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Tribuna:A LA INTEMPERIE
Tribuna
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Un tipo que era más feliz que yo

Juan José Millás

No sé por qué empecé a mirar a aquel sujeto que se había sentado frente a mí en el autobús; el caso es que una vez que le eché el ojo ya no pude dejar de contemplarle. Producía la impresión de constituir una unidad territorial autónoma en medio de aquel. conjunto de cuerpos menesterosos que éramos conducidos dócilmente hacia la avenida de América. No había docilidad en su gesto, sino ese tipo de mansedumbre apacible que sólo proporciona la sabiduría. Al principio me pareció un excéntrico, pero su imperturbabilidad empezó a irritarme enseguida.Le observé de forma impertinente para ver si se ponía nervioso, pero cada vez que nuestros ojos coincidían él parecía ver algo que no era yo. Daba la impresión de mirar cosas que no estaban dentro del autobús. Decidí seguirle; no soy detective ni nada parecido, pero a veces me fijo en un tipo cualquiera y le persigo una o (los horas imaginando que me juego la vida. La semana pasada seguí a uno que a su vez estaba imaginando que le perseguían; al final nos hicimos amigos y hemos quedado en hacer juntos algunos seguimientos, aunque a él le gusta más que le persigan. Es un enfermo. La verdad es que no te das cuenta de esto hasta que no te metes en el asunto, pero en Madrid todo el mundo sigue a alguien o es perseguido por alguien, ignoro con qué objeto.

El caso es que se bajó en Diego de León, y yo fui detrás de él dispuesto a averiguar -y a desbaratar si me era posible- la causa de su felicidad. Subió hasta Francisco Silvela y torció a la derecha, en dirección a Manuel Becerra. Caminaba despacio, aunque con ritmo, como si fuera recitando en voz baja una sucesión armoniosa de sílabas. Al poco se detuvo frente al escaparate de una tienda de bricolaje y permaneció ensimismado en su contemplación más de 10 minutos. Tiritaba de gusto, como si estuviera dentro de la cabina de una sexs hop. Yo odio el bricolaje, de manera que me limitaba a tiritar de frío, sin mezcla de gusto alguno. Por un momento pensé que se había dado cuenta de mi presencia y temí que se tratara, de otro degenerado de esos que encuentran placer en ser perseguidos.

En Manuel Becerra entró en una farmacia y compró algunas cosas que no vi, pues me pareció más prudente esperar fuera. Luego lo seguí hasta un bar desde donde habló por teléfono con su oficina excusándose por no ir a trabajar, aunque no entendí la causa.

Algo oscuro tramaba y yo estaba allí para averiguarlo. Pidió un café con una tostada y un vaso de agua. Luego abrió el paquete de la farmacia y sacó una caja de Frenadol y un jarabe. Se preparó el Frenadol y se lo tomó antes del café, como si fuera un zumo de naranja. Lo hacía todo muy como si en lugar de estar en Manuel Becerra nos encontráramos en el interior de un templo tibetano. A mí lo que más me cargaba era eso: que no tuviera tensiones aparentes ni prisa ni necesidades.

De súbito comprendí lo que pasaba: aquel hombre tenía la gripe. Empecé a pensar en los primeros síntomas, cuando la fiebre es una promesa cuyos hilos de plata recorren las ingles y los codos provocando esos calambres tan dulces que encogen los tejidos. Recordé también el dolor estimulante de las articulaciones, que ronronean como una amante satisfecha, y después me vino a la memoria la calidad de esa especie de niebla que la gripe coloca entre la realidad y tú. Sentí una nostalgia terrible, porque la verdad es que desde que me ocupo de los seguimientos apenas cojo enfermedades.

De manera que abandoné la persecución, me fui a casa y proclamé la llegada de la gripe como otros proclaman el advenimiento de la república. Mi madre acaba de pasarme una taza de caldo y soy muy feliz, aunque tengo la impresión de que alguien me ha seguido hasta el portal.

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Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

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