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Los rumanos acuden por segunda vez a las urnas y se acuerdan del dictador Ceausescu

ENVIADO ESPECIAL Hace poco menos de tres años, quien se hubiera atrevido en Rumania apronunciar públicamente la frase "con Ceausescu vivíamos mejor" hubiera sido apaleado o tachado de loco. Ahora, cuando se celebran hoy las segundas elecciones multipartidistas, no es difícil encontrar personas en Bucarest que lancen esa sentencia.

Esa manifestación parece del todo absurda. Son notorios los contrastes entre esta ciudad y aquel triste escenario de las largas colas en espera de comida, paseos urgentes de transeúntes que evitaban el contacto visual con extranjeros y la angustiante presencia de policías de paisano en todos los rincones de una ciudad que el crepúsculo sumía en la más absoluta oscuridad.

Centenares de publicaciones de todo tipo a la venta en las calles demuestran que, aunque la libertad de prensa no produce: automáticamente calidad, sí ha desaparecido la censura. Rótulos luminosos y escaparates de comercios privados dan fe de que al, menos en Bucarest y en el sector de servicios y el pequeño comercio la iniciativa privada va lentamente cuajando en el escenario de algunos de los mayores disparates del estatalismo megalórríano estalinista en Europa.

La campaña electoral ha transcurrido en paz. Todos los partidos han podido desplegar sus precarios dispositivos electorales sin que nadie creyera necesario o pudiera traer a la capital a bandas de mineros para dar mayor contundencia a sus argumentos y a sus ataques contra los rivales políticos. Aquí y allá, algún inversor extranjero discute en un restaurante la posibilidad de crear una sociedad mixta o comprar algún establecimiento hotelero. Unos 500 millones de dólares han sido invertidos por extranjeros este año en Rmania. Hay, por tanto, quien encuentra motivos para confiar en el futuro del país.

Decepción

Y, sin embargo, la decepción ante el balance de los tres años de régimen de transición está omnipresente. En la trastienda de la venida Magueru, jalonada hoy por tiendas de productos extranjeros financiadas por extraños depósitos de divisas accesibles para antiguos funcionarios del partido comunista del conducator (Ceausescu), ejecutado en diciembre de 1989, un grupo de niños recoge tablas, y pedazos de vigas para hacer acopio de madera para el cercano invierno.De las vecinas tiendas, ellos y sus familias sólo conocen los escaparates. Ahora que ya no exigen divisas para el pago, sus precios en el leu rumano son tan desorbitados que para la mayor parte de la población estos negocios del mercado libre no suponen sino una mejora estética de la avenida. "Quizá no viviéramos mejor bajo Ceausescu; mucho estaba mal, de acuerdo, pero hoy no vivimos mejor. Los que viven mejor son los que entonces también lo hacían", decían ayer dos señoras frente a una tienda de ropa italiana en la calle Victoria, la avenida favorita de Ceausescu. Un jersey cuesta allí más del triple de un sueldo mensual.

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Bucarest votará hoy, previsiblemente, en favor de Emil Constantinescu, rector de la universidad de la capital, candidato por la Convención Democrática para la jefatura del Estado. Moderado y racional en su campaña, es el favorito de todos aquellos simpatizantes de esta coalición de la oposición que finalmente logró unirse para presentar batalla al presidente Ion Iliescu. El pasado de éste como dirigente del aparato comunista y su presente plagado de reflejos autoritarios es para muchos rumanos la principal causa de que su país se quedara al margen del acercamiento de antiguos países comunistas a Europa occidental.

Sin embargo, y como siempre en los Balcanes en esta larga, difícil e incierta transición democrática, será el campo, desinformado, manipulado por mitos y miedos atávicos y cautivo de una miseria rampante, el que decidirá si Rumania ha de dar el salto hacia la normalización democrática o queda sumida en el pozo de la balcanización en el sentido más nefasto del término. Y es allí donde más fuerte es el desengaño y el miedo al futuro que forjan la añoranza al conducator Ceausescu.

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