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El subempate

Prácticamente hoy se cumplen los 15 días de precampaña, se inaugura la semana de neocampaña y se avista el comienzo de la campaña.Los actuales y largos comicios, dirigidos a mejorar la salud del país, parecen oponerse al proceso natural de los tratamientos preestivales que embellecen y adelgazan, hacen perder la celulitis y ayudan a mejorar la identidad. Aquí, el procedimiento amenaza con perseguir los resultados contrarios. Las sacudidas -morales y físicas- en precampaña o neocampaña, las purgas verbales, el lanzamiento de pesas, las impregnaciones en barro, lejos de mejorar el aspecto de una formación, acaban igualando los saldos hasta configurar un gemelismo empatado. Prácticamente todos los sondeos aparecidos ayer vienen de nuevo a corroborar el estatismo de la contienda. Las dos fuerzas superiores se traban, testuz con testuz, en una porfía bloqueante. Pasan los días, aumentan los gastos, se multiplican los viajes y los resultados se atascan. Más del 30% de los electores contemplan todavía el fenómeno con indecisión ante la falta de un aliciente distintivo entre los polos. Pero, además, a estas alturas de la neocampaña, parece que ya ha ocurrido o se ha dicho todo, de manera que disponerse desde este lunes para continuar con la sucesión de acusaciones y reyertas empatadas reclama una fortaleza de ánimo colectivo fácilmente superior a la presente capacidad de la sanidad.

Todo el mundo sabe la tensión que conllevan los empates. Pero existen tres clases de empate. La primera, altamente festiva, es la de pugna igual entre titanes; pugna heroica que enaltece la confrontación y mejora al público. La segunda suerte de empate, muy sosa, es aquélla en que las partes convienen en no derrotarse y la liza se transforma en trámite. El primero es el hiperempate, y el segundo, el ideoempate. Pero existe, también, el subempate, categoría que denigra tanto a los contendientes como a los seguidores de una y otra formación. El subempate transcurre entre equipos que, jugando mal, cometiendo errores y marrullería, son incapaces de despertar ninguna pasión, y los aficionados, de uno y otro bando, están deseando que aquello acabe.

A tres semanas del escrutinio, una importante masa del electorado se declara vacilante sobre la opción a elegir, pero lo más característico ahora es que una buena proporción con el voto decidido planea votar no tanto para que su elección triunfe como para que no triunfe la otra: para que no sigan los socialistas, para que no lleguen los de derechas.

Éstas no serán las elecciones de la abstención. Existe suficiente agitación para impedirlo. Pero tampoco serán, con seguridad, las del voto positivo. En buena medida, el voto que se recuente el 6 de junio saldrá pronunciando un no contra alguien o contra algo.

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