clanes"-, a sabiendas de que cuando habla no sólo lo está haciendo para conseguir algo para su comunidad; está haciendo, al mismo tiempo, relaciones públicas -a lo bruto, desde luego- para que Extremadura salte a la palestra, y, en un último nivel, les está diciendo a sus paisanos: "Somos alguien, protestamos, exigimos, somos alguien".

"Porque lo más difícil", explica, "ha sido cambiar la mentalidad. Yo creo que el extremeño ha visto que pintamos algo en el conjunto de la nación. Pero yo creo que el cambio brutal ha sido que la gente, aquí, nacía con la maleta hecha para irse. Y se ha pasado de un proyecto coyuntural de vida a uno estructural. Que triunfar no quiere decir hacerlo en Madrid, sino aquí". Él mismo es un caso evidente de triunfador, aunque ahora esté en el lado de los guerristas. Pero eso le revalida aún más: posiblemente es, de momento, insustituible, aunque su vicepresidente, Ramón Ropero, que es su mano derecha, es también su delfín. Otros líderes del PSOE le aprueban con reparos. Aunque admiran su manera de conectar con la gente -sobre todo en los mítines-, su capacidad para hacerla vibrar, y hasta llorar, piensan que la modernización de Extremadura es un reto que todavía tiene pendiente. Pero ellos no son de aquí. Otros, que conocen bien la región, le comprenden: "Es un demagogo con base", dicen.

Rodríguez Ibarra creció en la calle de la Concordia, de Mérida, la misma calle donde está el palacete que ahora le sirve de sede, y que antes -en los tiempos del amo- pertenecía al propietario de un gran matadero situado al otro lado del Guadiana. La calle, a pesar de su nombre -y esto, como lo de las flores, es verdad y además es conveniente contarlo-, estaba dividida en dos: la parte alta, en donde vivía el comisario de policía y gente con más posibles, estaba asfaltada, la otra, de la gente humilde, no. "Claro que era mejor para que los críos jugáramos a los bolindres". Desde aquella su infancia en que iba de externo a los salesianos -los otros, los internos, eran los hijos de los ricos, y hasta llevaban las batitas distintas- adquirió conciencia política de Extremadura, como también la mamó en su casa, de su padre republicano y de su madre, "radicalmente de izquierdas".

Estudió magisterio, "porque era lo unico que entonces había en Badajoz junto con comercio, y una vez acabé la carrera y saqué las oposiciones y trabajé un año, con ese dinerito me fui a Sevilla a estudiar lo que parecía más cercano a magisterio, que era filosofia y letras". En Sevilla formó parte, con otros estudiantes, de un grupúsculo que dio en llamarse Grupo Maestros Marxistas Leninistas Revolucionarios, pero lo dejó cuando Alfonso Guerra les dio una conferencia y les deslumbró. Se metió en el PSOE y en 1973 fue expedientado con otros estudiantes, entre los que se encontraban Pina López Gay y Carmen Hermosín. Tuvo que irse a Francia a acabar la carrera, y a su vuelta, en una venta, participó en la fundación del PSOE de Extremadura. Su amistad con Guerra, aunque dice que no es íntima, le ha puesto a su lado, e incluso ahora se encoge de hombros y dice: "Aquí estamos". Por otra parte, está convencido de que Felipe González, a quien conoció en 1974 -fue el abogado que le defendió, y perdió el pleito-, tiene confianza en él. "La prueba es que de vez en cuando viene aquí y pescamos junto?. A lo mejor es que Felipe sabe que un renovador no pegaría mucho en esta región hermosa y dura, castigada. "Quien fuera. tendría que estar siempre al borde del precipicio", admite.

Pero quien le trae un regalito para su hija Leonor -adoptiva, de tres' años: la adora-, siempre que llega a Extremadura, es Alfonso Guerra. "Esos detalles no los tiene nadie más. No es que seamos muy amigos, pero tiene una sensibilidad especial. Yo me siento bien con él, me parece una persona con grandes valores humanos. Yo creo que lo ha pasado mal, y que ahora está en un periodo sartriano, de existencialismo, de que la vida es muy corta, de que no somos nada, que somos un suspiro".

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Esta especie de mesías extremeño no anda sobre las aguas, pero casi: pesca carpas y barbos y disfruta fijando la mirada en una boya y dejando que se le limpie la mente. Sus paisanos le cuentan que ayer pescaron una carpa de tantos, kilos, no tan grande como la que se escapó -"la más grande siempre es la que se va", comenta- y él recuerda que el pez más grande que ha picado su anzuelo ha pesado 9,5 kilogramos.

Su voz que clama en el desierto es la que ha alzado para lo del 15% del IRPF -que medio se envainó- y contra la central nuclear de Valdecaballeros, que ahí triunfó y los extremeños se dieron cuenta de que algún peso tenían. Pero, sobre todo, se desmelena contra Jordi Pujol, a quien, por otra parte, le va muy bien hacer también un poco de demagogia a cambio de este señor que, sin embargo, es seguidor del Barcelona y desayuna todas las mañanas en el bar Cataluña. Eso sí: una muy extremeña tostada de pan con aceite.

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