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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Fanatismos

UNA MANCHA de un verde islámico intenso como el fanatismo se extiende desde el golfo iraní, en el Asia central, al Atlántico del mundo árabe; un nuevo arco de la crisis conduce así, casi de uno a otro confín del mundo musulmán y no sólo árabe, al enfrentamiento civil, con gravísimo derramamiento de sangre en los regímenes afectados, y a una muy justificada zozobra en Occidente. A los asesinatos, en Argelia, del ex ministro de Educación Nacional, DJilali Liabes, y del miembro del Consejo Consultivo Nacional Laadi Flisi, en los últimos días, se suman los fuertes combates, con decenas de muertos, entre integristas y tropas egipcias en el presente mes de marzo.Asistimos al final de una época o, quizá, a un final con principio incorporado, pero sí puede decirse que las tentativas de modernización clásicas, es decir, de imitación de los modos occidentales, se ven cada día más rechazadas en una parte del Tercer Mundo que ha estado siempre provista de una teología política salvacionista como es la del islam. Ese rechazo, tras fracasos incontables que son tan atribuibles a la incompetencia y a la corrupción de los Estados en cuestión como a la acción del colonialismo occidental, no encuentra en ningún caso respuesta política digna de tal nombre. El islamismo expansionista, que hace ya casi 15 años que gobierna en Irán, no da signos de ceder en su acomodo a realidades más apacibles. De la misma forma, los países del Golfo y de la península Arábiga, los países de Oriente Próximo (con especial mención de los territorios palestinos ocupados por Israel) y buena parte del norte de África -si no todo- viven hoy sobre un polvorín político-religioso que ellos mismos han contribuido a crear.

La discutible legimitidad democrática de regímenes basados en revoluciones anticoloniales, o en tradiciones seculares anacrónicas a finales del siglo XX, cruje en ese arco de crisis ante el asalto de una opinión pública que se debate hoy entre una situación económica desastrosa y una componenda política bochornosa. Y ante ese plante contagioso del que vota, cuando le dejan, por una alternativa a falta de otra esperanza, ni los países afectados, ni Occidente, muestran una política de recambio.

Argelia, Egipto e Israel, en los territorios ocupados, recurren a la fuerza, a maniatar las libertades. En los dos primeros casos, para propios y extraños; en el tercero, sólo para una población palestina en reivindicación indistinguible de la moderación y el extremismo de una misma soberanía. En ninguno de los países árabes citados, ni en otros donde hasta ahora el enfrentamiento civil es todavía larvado, existe un verdadero planteamiento de democratización ni calendario alguno para la reforma. Occidente, acuciado por sus inquietudes en el Este de Europa, oscila entre la condena moral de la represión y la aceptación silenciosa de la misma, como quien espera que la situación se resuelva milagrosamente. Las respuestas son, inevitablemente, a largo plazo: invertir en el subdesarrollo; apoyar sin ambages la democratización y establecer calendarios que escalonen esa ayuda en función de los progresos en la apertura.

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