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El rey triste y su reina española

Lluís Bassets

El viejo zorro de la política europea que es el presidente francés François Mitterrand reprochaba a su antecesor, Valéry Giscard d'Estaing, que desconocía el carácter trágico de la historia. Nadie podría hacerle este reproche a Balduino de Sajonia-Coburgo, fallecido el sábado por la noche en Motril. Su vida de infante real estuvo marcada por la desgracia familiar: a los cuatro años moría su abuelo, el rey, en un accidente de montaña y un año después su madre, la reina Astrid, en un accidente de coche. Su esposo, el rey Leopoldo, conducía el automóvil. Los diálogos lacrimógenos entre el pequeño príncipe huérfano y su institutriz sobre la madre muerta, reproducidos ayer hasta la saciedad en los programas conmemorativos, marcan una de las líneas -la del melodrama rosa- de comprensión de la popularidad del monarca.Los años de la segunda infancia y de la adolescencia empiezan a penetrar en el terreno sombrío de la tragedia. En 1940, la familia real queda bajo la custodia de la Wehrmacht en el palacio bruselés de Laeken, tras la capitulación del rey ante los alemanes. Su padre se casa por segunda vez, en un matrimonio que contribuye a arruinar su reinado, pues no cumple con los requisitos constitucionales en un momento de ocupación del país por una fuerza extranjera.

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En 1944, el III Reich en retirada se lleva al rey de los belgas hacia tierras alemanas, donde la familia real entera queda prisionera hasta la liberación. Se abre entonces la llamada cuestión real, el debate entre partidarios y detractores de Leopoldo III, con motivo de su comportamiento durante la ocupación. El referéndum organizado en 1950 arroja un resultado favorable al retorno del rey, pero el reparto de los votos profundiza hasta tal punto en la división del país (Flandes a favor y Valonia en contra) que Leopoldo decide abdicar y dar paso a su hijo Balduino, entonces un joven de 20 años.

Todo el peso de la responsabilidad histórica, la juventud robada, la tragedia familiar y el drama paterno se reflejan en el rostro entre sorprendido y azorado de las fotografías de Balduino en los primeros años 50. La voz del juramento como, rey, en cambio, en la que trata de tú a su padre y asegura con gran energía que espera ser digno de él, revela un notable coraje, que contrasta con la fragilidad de su figura física, el uniforme militar desgarbado y el sable excesivo con el que barre el suelo.

Al melodrama y a la tragedia de la infancia se añaden ahora los elementos para toda una novela: el rey triste y solitario. En 1959, la boda de su hermano Alberto, cinco años menor, con una preciosa italiana, agudiza el claroscuro. Todo parecen ser adversidades y pruebas para este joven adusto, que ya despunta por su religiosidad y su temperamento reflexivo.

Los años 50, en los que Bélgica hace su gran entrada en el mundo moderno con la Exposición Universal de Bruselas y la fundación de la Comunidad Económica Europea, van a desembocar en una, nueva peripecia cargada de todos los tintes violentos de la historia: la independencia del Congo, turbulenta y cruel, y el inicio de los enfrentamientos lingüísticos, que marcarán todo su reinado hasta escasos días antes de fallecimiento, cuando Bélgica ha quedado constituida en Estado federal.

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Justo en el principio de este nuevo tramo se produce el gran acontecimiento que proporciona a este rey infeliz el complemento que le faltaba: entra en su vida una princesa española, Fabiola de Mora y Aragón. La boda de Balduino y Fabiola fue la primera retransmitida por la recién creada Eurovisión. Para muchos españoles fue posiblemente el primer acontecimiento televisivo del que tienen memoria. El 15 de diciembre de 1961, en la iglesia de Santa Gúdula de Bruselas, todas las familias reales europeas estaban apretujadas ante las cámaras, que entonces proporcionaban los fulgores del boato en un escueto blanco y negro.

Fabiola fue una de las pocas alegrías en la vida del joven rey y un elemento decisivo en la forman de su carácter: así lo declaran ayer mismo testigos de todo tipo que conocieron a la pareja real. Balduino adquirió seguridad y fue perdiendo sus perfiles adolescentes. Conservó hasta su muerte la sensación de fragilidad, la sonrisa y mirada tristes. Una melancolía pudo deberse, a decir de la prensa del corazón, a su paternidad frustrada.

Las fotos de la época no mienten: es una pareja feliz, Balduino un joven atento y enamorado, Fabiola una muchacha sencilla y sonriente, muy al estilo de la España conservadora y cerrada de la época. Las últimas fotos tampoco mienten: ambos conservan un algo de los mejores rasgos que les hicieron populares en los años mozos. El gesto atento, la dulzura de la sonrisa.

La voz grave y emocionada del presidente de la Comisión Europea, Jacques Delors, dibujó ayer los rasgos de una talla humana y política que superan la de un simple personaje admirado por la gente sencilla. Delors aseguró que desaparecía "un militante de la construcción europea, un hombre atento a la miseria, a todo lo que puede degradar al hombre y a la injusticia" y le calificó como "un modelo de vida y de pensamiento riguroso". Difícilmente un rey podía tener mejor homenaje de un político europeo de tradición republicana.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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